martes, 11 de agosto de 2009

No era tan difícil

Un ex compañero de trabajo solía decir siempre, con su gracejo extremeño: "Con lo fácil que es la vida, y cómo nos la complicamos". Eso es lo que hicimos las tres veces, sobre todo las dos últimas, que habíamos intentado recorrer el barranco de la Maimona. Pero a la cuarta pudimos comprobar que no tenía, no tiene tantas complicaciones. Sí secretos, porque es un lugar lleno de encanto y rincones maravillosos, pero que se pueden conocer sin llevar a cabo epopeyas. Esta cuarta visita sirvió para pasar, como decían los filósofos, del mito al logos.

"Nada puede salir mal", no me cansé de repetirle a Bego, que se quedó en casa. El ortofotomapa de la Conselleria de Territori i Habitatge y el mapa del Servicio Geográfico del Ejército examinados al milímetro, más de 15 blogs y páginas web de senderistas que ya han realizado el recorrido leídos y releídos, centenares de fotografías minuciosamente estudiadas y cotejadas... "Nada puede salir mal", fue nuestro lema con el que Isa y Moi se atrevieron a sumarse a la aventura. "Pero es que David dijo que había que bajar por una cuerda y casi se mata", apuntó tímidamente Isa... "¡¡¡No, no, nooo...!!! No tenemos que pasar por ahí, aquello fue un lamentable error", nos apresuramos a afirmar Víctor y yo. Víctor tenía fe ciega, y Gloria, a su manera, también, en que todo saliera bien.

Para empezar, fue una buena idea cargar la mochila con todo lo necesario para que nada pudiera salir mal: Botellón de agua congelada, dos bocadillos, barritas energéticas, plátanos, crema solar, gorra, un teléfono, adrenalina en forma de Urbason por aquello de la anafilaxia (es lo que tiene contar con dos enfermeras en la expedición)... y la piscina infantil.

"¿Es verdad lo que Moi dice de que hay un salto de 25 metros y que tenemos que bajar por una tirolina?", seguía preguntando Isa, a las 9:00 de la mañana -quien sin embargo prometió no quejarse en todo el día-, a punto de partir hacia Montanejos. Fue también una buena idea la que tuvimos los unpocomásresponsables de la organización -Víctor y yo- de modificar los planes iniciales y descartar la hora y media larga de senderismo por la Bojera para empezar la ruta en los Calpes y bajar al río andando por el sendero PRV-126, que se recorre en algo más de media hora. Contábamos con la baza de que al llegar a Montanejos alguien, en este caso el padre de Víctor y Joaquín, nos devolvería a los Calpes. Joaquín, el hermano mayor de Víctor, se sumó también a la expedición. Había hecho el trayecto por la Maimona muchos años atrás, pero recordaba muy pocas cosas.

A las 11:30 pasadas comenzamos a andar. Para ponérnoslo todavía más fácil, el inicio del sendero estaba al ladito de donde dejamos los coches, junto a un banco de hierro. Sí, aquel banco, prácticamente el único de la aldea, en el que hace un par de años unos barranquistas exhaustos aguardábamos ateridos de frío y hambre a que otro barranquista menos exhausto nos recogiera. Nada podía salir mal, pero fue dar dos pasos y ya no sabíamos por donde continuar. El sendero atravesaba la aldea, y dado que las marcas blancas y amarillas escaseaban, en el primer cruce de calles ya nos asaltaba la duda. No era el mejor ejemplo de tenerlo todo controlado, pero no había por qué preocuparse: al fin y al cabo no estábamos incomunicados ni cansados, y teníamos comida. De hecho yo me había rezagado para no ahogarme mientras subía una cuesta al tiempo que masticaba un bocata chorizo y saboreaba una Fanta, así que Víctor tuvo otra buena idea y propuso, a instancias de un lugareño, volver a la carretera y buscar el sendero desde allí.

Una cabizbaja y la otra con cara de asco. Al fondo, cartel de Los Calpes, principio de la expedición. Sin comentarios.

Como seguíamos sin encontrar el sendero, optamos por lo seguro. Cogimos la pista forestal que en 2,5 kilómetros nos dejaba en el río y caminamos un ratito. Un ratito que a más de uno y una se le hizo largo, probablemente porque pensaban que sería sacar el pie del coche y ponerlo en el agua y a la sombra en un día de verano, agradable y no extremadamente caluroso, pero de verano. Nada más tomar la pista, una señal nos indicaba a la izquierda el camino correcto "al río", pero se alejaba del cauce y transcurría cuesta arriba, lo que hacía dudar a mis compañeros de la seguridad de nuestro destino.

En el polo opuesto, Víctor y Moisés: tan contentos. De Joaquín, como no se le ve la cara, y dado que la imagen no recoge el audio, no podemos evaluar su estado de ánimo.

Gloria añade: "Sí claro... hasta que llegó al rio y vio que habia que meterse en el agua...jijijii. Víctor va tan feliz porque no llevaba la mochila a pleno sol a las 12 del mediodía.... que nosotros bajamos barrancos pero a la hora de los señores....jaja. Pero llegamos, llegamos al agua y entonces alguno cayó en la cuenta de que para bajar el barranco había que mojarse.




12:30, empezaba lo bueno. Sólo había que divertirse y recorrer los poco más de cinco kilómetros de barranco hasta Montanejos.



Joaquín: "No me jodas, tío... ¿¿¿Por el agua hay que ir???"
Víctor: "Claro, nano, es un barranco. Los barrancos tienen agua".
Isa: "¿¿¿Cangrejeras o zapatillas???"
Moisés: "¿¿¿'escalopines'???"



Si la excursión con el grupo de Rafa fueron cinco horas de sufrimiento, en esta ocasión fueron sólo cinco minutos para que el barranco se ensanchase y nos permitiera avanzar con cierta tranquilidad hasta llegar al tramo más divertido y acuático del barranco. Víctor encabezaba la expedición ansioso por descubrir aquellos prometedores parajes.



Sí, Víctor, tú y yo sabemos que esta foto sólo es un homenaje a la ruta que hicimos con Rafa, pero no es lo que parece...



Se supone que era un salto coordinado de los tres...


Isa disfrutando como nunca hubiera imaginado.

Ese tramo que yo había previsto recorrer en una media hora y nos llevó dos enteras, pero porque no apetecía avanzar, sino más bien saltar a las pozas, tres bien hermosas antes de llegar a la campana, nadar y volver a subir a las rocas para dejarse caer otra vez al agua. No en vano por la zona también transitaban más excursionistas o familias con niños. "¡Intentad mirar a la cámara!", exclamó Víctor al ver a una señora de pecho cargado mientras mis cinco compañeros esperaban a que yo colocara la cámara sobre una roca para una autofoto.

Isa o Joaquín, ¡foto perfecta!





¡INTENTAD MIRAR A LA CÁMARA!


El lugar es encantador, pues en pocos metros se concentra el mejor espacio lúdico del barranco. No pude evitar decirle a Víctor: "Mira todo lo que les hurtamos a David, Rafa, Josefa y compañía la otra vez...". Hasta Isa, que había empezado el barranco protestando por lo bajini por la 'dificultad' del terreno y el temor a encontrarse con saltos imposibles, estaba disfrutando de lo lindo.







La minicampana, según Víctor.


Cuatro fotos para un posado. Sin comentarios otra vez.

"Juanje, ahí está la campana". Víctor me la anunció con total naturalidad, pero los dos sabíamos lo que significaba: habíamos llegado a terreno conocido, con lo que la incertidumbre desaparecía por completo. La campana fue el punto culminante, donde pudimos disfrutar con más chapuzones y donde hicimos gala de nuestra preparación y organización para la cita: la colchoneta hinchable. Tomada prestada de una página de internet con la que no he vuelto a dar, nos servimos de una piscina infantil para transportar las mochilas sin esfuerzo y con total seguridad, ya que en ese lugar era imposible llevarlas en volandas.

Me gusta esta foto, pero no pude elevarme más sobre los hierbajos.


¡Qué idea!



Víctor, ¿qué se te ha perdido por ahí arriba? No lo hagas, no lo hagas... y no lo hizo.


Isa, no nos engañas, no hay ni medio metro de altura.

¡Cuidado con Phelps!


Un éxito rotundo, hasta tal punto que causó sensación en los bañistas que por allí se encontraban. "'Xe, mira quina bona idea...!". Digo más, justo al atravesar la campana decidimos que era hora de comer, y mientras elegíamos el sitio nos cruzamos con otros excursionistas cargados con sus mochilas que remontaban el barranco. Al vernos con la colchoneta, se nos quedaron mirando y aplaudieron la ocurrencia, pero tras ofrecerles nuestros servicios de balseros desestimaron la oferta, eso sí, con la boca pequeña. Cuando ya se empezaba a respirar el aroma de las tortillas que iban floreciendo en nuestras manos, la voz de la conciencia en boca de Gloria me susurró: "Podíamos llevarles la colchoneta, les va a hacer falta...". No hizo falta más. Recordando nuestras penurias y la mano amiga que en algún momento nos puede venir bien (como nos vino bien la de los guiris en la anterior ocasión) retrocedí unos pocos metros hasta donde los pobres excursionistas intentaban organizarse para afectar lo menos posible sus pertenencias. Ni que decir tiene que la colchoneta les vino caída del cielo.



Ahí, ahí fue donde me la pegué la última vez, donde "un pequeño resbalón dio con mi ya fatigado cuerpo sobre otra roca, y alguna lágrima furtiva se confundió con el agua del cauce y la procedente del cielo que, como si se compadeciera de mi desánimo, había contenido sus ganas de dejar caer lluvia y se mantenía en niveles mínimos para no complicar más la situación".



Tras la comida, cambiamos el ritmo, ya que nos quedaba más de la mitad del trayecto, cerca de tres horas, y tocaba ahora un trecho donde se podía avanzar ligeramente más rápido. Las pozas dieron paso a la vegetación combinada con algunas piscinas para seguir refrescándonos. Por momentos, el barranco era selvático y hasta confuso. En un claro de la ladera logramos distinguir tres cabras montesas, pero para cabra Víctor, que aprovechaba cualquier lugar elevado para encaramarse y saltar al agua, "y yo cargando todo el día con la mochila", se quejaba Gloria, con la boca pequeña.



'Lo de debajo' de la piscina es Isa.




Por su parte, Moisés, que había adelantado posiciones en el grupo para mantener un ritmo de progreso constante, tuvo que hacer un alto para cambiarse la camiseta con Isa, ya que la suya le daba calor (¿o era que a Isa, al llevarla de tirantes, se le estaban cociendo los hombros? No me acuerdo muy bien).

¡Lo que hay que hacer por la mujer!

It's a hard life


El cansancio poco a poco iba haciendo mella, si bien cualquier amago de lamento, protesta, descontento o reproche por parte de Isa era reprimido con un "¿eso es una queja, Isa?"





Superamos el desvío de la Bojera, la playita y, al llegar a la poza de los cien metros lisos, me llevé la pequeña decepción del día. Estaba completamente seca, en comparación con el medio metro de agua que encontramos dos años atrás y que permitía correr sobre ella hasta dejarse caer de morros. A cambio, tuvimos la ocasión de conocer el lugar al atardecer, cuando el sol ya no puede traspasar las altas paredes de roca, el barranco se estrecha y, aun sin agua, no deja de ser un paraje espectacular.

La misma poza con una diferencia de dos años.







El angosto lugar de tránsito no nos dejó más opción que enfrentamos al agua extremadamente fría que nos aguardaba estancada en la poza de las gafas de Víctor, donde volvimos a felicitarnos por la gran idea de la colchoneta.



Sabedores de que ya sólo íbamos a caminar sobre seco, el grupo aceleró el ritmo mientras yo me inflaba a sacar fotos de todo aquel trecho lleno de pozas secas y enormes rocas desprendidas en el lecho del barranco. Víctor, que me aguardaba pacientemente, me confió el siguiente objetivo: "Yo quiero ver la presa con agua, como en las fotos que colgaste en el blog". Ni que decir tiene que acepté encantado la propuesta.











La presa era nuestro último obstáculo del día, pero la superamos sin incidencias y sin pausa, pues había ganas de llegar a Montanejos, después de más de seis horas desde que comenzamos a andar.


Qué ruín, esperando a que alguien diera un paso en falso...

...Pero no, todos subieron bien.



La última media hora pareció durar mucho más, era como si el barranco no quisiera permitir que nos marcháramos y en más de una ocasión tuvimos que volver sobre nuestros pasos para rectificar el camino elegido, pero al final llegamos al refugio, y de ahí al horno Collado, y de ahí al bar Mijares de la plaza. Nos costaba andar y nos apetecía bebernos un barranco de coca-cola, pero Joaquín padre nos esperaba a Víctor y a mí para recoger los coches. Al margen de las agujetas de los tres días posteriores, todo salió perfecto.

Misión cumplida. Nos lo merecíamos