lunes, 20 de abril de 2009

2ª parte

La segunda expedición ya sabía con alguna certeza lo que esperaba, pero poco más: no se había establecido un límite, simplemente un "vamos a ver hasta dónde llegamos". Víctor y Gloria estaban ese fin de semana acampados en El Refugio de Montanejos, donde el estruendo de las fiestas locales les impidió dormir hasta bien entrada la madrugada. Si alguien más iba, se decidían a remontar el barranco. Como no logré convencer a nadie más, el domingo 29 de julio de 2007, a las 8:39, con bastante sueño y 'El Perfume' para entretenerme por el camino, saqué el billete de cercanías Renfe con destino Caudiel, donde con puntualidad española fui recogido por la Meriva victoriana. Al llegar a Montanejos, un nada frugal almuerzo también en El Refugio fue el preludio, después de un innecesario y fugaz debate sobre qué hacer, del asalto a la Maimona, en torno al mediodía.


Otra vez la rampa de Piqueras, otra vez admiración por la vegetación, las poco profundas cuevas, los escaladores, al tiempo que algo intranquilos por la ausencia de un caudal de agua suficiente para ser cruzado a nado... Ese era el objetivo, ya que en esta ocasión el equipamiento era mejor, pero sólo un poco. Bañador sí, mochila única sí, cámara de fotos sí, comida NO y agua no mucha. Bueno, no importaba, tampoco nos íbamos a tirar todo el día en el barranco...


Otra vez la presa, que no dejó de significar una sorpresa en el camino. Unas cuantas fotos y trepamos por los escalones, un paseíto por la parte superior y bajamos por la ladera, ayudados esta vez sí por unos alambres oportunamente colocados. Caminando sobre seco y con un sol de justicia, algunos tan escépticos como ignorantes poníamos en duda el hallazgo de agua en el trayecto. Mientras tanto, nos sorprendió y fascinó el encuentro con tres cabras montesas apostadas tranquilamente en pose casi vertical. El barranco poco a poco se iba encañonando, el cauce giraba a la derecha y... la desesperanza se acrecienta. Donde esperábamos encontrar la primera poza sólo había un montón de piedras abrasadas al sol. Torcimos a la izquierda y... tampoco. ¿No era allí donde empezaba el agua? No del todo. Había que avanzar un poco más para ¡por fin! encontrar la primera poza con agua; sí, la poza de las gafas de Víctor.


Lo primero de todo era celebrarlo y felicitarse; chapotear, superar el pánico al agua congelada y con un nivel ligeramente inferior a la anterior ocasión, fotografiarse... y más adelante plantearse cómo vadearla. Ya se tenía experiencia, así que se hizo sin contratiempos. Las pequeñas pozas que aparecieron inmediatamente después hicieron las delicias de los tres: fotos de saltos, vídeos de chapuzones, 'posturitas' varias... La poza de la rabadilla de Javi también se atravesó sin novedad, en tanto que la roca circular ofreció menos dificultades para su sorteo por el inferior caudal. Llegó la poza de los cien metros lisos, lugar de encuentro con excursionistas que realizaban el descenso del barranco, las rocas donde posar para la foto, la florida vegetación adornando el entorno, la playita donde relajarse tranquilamente...


"Morena mía..." tarareaba Víctor mientras el lecho del barranco se iba ensanchando y el agua encontraba su cauce a los lados del valle, dejando la vegetación y las rocas en el centro. El día avanzaba, ya era media tarde... y el cielo se empezó a nublar. Llegamos al saltito. No muy alto, pero el más elevado del recorrido hasta ese momento, con un acceso relativamente fácil y con cierta profundidad en la poza para chapotear un poco. A partir de ese momento, el trayecto se convirtió en un saltar de piedra en piedra sin parar y abrirse paso a través de la maleza, todo ello, eso sí, en seco.


El cielo seguía nublado... y alguna gota de agua que todavía no había aterrizado en el barranco empezó a mojarnos. Alguna otra gota, alguna más... Procedían del cielo, pero caían en columna india, de una en una y pasando casi inadvertidas. Pero claro, estando donde estábamos, en un barranco, había que darse por advertidos. Por la cabeza de cada uno empezó a improvisarse un hipotético futuro inmediato: lluvia, lluvia torrencial, riada, buscar una posible escapatoria del barranco ahora que este tramo es amplio, ¿dónde quedaba aquel sendero que tomamos cuando vinimos con Javi?, llamada a emergencias, "mire, estamos en el barranco de la Maimona, parece que está empezando a llover, de momento no es nada pero puede que necesitemos ser evacuados", sálvese quien pueda…

El avance pasó a hacerse más presuroso y prácticamente en silencio, sólo interrumpido por cada vez más desesperados intercambios de pareceres sobre qué hacer y dónde buscar. "Yo creo que ya deberíamos haber encontrado el sendero ese a la izquierda", decía Víctor; "Sí, pero yo recuerdo una flecha roja grande en una roca grande en el centro del cauce en el lado contrario, es decir, en la cara que se ve si descendiéramos el barranco", replicaba yo, plenamente convencido... En estas intervino Gloria: "uy, mira, aquí hay unas marcas de sendero, dos rayitas blancas, que se van para la derecha…". No fue tenida en cuenta: por mi parte pensé que el sendero que tomamos en la anterior ocasión estaba al otro lado y que ese no nos llevaría a donde queríamos... Y seguimos adelante.


La angustia, sobre todo en Gloria, y la desesperación y la desorientación en Víctor y en mí aumentaba durante la casi media hora en la que mantuvimos la búsqueda. Sin alimento, sin agua tratada, sin saber cuánto tiempo tendríamos que pasar allí... Nada de lo que nos rodeaba nos sonaba, pero tampoco descartábamos del todo que hubiéramos estado allí antes. Víctor intentaba mitigar la desazón de Gloria, quien cada vez lo veía más negro: "Gloria, el que mucho sabe... ¡es porque mucho ha pasado!". Acabamos por llegar a un punto en el que todo resultaba completamente nuevo. Aun así, 'por si acaso' me aventuré a inspeccionar lo que habría detrás de aquel nuevo estrechamiento del valle, de donde venía el agua tras sortear un exiguo paso en el que las rocas le hacían conferir mayor velocidad hasta ir a reposar a aquel remanso en el que también se puede bracear durante un trecho. Mientras, Gloria y Víctor decidieron quedarse allí a descansar. Ella, que en El Refugio había comentado que sin mí no se atrevía a hacer el barranco porque yo sabría guiarnos sin ningún contratiempo, se encontraba en aquellos momentos desolada, desesperanzada y pensando que estaban completamente perdidos. Para colmo, un pequeño resbalón dio con su ya fatigado cuerpo sobre otra roca, y alguna lágrima furtiva se confundió con el agua del cauce y la procedente del cielo que, como si se compadeciera de su desánimo, había contenido sus ganas de dejar caer lluvia y se mantenía en niveles mínimos para no complicar más la situación.

Entretanto, yo había atravesado el estrechamiento y había hecho un doble descubrimiento. Me encontraba en un paraje en el que estaba completamente seguro de no haber estado nunca, como completamente seguro estaba de que ese lugar no era un lugar cualquiera. Esa especie de canal con gran cantidad de agua sobre el cual pendía encajada entre sus paredes una gran roca en forma de prisma rectangular sólo podía significar que habían llegado a aquel punto que decía Víctor que se encontraba en mitad del recorrido, allí donde estaba el salto de 8-10 metros al agua... Pero había que asegurarse.


Con prudencia pero todavía maravillado y con una creciente euforia a raíz del descubrimiento, al tiempo que sorprendido y algo fastidiado por tener la certeza de que habíamos pasado por alto el sendero que nos habría sacado del barranco y nos habría ahorrado sufrimiento, agobio y casi una hora en total de caminata, saltos y remojones, regresé con Vic&Glo. “Víctor, ¿la campana es algo así como una roca rectangular cruzada en medio del cañón?” “No he estado nunca, pero así es como me la han contado” “Pues está ahí detrás”. Y allí fuimos. Y allí encontramos un espacio profundo para nadar, para saltar al agua, una rudimentaria escalera en el otro extremo para salir de la poza y una pequeña cascada. Y más barranco para remontar, cuestión que, dada la situación, no entraba en nuestros planes más inmediatos. Éstos se basaban en dar media vuelta, encontrar el sendero y retornar a Montanejos antes de que aconteciera cualquier otra contingencia.

Retrocedimos buscando esa flecha que, ahora sí, según yo creía recordar perfectamente, nos la encontraríamos de bruces bien grande pintada en una roca. Después de cerca de otra media hora de búsqueda, Gloria por fin dijo: "aquí hay una flecha roja no muy grande y un poco escondida, en la cara opuesta, que se ve desde donde veníamos antes". Y, justo al lado, dos rayitas blancas paralelas, un poco más allá otro par de marcas y en un extremo un montoncito de piedras, también llamado mojón. Efectivamente. Cuando Gloria había advertido una hora antes sobre las marcas blancas que había visto y que vimos continuar por la derecha del barranco, a ninguno se nos ocurrió pensar o por lo menos decir en voz alta que esas marcas indicaban sendero y que ese sendero, igual que salía por la derecha, podía continuar por la izquierda, como así pudimos comprobar inmediatamente. Habíamos tenido la senda frente a nuestras narices y habíamos seguido avanzando bajo la incipiente lluvia porque no se nos ocurrió pensar que lo más normal es que un sendero, sobre todo si está señalizado, cruce un barranco en lugar de nacer o morir en él y por tanto tenga salida tanto a derecha, la que vimos, como a izquierda, que era la que estábamos buscando.


Emprendimos de esta manera el retorno a Montanejos por la margen izquierda del barranco, siguiendo la anhelada senda de la Bojera. La pronunciadísima pendiente nos elevó en pocos minutos sobre el nivel del cauce de forma considerable, a costa de nuestras ya maltrechas piernas. Recorrido un kilómetro y tras un pequeño receso para recuperar el aliento tomamos a la izquierda la pista forestal que nos llevó al punto más alto del sendero. Nos había llevado casi una hora de camino, siempre en ascenso, unas veces más suave y otras más acusado, aunque ahora no pisábamos sobre roca o sobre agua sino sobre la tierra de la pista que atraviesa el bosque. En el desvío, otra vez a la izquierda, iniciamos el descenso.


Al principio, suave, bordeando a media altura la ladera de la montaña, con árboles a ambos lados. Más adelante, con un espectacular terraplén a la izquierda, un abismo que finaliza en el fondo del barranco. La vista en este tramo aéreo es espectacular: panorámica desde el primer encajonamiento del valle -la poza de las gafas de Víctor, donde el barranco efectúa rotundos zigzagueos hasta desaparecer entre piedras- hasta el mismo pueblo de Montanejos. El tramo final, en el que el sendero se interna nuevamente en otro encantador bosquecillo, fue recorrido casi de manera automática. Las piernas iban solas empujadas por las lazadas que trazan la fuerte pendiente en descenso; la cabeza sólo pensaba en una cosa. Bueno, dos: beber y comer.


El pueblo estaba cerca. Los depósitos de agua, las primeras casas, el cuartel de la guardia civil, la última cuesta donde si te echas a rodar acabas inmediatamente en la calle principal... y una fuente. Pero no era suficiente: los bares de la plaza, como un domingo cualquiera de verano a las ocho de la tarde, nos esperaban, abarrotados de gente que miraba a estos tres desharrapados que sólo pensábamos en sentarnos en una mesa y avituallarnos. Un litro de coca-cola (99 cl concretamente) para nosotros, 'sólo' dos latas para Gloria, agua, patatas bravas, bolitas de patata, calamares... Tapas y más tapas que ya no recuerdo y que devoramos con primitiva brutalidad. Lejos quedaba ese almuerzo a las 12 del mediodía, el gasto de energía después de más de 11 kilómetros de ruta había sido grande y la incertidumbre sufrida también.

Ya casi de noche, camino del coche, encontramos al primo Jose en otro de los bares. Le relatamos nuestra aventura y éste comentó que lo verdaderamente interesante era "hacer el recorrido completo, desde Fuente de la Reina a Montanejos, por la Maimona". Alentados por esta idea, emprendimos viaje de vuelta, y antes de llegar a Caudiel el cielo por fin descargó sobre nosotros esa lluvia que había retenido durante toda la tarde para no meternos en un lío más gordo. Ya no importaba, en poco más de una hora estábamos en casa y con ganas de regresar para ese más difícil todavía.

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