jueves, 8 de diciembre de 2011

La inútil, olvidada y secreta Línea P









A poco más de media hora de Andorra, a unos 25 kilómetros al este de la Seu d'Urgell, se encuentra el municipio de Montellà i Martinet, de poco más de 650 habitantes, que alberga el Parc dels Búnquers. La histórica frontera natural y puerta de acceso a la Península de los montes Pirineos siempre fue objeto de deseo, punto de encuentro y obstáculo para conquistadores y defensores. Nos centramos en este lugar en un momento de la historia. Después de la Guerra Civil, y con la Segunda Mundial en pleno desvarío, a alguien de nombre Francisco le entró la paranoia de 'proteger' España de una ¿posible? invasión a través de la cordillera pirenaica, ya fuera de los nazis, de los maquis, de los aliados, de los comunistas o de todo aquél que tuviera envidia de la grandeza de la madre patria. Para ello, se le ocurrió ordenar la construcción de unos 10.000 búnqueres desde el cabo de Creus hasta el País Vasco, desde el Mediterráneo hasta el Cantábrico, que acabarían con cualquier intrusión en territorio español. Para ello, dio vía libre a la expropiación de tierras e 'invitó' a mineros asturianos, ingenieros y soldados de la reserva a llevar a cabo tan magna obra. Ni se terminó -se construyó aproximadamente la mitad- ni se utilizó, ni se equipó, ni se pudo financiar por su elevado coste, la precariedad de la posguerra y su ulterior carencia de sentido, ni sirvió de nada, porque poco tiempo después se abrió la frontera con Francia, los medios aéreos sustituyeron a los terrestres en los ataques bélicos y el demencial proyecto se abandonó y se guardó en un cajón con la esperanza de que se olvidara y nadie preguntara por él.

La visita al Parc -la Cerdanya, región donde se ubica, se consideraba un punto estratégico y concentra una gran cantidad de búnqueres-, previo pago de 8 eurazos, comienza con un audiovisual en el que explica la particular 'línea Maginot' que se quiso aplicar en este caso entre 1944 y 1957 bajo el nombre en clave de línea P (de Pirineos, aunque también puede ser de Pérez) o línea Gutiérrez (no tenía otro apellido más rimbombante el coronel que participó en una reunión sobre la cuestión). Se visitan unos cuantos búnqueres -puntos de combate, puntos de artillería, nidos de ametralladoras- y se recorren galerías subterráneas. Nada más comenzar la visita, la guía descarta el morbo como elemento motivador, ya que no se dio uso a las instalaciones. No obstante, queda imaginar, mientras se discurre encorvado y puliendo el techo con el casco por los túneless y se dispara la mirada por los ojos de los búnqueres, el paisaje físico e intelectual de hace casi 70 años para intentar comprender los motivos de aquella fastuosa oda al despropósito. La ubicación era buena para defender la frontera montañosa, la fluvial del Segre y la carretera (N-260), pero en los años 40 poco se podría haber hecho ante los bombardeos aéreos. Y nada se hizo, ni se terminó.

Además de las construcciones, del macroproyecto se derivó en la Cerdanya la integración que en algunos casos se produjo entre obreros y lugareñas hasta acabar en matrimonios, y las expropiaciones de tierras que con el paso de los años, y tras el completo abandono de los búnqueres, fueron recuperadas por la vía de los hechos por sus anteriores propietarios. Ya en plena transición, una nueva revisión por parte del Ministerio de Defensa, propietario de todas las construcciones de la línea P, volvió a desposeer a sus dueños de ellas. Y aun hoy día, cuentan en el Parc, se dificulta por parte de la Administración la investigación de todo lo relacionado con este proyecto. Desconozco los motivos.









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