"No me he sentido rodando a gusto en ningún
momento", resumía Víctor al finalizar la etapa. Desde luego, la ruta
vespertina a Marines no quedará en nuestra memoria como una de las más
divertidas ni agradables. Y la habíamos preparado casi bien: Víctor no había
tenido molestias en las rodillas tras la etapa de Cheste (“todo era cuestión de
bajar el sillín”), ya tenía su maillot rojo, su mochila para guardar más agua,
la chaqueta y algo de alimento, yo había sustituido el chaleco reflectante que
no llegamos a utilizar en la anterior etapa de tarde por un maillot amarillo
chillón "por si acaso se nos hacía de noche"... Pero descuidamos un
detalle: el encargado del material -o sea, Víctor- no había revisado las bicis.
Llegamos ya con ligero retraso al control de firmas y nos aguardaba un pinchazo
de la rueda delantera de Víctor resultado de los tortuosos caminos de la ruta
de la semana anterior a Cheste. Entre desmontar la rueda, llevarla a la tienda
del 'otro' Víctor Martínez, implorarle que nos la arreglara para ya, recibir la
explicación de que habría sido por un "pellizco" en la cámara y
regresar para volver a montarla se nos fue media hora larga, con lo cual
arrancamos con más de una hora de retraso sobre el horario previsto. Y lo que
tarde empieza, tarde acaba. Pero arrancamos.
El siguiente obstáculo fue encontrarnos la carretera de San
Antonio de Benagéber a Bétera en obras y el camino que teníamos que coger
obstruido y embarrado. Superada la dificultad, avanzamos entre urbanizaciones y
vertederos con pinos, en otros tiempos montes, pero que aún nos ofrecían
conejos y ardillas que salían a nuestro encuentro. Parada obligatoria: llamada
a Víctor de una clienta inoportuna que mientras ve el Sálvame se ha inspirado
en su nuevo objeto de deseo para lucirlo durante el verano. Nuevo 'handicap':
bifurcación en un tramo en descenso en el que elegimos la opción equivocada y
frenamos al darnos cuenta de que nos aproximábamos demasiado a Bétera.
Afortunadamente, descubrí que el GPS en el móvil es una gran idea y pudimos
redirigirnos. Avanzábamos ya sobre la ruta buena en dirección a Marines entre
campos de cultivo con una pendiente apenas perceptible y la sierra Calderona
como telón de fondo en el horizonte. Antes de alcanzar el pequeño y joven
pueblo, al encontrarnos con el Barranc del Carraixet -"si nos perdemos
sabemos que siguiendo el barranco llegaremos a Alboraya"- nos metimos por
un intransitable camino que nos obligó a descabalgar. La ruta ya empezaba a
hacerse demasiado incómoda.
Marines también nos aguardaba con 'lo suyo'. Tuvimos que
recorrer el pueblo entero hasta encontrar un bar, cafetería o similar abiertos.
Mientras nos brindábamos unas bravas, un bando por megafonía nos invitaba a un
concierto sinfónico nocturno. 'Lamentablemente' no nos podríamos quedar. Eran
las ocho y ya teníamos claro que íbamos a llegar a La Canyada de noche, pero no
sabíamos si muy de noche o sólo un poco. Además, comenzaba a hacer más frío que
calor. Víctor, previsor, sí había cogido la xotochaqueta; yo, en cambio, miraba
mientras rodábamos en las cunetas por si hubiera algún periódico o folleto de
supermercado que meterme bajo el maillot para protegerme del aire. Y todavía
nos quedaba la ascensión al vértice geodésico del Tos Pelat, ascensión que,
para no variar, también decepcionó, ya que el camino era pedregoso hasta que la
última pendiente lo hacía impracticable y la posterior bajada no ofrecía las
mínimas condiciones para ser disfrutada.
Seguíamos discurriendo entre urbanizaciones, algunas de
ellas prácticamente deshabitadas, y la ausencia de luz era casi total. Quizá
por ello nos volvimos a desviar de la ruta al ignorar un desvío, situación que
logramos remediar, más por instinto de supervivencia y azar que por el GPS,
dando un rodeo. Otra vez en el camino correcto, otra vez en la carretera de
Bétera, en obras y completamente de noche. Nos faltaba cruzar el puente de la
pista de Ademuz con sus dos rotondas y atravesar Colinas de San Antonio y La Canyada. Superada
la primera prueba, llegamos a un cruce delicado y, para hacer algo por nuestra
seguridad después de la irresponsabilidad de rodar de noche, viré a la derecha con
la idea de girar en redondo más adelante, me metí en un carril bici... y me fui
al suelo. Oscuro como estaba, no aprecié que el carril quedaba un palmo por
encima de la carretera, fruto de un remiendo chapucero que no se eliminó cuando
fue creado, y la rueda de atrás resbaló lateralmente. Volé por encima de la
bici, caí con manos y rodillas y rodé, choqué con el costado izquierdo en el
cemento y seguí rodando, hasta dar dos vueltas sobre mí mismo y quedar sentado
mientras Víctor contemplaba en primera fila el mortal hacia delante con doble
tirabuzón. Él y la chica del Polo aparcado enfrente de lo que fue Arabesco, que
consultaba el móvil pero seguro que presenció la caída y ni se inmutó. No había
pasado nada, no me había golpeado la cabeza y sólo tenía dolorido el hombro y
magulladas las rodillas. Era la guinda a una jornada marcada por el infortunio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario