La etapa más larga. Empezó por la mañana y terminó casi de
noche. Tardamos más de una semana en completar el recorrido. La cadena de la
bici de Víctor volvió a ser protagonista, pero esta vez cuando apenas habíamos
rodado 10 kilómetros .
Emprendimos el habitual recorrido hasta Riba-roja, trepamos por la durísima
rampa que lleva desde el río a las primeras calles del pueblo y atravesamos el
Beverly Hills riba-rojero, un lugar por el que no pasearía solo y desarmado,
hasta llegar a la rotonda que da acceso a la subida a las antenas, 300 metros bastante
exigentes.
Y vaya si lo fueron. A mitad de ascensión, mientras subía
con desarrollo 1x1 y avanzando en horizontal, Víctor profirió un grito
aterrador a mi espalda, motivo más que suficiente para detenerme. La cadena se
había vuelto a tronchar, esta vez en pleno esfuerzo, en plena tensión. Tras
maldecir a la cadena, al cambio, a la bici y a Emery, comprendimos que, después
de todo, habíamos tenido suerte. Riba-roja estaba a nuestros pies, y todo era
cuestión de buscar un taller. Terminamos caminando la ascensión, nos juramos
que volveríamos y emprendimos el descenso, que afortunadamente concluía justo
tras pasar la zona cero calé, por lo que Víctor pudo haberlo a bordo de la BTwin como si nada hubiera
pasado.
En Bicicletas Folgado nos pidieron una hora para llevar a
cabo la reparación, así que lo vimos claro: no nos quedaba otra que irnos a
almorzar al Bar '¿Quieresquesoenelbocata?' Conchín. No por haber realizado un
esfuerzo menor el almuerzo había de ser menor, pues la tensión acumulada
también nos había desgastado. Tras el ágape, en el taller nos explicaron lo
ocurrido: a la cadena le faltaban varios eslabones e iba tensa a más no poder,
por lo que les habían añadido unos cuantos. El cambio también funcionaba sin
problemas, pero en el caballete; puestos en camino volvió Mr. Tambourine Man,
volvió el soniquete de pandereta y las dificultades para modificar el
desarrollo. Eso sí, la cadena funcionó perfectamente. Dada la hora, no nos
quedaba más tiempo que hacer una vuelta de reconocimiento por los campos de
Benaguasil antes regresar a La
Canyada y buscar nueva fecha para la etapa.
A la segunda se nos dio mejor el apartado técnico. Víctor
pudo completar la ascensión a las antenas del tirón, no así yo, que hice una breve
pausa. En la cima, coincidimos en la sensación de que "nos ardía el
pecho" después de la asfixiante subida. Regresamos al río para dirigirnos
a Benaguasil y de allí a la
Pobla de Vallbona por un nuevo pero amorfo carril bici que el
viento ayudaba a hacer más incómodo. Bombas, donuts y cola-caos hicieron las
veces de los bocatas del almuerzo. Tras el breve pero suficiente
avituallamiento, volvimos a Benaguasil, esta vez en un agradable trayecto por
el Camí del Real entre huertas y naranjos con la intención de acercarnos a
'ver' cómo era la subida al Santuari de la Verge de Montiel, de poco más de un kilómetro. Ya
allí, empezamos, empezamos y a un ritmo pausado y casi de la mano la
completamos. Ya no daba el sol en esa cara de la montaña y disfrutamos de la
ascensión, la estancia arriba con las vistas de parte del Camp de Túria y la
bajada con sus cuatro curvas de herradura.
Nos quedaba una larga bajada nuevamente hasta el Túria por
caminos a ratos asfaltados, a ratos pedregosos. La tarde se agotaba y conforme
nos acercábamos al agua íbamos degustando el aperitivo de la cena en forma de
nubes de mosquitos que no siempre lográbamos esquivar a nuestro paso. Además,
empezábamos a notarnos cargados y nos quedaban más de 10 kilómetros y la
subida a La Canyada. Esta
vez, el esfuerzo acabó pasando factura: regresó Languivic con su cojera y sus
rodillas tocadas, que sólo las manos del fisio podían poner a punto para la
siguiente salida.
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