lunes, 20 de abril de 2009

3ª parte

Ese más difícil todavía llegó bastante antes de lo que esperábamos, apenas 20 días después, el sábado 18 de agosto. Se empezó a gestar dos días antes: un SMS que me mandó Rafa desvelaba un hueco en su apretada agenda de actividades polideportivas y sugería para cuanto antes mejor una visita a la Maimona. El relato que le conté y las fotografías que le enseñé de la excursión le convencieron y convinimos en que el sábado iríamos Pepa y él, junto al mito Paquito Cobos, Víctor y yo.

Pero resulta que el viernes por la noche David se sintió activo y aventurero y se interesó por el plan. Había que estar en marcha antes de las 9 de la mañana, pero aseguró que no tenía nada mejor que hacer y que se apuntaba a la excursión. Pese a todo, no dejó de sorprenderme que a la hora prevista, 8:30 de la madrugada, estuviera en el patio mochila en la espalda, gorra en la cabeza y bañador en ristre dispuesto a la aventura.

Llegamos a Montanejos un poco antes que el grupo de Rafa y una tentación empezó a persuadirme: a mi mente venían las palabras del primo Jose. Si según él desde Fuente de la Reina a Montanejos se empleaban 4 o 5 horas... ¿por qué no intentarlo? Eran las 10:30 y nos daría tiempo de sobra, disponíamos de dos vehículos para dejar uno al principio y otro al final del recorrido, y dado que la tropa de Rafa todavía no había llegado, se podía ir 'adelantando faena' y hacer un viaje a Fuente de la Reina, dejar allí a Víctor y David y volver luego a por Rafa, Josefa, Paquito y Luis, que también se había apuntado a última hora. Sí, era una idea muy tentadora... Se lo comenté a mis dos compañeros y no pusieron objeción.

20 minutos hay de camino (unos 20 km) entre ambos pueblos, pasando por la aldea de Los Calpes, que quedaba a unos cinco de Fuente de la Reina. Con la piel casi de gallina por la emoción cruzamos el puente que al llegar al pueblo supera el río Maimona, como bien indica un cartel. No había tiempo para entretenerse: David y Víctor se quedaron en el pueblo con una doble misión: hacerse con unos bocatas para comer y averiguar dónde comenzaba la ruta. Mientras, me fui en plan rally en busca del grupo de Rafa, que había llegado a Montanejos y ya se estaba barranqueando encima.

Al enterarse del plan, Rafa me preguntó: "¿Crees que nos dará tiempo a hacer el barranco entero? ¿Y a volver luego a por tu coche?", a lo cual respondí, muy ufano, más o menos lo siguiente: "Sí, sin duda, yo creo que sí, nos dijeron que son unas cuatro o cinco horas. Son poco más de las 11, hasta las 5 o las 6 hay tiempo de sobra". Ya todos en Fuente de la Reina, nos pusimos en camino, dejado el Fusion a la entrada de Fuente de la Reina con todas nuestras pertenencias, las que no íbamos a necesitar y las que sí, como por ejemplo, un solo teléfono móvil o un triste reloj.


No puedo negarlo, después de la pronunciada bajada al río y de encontrar un acceso entre los cañaverales para meternos los siete en el agua helada, pensé: "aquí comienza el descenso completo de la Maimona, un comienzo modesto pero no deja de ser el comienzo". El comienzo era un trozo de río normal, con caídas de agua no superiores a dos palmos entre rocas, un cauce relativamente estrecho... El tránsito no era muy cómodo, porque el agua estaba helada (el agua corriente de río es lo que tiene), porque el suelo donde pisábamos era bastante irregular y las rocas algo resbaladizas y poco planas. Pero íbamos avanzando, en fila india, con el agua hasta el ombligo (eso yo, algunos casi hasta el cuello) y sin más dificultades. Sólo un pero: no encontrábamos ninguna poza o lugar donde poder efectuar un chapoteo, si bien esperábamos que no tardaran en llegar.

Lo que no tardó en llegar fue una complicación tras otra: la primera se hizo un muro. Se hizo un muro delante de nosotros, había una presa que nos impedía el paso a no ser que nos liquidificásemos. Claro, conocedores Víctor y yo de la presa que hay en el barranco cerca de Montanejos, esperábamos que su abordaje resultara igual de sencillo. Bueno, sí y no: como en la otra, para subir había una escalera, al llegar arriba un muro de más de medio metro de ancho y para bajar una cuerda. Sin embargo, había unas pequeñas diferencias: la presa era bastante más antigua que la otra, por allí hacía bastante tiempo que no debía pasar nadie, para subir la escalera no estaba hecha de obra sobre la montaña sino que era de hierro y estaba anclada a la pared, el muro de la presa tenía en su parte superior un tobogán de más de tres metros para poder acceder a la cuerda que 'permitía' el descenso, y ésta no era sino una soga atada a la enclenque rama de un árbol. Y por ahí teníamos que pasar los siete: o eso o darnos media vuelta.


Uno por uno fuimos pasando por las pruebas de Humor Amarillo. La escalera no ofrecía complicación, si bien encima del muro no cabíamos los siete y había que ir con calma. Lo de bajar el tobogán ya era un poco más complicado, aunque únicamente bastaba con dejarse caer por la piedra, y no todos estábamos seguros de bajar en línea recta y no irse hacia un lado. Pero el gran reto, la prueba "Líete tu de la liana" era descender por la cuerda. En circunstancias normales, cualquier otro que no fuera un torpe y negado para cualquier ejercicio de mínimo riesgo como yo habría descendido sin mayores problemas por una cuerda de menos de tres metros y con algunos salientes en el muro para apoyarse. Pero las circunstancias no eran normales: abajo no había un suelo regular y firme, sino una roca encima de más rocas; si la caída no era limpia y se perdía el equilibrio hacia la izquierda, la siguiente parada estaba a cinco metros previo paso por más piedras. Para complicarlo un poquito más, la cuerda no ofrecía ninguna garantía: estaba amarrada a una roca que fácilmente podía, si no resquebrajarse, sí ceder y balancear como un péndulo al desventurado que estuviera asido a ella.


Todos bajamos más o menos bien, unos con más miedo, otros con más decisión, mientras los que quedaban arriba sujetaban la rama firmemente. Pero cuando llegó el turno de David, se prendió de la soga y comenzó a bajar, pero en ese momento, todavía nadie sabe por qué, Luis soltó la rama y David quedó a merced de la gravedad. Se abrazó a la cuerda como si... No, mejor, porque le iba la vida en ello, y después de permanecer en el vacío durante unos interminables instantes, su cuerpo, vestido sólo con el bañador, chocó contra el irregular muro. Aun así, mantuvo la serenidad suficiente para agarrar la cuerda con todo y llegar al suelo, eso sí, con el pánico todavía reflejado en su rostro.

"¿Pero por qué coño ha soltado la rama este...?", empezó a decir David. El resto de sus palabras se perdieron con el sonido del agua que atravesaba la presa y seguía su curso barranco abajo. En cualquier caso, basta con decir que durante el resto del día David y Luis descartaron la posibilidad de continuar conociéndose. Por fortuna, amén del susto (mayúsculo) y algunos arañazos (irrelevantes tal y como acabó la jornada), no había que lamentar ningún daño. Y ya que se había superado un obstáculo tan importante, no procedía sino seguir adelante.


Tras la presa había una especie de poza-piscina, una de las más amplias y profundas de todo el recorrido, pero con trampa, ya que al final de ella no se iba a ningún sitio. El camino correcto consistía en un canal de no más de tres palmos de ancho que bordeaba la montaña de la derecha y que les sacó del agua durante unos minutos, ya que el barranco se ensanchaba y desembocamos en lo que en otro tiempo debían ser bancales y plantaciones y ahora estaban abandonados.


Aquello no era lo que esperábamos. En lugar de un cauce amplio con rocas y para saltar y agua en la que zambullirse encontramos un barranco casi salvaje, con abundante vegetación y mala hierba y una corriente de agua de escasamente un metro de profundidad en el centro, protegida por cañaverales y zarzas, y por donde teníamos necesariamente que discurrir para llegar a algún sitio. Además, los cálculos temporales tampoco se cumplían: si la campana estaba en mitad del recorrido, y éste constaba de cuatro o cinco horas, era un buen sitio para detenerse y comer. Pero el tiempo pasaba y todo parecido con el entorno de la campana era fruto de la imaginación y de las ansias de Víctor y mías por llegar al primer lugar conocido en el barranco. Comimos en cualquier sitio, algunos un buen bocata y otros como Luis un triste sandwich, ya que su previsión por la mañana era... ¡volver a casa a comer!

Tras el receso, el panorama no cambió nada; en el mejor de los casos, quedaba algún campo en los márgenes del cauce por el que transitar y con matojos como únicos obstáculos; en el peor, prácticamente durante todo el recorrido, había que ir apartando las ramas punzantes, los juncos y los troncos entre arañazos, tropezones y caídas.

La tropa empezaba a impacientarse: Rafa vociferaba mi 'nombre' (Jenaro) para preguntarme qué estaba pasando, dónde estaba la campana, y cómo se salía de allí. David empezaba a acusar su fragilidad en los tobillos y que su botilde cada vez tenía la boca más amplia. Cada mala pisada acababa en una torcedura y en un "¡me cago en tu vieja!", seguido de un "¡Manolito!" irónico por parte de Paquito Cobos.


Como nadie sabía calcular la hora por la posición del sol, no teníamos ni idea de qué hora era: sólo pensábamos en encontrarnos con un paraje más amable. Víctor y yo pretendíamos dar respuestas y aceleramos el paso, tanto que cuando nos dimos cuenta nos habíamos quedado solos, momento que aprovechamos para certificar con palabras lo que era evidente que estábamos pensando: "No entiendo nada". "¿Dónde estamos?" "Parece que estemos en otro barranco". "Si eran cuatro o cinco horas en total ya teníamos que haber llegado a la campana". Pero no lográbamos salir de ahí. Esperábamos a nuestros compañeros que caminaban penosamente entre el agua y la vegetación y al rato ya nos habíamos vuelto a adelantar demasiado, no lo suficiente como para no escuchar a nuestros seguidores. "¿Y la campana, seguro que existe, o se la han llevado?" (Pepa) "¡Jenaro, eres un globero! ¡No vayas tan rápido!" (Rafa) "¡Aaaahhh! ¡Me cago en tu vieja!" (David).

Por fin llegamos a un tramo algo más agradable. Las rocas echaban a un lado la maleza y aparecían algunas pozas y espacios donde poder bracear momentáneamente o al menos sentarse en una piedra sin temor a que ésta se moviera o tras ella apareciera una zarza. Incluso yo, buscando una mínima razón para ser optimista, le comentaba a Víctor: "esto ya se va pareciendo más a lo que conocemos, la campana no tiene que estar lejos". Espejismo. Tras ese tramo regresaban de nuevo la vegetación, el fango y las dificultades para avanzar. La expedición ya estaba hastiada, desquiciada, exasperada, exhausta, maltrecha y entregada. No era del todo correcto afirmar que estábamos perdidos, porque sabíamos que si continuábamos por el barranco llegaríamos en algún momento a algún sitio conocido, pero no sabíamos cuando, y ya empezábamos a temer que empezara a oscurecer sin que nosotros hubiéramos dejado de vagar por aquel intransitable lugar. El objetivo ya no era llegar a la campana, ni siquiera llegar a un sitio lleno de pozas, toboganes y diversión, sino encontrar alguna escapatoria para salir cuanto antes de aquel barranco y llegar a la carretera, "y parar un coche y que me lleve a Montanejos, por las buenas o por las malas: hago lo que sea, si es preciso me espatarro en medio de la carretera", aseveraba Rafa.


Volvimos a desembocar en un tramo ligeramente más benévolo, con un cauce más amplio y menos selvático. Al fondo, una pista forestal cruzaba el cauce. Era un buen momento para hacer parada y reflexionar. Llegó el resto del grupo: llegaron Pepa y Rafa, con ganas de matar al globero de Jenaro; llegó David, con su zapatilla hecha añicos, reventado, indemne ya al sufrimiento y capaz sólo de exhalar un casi terminal "¿Bueno, qué? ¿Ya habéis decidido lo que vamos a hacer?"llegó Luis, con la camiseta anudada a la frente; llegó Paquito, con las gafas de sol en la cabeza y cara de ningún amigo, así que antes de que los guías pudiéramos decir nada, Pepa y Rafa tomaron la pista hacia la izquierda y descubrieron unas marcas amarillas y blancas, que inequívocamente anunciaban sendero de pequeño recorrido. Era un gran descubrimiento, y así me lo intentaban hacer ver: "Si hay marcas de sendero estamos salvados, porque seguro que nos llevan a algún sitio".


Claro, para mí, ese 'algún sitio' era algo bastante abstracto, y seguía aferrándome a lo que sabía que nos llevaría a un sitio concreto, y eso era mantener la ruta por el barranco porque sabíamos que nos llevaría, tarde o temprano, a Montanejos. Para ayudar a decidirnos, en aquel momento pasaron por el sendero, a unos metros de nosotros, dos senderistas. Dos guiris. Pepa y Rafa les asaltaron: "Por favor, ¿qué hora es?" Eran casi las cinco y media. Llevábamos cerca de ¡seis horas! en un barranco que teóricamente de principio a fin se recorría en cuatro o cinco, ¡y no habíamos llegado ni a la mitad, o lo que se suponía que era la mitad del recorrido, la dichosa campana!

Había que salir de allí como fuera, y Pepa y Rafa lo tenían muy claro, y más después de hablar con los guiris. Ellos venían de Montanejos guiados por el sendero, llevaban unas dos horas de camino, y se dirigían a Los Calpes. Sí, Los Calpes, esa aldea que estaba a sólo cinco kilómetros de Fuente de la Reina. ¿Cómo podía ser? De cualquier forma, la decisión estaba tomada por parte de los nuevos guías: pegarse al culo de la pareja de guiris. Rafa terminó por convencerme: "es la mejor opción. Si les seguimos llegaremos a Los Calpes, allí podremos comer y beber algo y ellos tienen un coche, les podemos pedir que nos acerquen a por el tuyo. Además, cuando se está harto de tanto río y de tanta agua es mejor cambiar". Y me dejé llevar por la idea de que los guiris nos acercarían a por mi coche, que siempre era mejor que llegar hasta Montanejos y hacer que Rafa tuviera que retroceder para acercarme a Fuente de la Reina y coger el Fusion.

Comenzamos a andar, cuesta arriba para seguir poniendo a prueba nuestra capacidad de sufrimiento, primero por la pista forestal, pero poco después la abandonamos para coger un camino que trepaba por la montaña a través de empinadas lazadas, plagado de piedras sueltas. Los guiris llevaban un ritmo alto al que Pepa y Rafa lograban responder, pero aquella pendiente ya era demasiado para mí. Hundido psicológicamente por el fracaso de la expedición, las fuerzas me abandonaron. Lo que se había presentado y vendido como un día de disfrute con una compañía excepcional había acabado en un verdadero infierno. Pepa, Rafa y Paquito eran unos expertos y seguro que se esperaban algo mucho mejor planificado. Luis también con el agravante de que le había conocido ese día. David... David, un individuo que ya había estado en Montanejos con Víctor y yo para realizar la ascensión a la cueva negra -ascensión que no llega al kilómetro con un desnivel de aproximadamente 170 metros-, pero que como ejemplo de afición por enfrentarse a la naturaleza en estado puro pasó siete días en un cámping de Ordesa y lo más cerca que estuvo del Parque Nacional fue al sentarse en la terracita del bar. David podía argumentar que lo habíamos llevado engañado y que contábamos unas excelencias de nuestras excursiones que aquel día no habían aparecido por ningún sitio. No habíamos llegado a la campana, llevábamos todos el cuerpo lleno de arañazos, estábamos hambrientos, sedientos, no llevábamos reloj ni teléfono, no sabíamos dónde estábamos ni cuánto tiempo tenía que pasar todavía hasta que llegáramos a nuestros coches... Como principal (ir)responsable y (des)organizador de la jornada, había demostrado ser un puto globero. Todavía hoy, cuando pienso en ello, me deprimo. No encontraba respuestas a nada, y Víctor tampoco sabía dármelas, pues estaba tan perdido, desesperado y desconsolado como yo. En tal apuro me dio Rafa que me tuvo que ofrecer una barrita energética porque la pájara estaba pasando a ser también física.

Para colmo, no tardamos en comprobar que, además de que prácticamente encima de nosotros estaba Los Calpes, incluso podíamos ver a lo lejos Fuente de la Reina. Nuestro punto de partida. ¿Alguien se lo podía explicar? ¿Es que habíamos estado dando vueltas en círculo? Sin comprender nada, apenas nos fijábamos en el recorrido que estábamos siguiendo: a través de un campo de almendros, por un ribazo, otra vez por una pista forestal... Cada uno al ritmo que podía intentando no perder a su predecesor.

Teóricamente los más de 2,5 km hasta Los Calpes, con 150 m de desnivel, se recorre en casi una hora, pero nosotros, al llevar el ritmo de los guiris salvadores, lo hicimos en poco más de media. El sendero nos llevó a la carretera de entrada de Los Calpes, a algunos centenares de metros de las cuatro casas que conforman la aldea. Lo que más apetecía en esos momentos era tirarse en un lado de la travesía, previo paso por el bar para atiborrarse de lo que hubiera, que no era mucho, coca-cola y bolsas de aperitivos. Pero aún quedaba faena: 1. había prisa, sobre todo en el grupo de Rafa, ya que eran cerca de las 18:30 y el citado tenía que entrar a trabajar en hora y media, pero otros, como Víctor, tenían que estar a una hora decente, pues aquel día era 18 de agosto, o lo que es lo mismo, el cumpleaños de Gloria, y habían quedado a cenar, y 2. estábamos en tierra de nadie, porque aunque en lo alto de un monte Fuente de la Reina nos miraba y parecía jactarse de nosotros, estaba a 5 kilómetros, y había que ir hasta allí pues era el punto en el que se ubicaba un vehículo del que tuviéramos llaves, en este caso el mío.

5 kilómetros que había que recorrer como fuera y lo antes posible. Los guiris habían alcanzado su coche y estaban descansando y refrescándose: la idea inicial de pedirles/suplicarles que nos acercaran a alguno de nosotros a Fuente de la Reina se iba diluyendo, pues Rafa argumentaba y con razón que daba palo con las pintas que llevábamos subir a un coche ajeno. Así que encontró otra solución: cubrir la distancia hasta Fuente de la Reina... corriendo, "y así de paso entreno". ¡Entreno! ¡Un entrenamiento! ¡Cascarse cinco mil metros corriendo después de seis horas maltratando el cuerpo en el barranco no era más que un entrenamiento! Le di las llaves. Nadie le frenó. A David, Víctor y Paquito ya les cansaba el hecho de pensar en ello. Pepa animaba a Rafa a llevar a cabo lo que a la mayoría nos parecía una hazaña. Luis arrancó tras él y realmente yo también pensé en hacerlo, al fin y al cabo era mi coche y era responsable de todo lo que había pasado. Pero sólo me quedé en el pensamiento. Cien metros después de empezar, Luis se lo pensó mejor, paró y dio media vuelta. Estábamos en manos de Rafa y de que fuera capaz de hacerlo.

Y mientras, para sonrojo de los que le esperábamos, nuestra única tarea era beber y esperar. Nadie tenía ganas de hablar, en especial Víctor y yo, que no estábamos ni para las buenas tardes. Ante tanto silencio e inanición, desde un extremo del grupo, David apenas articuló: "¿Pero es que soy el único que tiene frío?" Se había levantado un viento que ya superaba la agradable brisa, y allí, por mucho que estuviéramos en mitad de la aldea, no había construcciones suficientes para que pudiéramos estar al abrigo de algo. En teoría, Rafa no tardaría mucho más de 20 minutos, si no pasaba nada, y así fue, pero no dejó de sorprender su heroicidad cuando apareció al volante del Fusion.

No había tiempo para nada más que despedirse y largarse a Montanejos, a por el Ibiza, evidentemente conmigo a bordo, para poder volver a recoger a Víctor y a David, "y pásate por el horno y tráenos unas magdalenas", apuntó Víctor, "y date prisa que empieza a hacer rasquita", añadió David. Una breve visita al horno fue el preludio de la despedida, pese a todo cordial, del grupo de Rafa. Víctor y David me esperaban a la entrada de Los Calpes, en medio de la carretera con ganas de ponerse a cubierto, llenar el estómago y volver a casa, que el día había sido largo.

Epílogo
"Voy a matar a Jenaro" fue el saludo a modo de buenas noches cuando Rafa ya llevaba un rato en el trabajo. "Mira, mira", le dijo a Bego mostrándole los arañazos por todo el cuerpo. No era el único, lógicamente, todos teníamos y tuvimos durante varios días sobre nuestro ser el rastro de la 'maimonada', secuelas tanto físicas como psicológicas.

Al día siguiente, David casi se cae de la cama al intentar levantarse, tenía los brazos y las piernas "inutilizados". "Creo que hicimos camino donde no lo había", manifestó. No obstante, también afirmó que estaba dispuesto a repetir, ya que "después de ver la muerte tan de cerca en la cuerda, estoy para lo que me echen".

Las horas siguientes de Víctor y mías fueron aún peores. Víctor fue el primero en saberlo: el día anterior lo habíamos hecho todo al revés. "Mi padre no daba crédito a lo que yo le contaba, así que coincidiendo que ayer lunes tenían en Montanejos mercado le preguntó a mi primo; sí, sí, mi primo el del bar". ¿Y? "No hombre, no, la Maimona empieza desde una senda antes de llegar a Los Calpes, desde Fuente de la Reina está casi imposible". El matiz del casi era importante, porque nosotros, pese a todos los pesares, lo habíamos hecho. Aquí había habido un problema de lenguaje: ¿por qué cojones el primo nos había dicho 20 días antes todo lo contrario? ¿O es que lo habíamos entendido al revés? "Sigo frustradísimo con ese día. No teníamos la información correcta. Hemos perdido mucha credibilidad", sentenció Víctor.

Había que afrontar la realidad, asumir el error y transmitirle a Rafa el 'descubrimiento': "Si todavía me quedaba algo de credibilidad después de lo del sábado, con lo que te voy a decir vas a lamentar haberme conocido. El primo de Víctor manifestó ayer al padre del susodicho que el descenso de la Maimona empieza en... Los Calpes. Es decir, en el punto en el que tuvimos que abandonar la aventura (bueno, más bien la desventura) es el lugar desde donde se ha de empezar el descenso del barranco". Además, le informé de la siguiente noticia que había encontrado por internet:

(fuente: elperiodicomediterráneo.com)
http://www.elperiodicomediterraneo.com/noticias/noticia.asp?pkid=43125)

Localizado en el barranco de La Maimona un montañero perdido

21/03/2003 REDACCIÓN CASTELLÓN
Agentes de la Guardia Civil localizaron a última hora de la tarde del miércoles en el barranco de La Maimona, en el término de Montanejos a un montañero que se había extraviado y se encontraba perdido.
Según informaron fuentes de ese cuerpo, el Centro Operativo de Servicios (COS) de la Guardia Civil de Castellón recibió una llamada telefónica de una persona realizada desde el denominado Refugio de montaña de la localidad de Montanejos, que alertó de que su amigo, David F., de 23 años, se hallaba extraviado en algún punto de la montaña, entre la pedanía de Los Calpes y Montanejos. Llevaba un teléfono móvil pero que no respondía a sus llamadas.
Con los datos aportados, el COS dispuso inmediatamente un dispositivo de búsqueda del joven con patrullas de la Guardia civil de la zona, ya que se temía por la integridad física del montañero, debido a lo escarpado del terreno y a que ya estaba anocheciendo.
Finalmente, la búsqueda dio sus frutos y el joven fue localizado, sobre las nueve de la noche de ese mismo día, en el barranco de La Maimona, en la pista forestal de la pedanía de Los Calpes a la localidad de Montán.
El montañero, según las mismas fuentes, se encontraba en perfecto estado de salud, aunque mostraba síntomas de hipotermia al carecer de ropa de abrigo, por lo que fue trasladado al conocido como Refugio de los escaladores.

"No tienes perdón de dios. Me estás diciendo que acabamos la ruta justo donde la teníamos que haber empezado... ¿Tú sabes lo que me estás diciendo? Anormaaaaaaal!!!!! JAJAJAJAJAJAJAJAJA QUÉ PUTO GLOBERO ERES!!!" fue la respuesta de Rafa. El tono jocoso se debió sin duda a que ya habían pasado 72 horas y lo enfocaba de una manera menos furibunda.

1 comentario:

  1. Pues tío, desde la distancia temporal me doy cuenta de que os supo muy mal, pero no creas que nadie tiene rencores. Yo lo volvería a hacer, Paquito también y Pepa también. Sobre Luis no pondría la mano en el fuego, pero no dudéis, ni tú ni Víctor, que fue un día especial, algo problemático en su momento, pero cuando se llega al final sin consecuencias yo lo miro con alegría.

    Cómo me he reído leyéndolo...

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