jueves, 24 de octubre de 2013

El Garbí



25 de septiembre. El Garbí. El último reto de la temporada, el mejor colofón. Habíamos estado cerca el día de l'Oronet y teníamos que subir a una montaña tan simbólica. Y en especial Javi: "esta bicicleta ha subido al Garbí", le dijo Gloria cuando comenzó a ser usufructuario de la Muddyfox Streetfinder, y la bici de diez marchas le acompañó hasta la cumbre.

Control de firmas a las 07:00. Comenzamos a rodar bajo un cielo todavía oscuro, ya que el faro de Víctor no nos sacaba de la penumbra, con más frío que calor, un viento molesto y la triste compañía de las columnas de humo de los incendios declarados en los días previos. Habíamos olvidado ya la incomodidad de pedalear con chaqueta, que aísla del frío pero conserva el sudor y deja una sensación húmeda en el cuerpo, sensación que no nos abandonó hasta haber salido de Bétera, donde las prendas fueron a parar al coche de equipo, o lo que es lo mismo, la mochila de Víctor. Al contenedor fue una de mis lentillas que, mal puesta desde casa, salió casi volando en marcha y fue imposible recolocar. No obstante, la experiencia 'tuerta' resultó menos fastidiosa de lo esperado.

Y empezamos a subir. Por los cuarteles, casi agrupados y Javi con plato grande. En el desvío de Porta Coeli, Javi sorprendió y aprovechó nuestro momento barrita para recorrer en cabeza la carretera de Las Canteras, que no nos pareció tan exigente como la primera vez. El trayecto desde Serra hasta l'Oronet fue otra historia. Javi se adelantó de nuevo, pero Víctor no tardó en sobrepasarlo. Mi ascensión, descolgado y en solitario, necesitó un momento de pausa en el desvío hacia el Garbí, pese a tener a Javi más próximo, pero había llegado a un pacto con mi cuerpo para no acabar acalambrado.

La ascensión al Garbí en sí no tiene una excesiva dureza a excepción de los últimos 500 metros. La complicación se la buscaron Víctor y Javi, pues tras recorrer tres kilómetros se creyeron extraviados y retrocedieron hasta encontrarnos en el kilómetro 2. De nada habían servido ni la experiencia previa en Chiva ni la categórica explicación "está todo indicado dirección Garbí y no hay que desviarse hasta que acabe la carretera". Reagrupados, pues, era mi ocasión para en la última rampa adelantarme y coronar l'Alt del Garbí en primera posición y con el puño en alto. El siguiente y último kilómetro, recto y en bajada, permitió establecer un nuevo registro de velocidad: 63 km/h. Brutal.

Nos acercarnos al mirador por los caminos de tierra, pese a las quejas, primero entre dientes y al final a voz en grito, de Víctor y Javi: "¡Tengo hambre!" "¡Quiero almorzar!" "¡Vámonos ya!". Aun así, subimos hasta el refugio para contemplar cómo el sol se alejaba poco a poco de su escondite marino en el horizonte y el frondoso manto verde de las últimas estribaciones de la Serra Calderona a nuestros pies. Mientras Víctor intentaba en vano saciar su 'necesidad' de acercarse a la última piedra del último precipicio, el casco 'de' Javi, ayudado por el viento, estuvo a punto de emular al palo de Sogo en Torla. Resignado y regresado Víctor, hicimos entrega a Javi del regalo por su cumpleaños: dos platos (de plástico) para la bici y el maillot rojo de la peña. Qué más podía pedir.


Llegados de nuevo a la carretera, para bajar del Garbí primero había que subir, y ahí fue donde Víctor sintió un pinchazo en la ingle que le lastró el resto de la etapa. Conseguí que visitáramos la Font de Barraix mientras arreciaban las reclamaciones sobre el momento almuerzo, que no se demoró más que el tiempo necesario para bajar hasta Serra. Bocadillos grandes, nueva visita de avispas, sombrilla por los aires y rumbo a La Canyada. Pero la ingle de Víctor había dicho basta, y el descenso de Náquera a Bétera se hizo a un ritmo de 20 km/h, lejos de los casi 30 de la vez anterior. Y gracias a que no era un día de mucho calor, pero los kilómetros y el desnivel pesaban. A 500 metros de la meta, dos calambres me hicieron bajar de la bici durante unos momentos. Sin duda, Javi fue el que llegó en mejores condiciones, y así lo celebró con el puño en alto. Todos lo hicimos, pero en especial él había completado la misión: subir con 'esta bici' al Garbí.

Llíria-Pedralba


Después de barajar muchas posibilidades, la visita a Pedralba se integró en una etapa que partía de Llíria y permitía aprovechar las tranquilas y agradables carreteras CV-380 y CV-381 entre el Camp de Túria, els Serrans y la Foia de Bunyol, ideales para rodar. Además, la ruta discurría por carriles bici junto a autovías terminadas y sin terminar, visitaba el castillo de Benisanó, el Mas de Teulada o la cantera de la Pea. Un recorrido completo.

A ello había que añadir el calorcito que a 12 días del equinoccio de otoño seguía acompañándonos. Lo combatimos en gran parte por el madrugón, ya que a las 06:45 comenzó el operativo para la neutralización en la Expert hacia la antigua Edeta. Es más, en el descenso por el discontinuo carril bici hasta Benisanó volvimos a añorar brevemente las chaquetas, pero junto a la variante de Benaguasil, transitada por algunos caminantes mañaneros, el sol comenzó a desperezarse y garantizar su presencia un día más. Afrontamos el tramo de carril bici construido al lado de la tierra apisonada de lo que en otro tiempo alguien proyectó como una necesaria autovía entre Llíria y Chiva y se quedó en eso, en un gran socavón que tienta a internarse en la plataforma de la autovía y un carril bici solitario y tranquilo que desciende hasta el Túria.

Ascendimos a Vilamarxant por la transitada CV-50 y nos encaminamos hacia el Mas de Teulada, siempre por asfalto. Marchábamos a un ritmo calmado, dosificando fuerzas para los cuatro kilómetros de suave subida que nos aguardaban en la carretera de Pedralba a Cheste. Tuvimos que echar mano de ellas porque el firme empeoró y nos lo exigieron algunas rampas. Volvíamos a rodar entre olivos y viñedos, en los cuales los vendimiadores ya se afanaban en la recolección del sabroso fruto. Ya en la CV-381, Javi quedó ligeramente descolgado. En un breve tramo de descenso dejé atrás a Víctor, quien debió de abstraerse disfrutando del paisaje, lo que me permitió realizar los escasos 1.500 metros de ascensión algo más complicada sin el acoso del rey de la montaña, quien llegó casi al tiempo que Javi hasta el desvío hacia Los Visos, que mis compañeros debían reconocer por la presencia de un contenedor. En este camino nos aguardaba una tremenda rampa que subimos como pudimos: yo puse plato pequeño, Javi y su no tercer plato se irguió sobre la bici y Víctor, con sus perennes problemas en el cambio, se tuvo que apear.

Ya sólo nos quedaba atravesar la urbanización y algunas cortas cuestas para llegar a la CV-380, carretera que nos permitía volver a mirar a Pedralba. Con la perspectiva del municipio al fondo a unos nueve kilómetros, nos lanzamos al descenso cada uno a su manera: Javi desapareció pronto del horizonte en los primeros metros de serpenteante trazado y Víctor siguió disfrutando del paisaje por lo que, pese a mis limitaciones, lo sobrepasé pronto. No obstante, realizamos el descenso a la par, con la compañía de un curioso coche de policía local de Pedralba, que pasaba por un vehículo particular, granate, si no fuera por un par de pegatinas acreditativas.

Javi nos esperaba en la carretera de Vilamarxant, impaciente por el momento almuerzo, que en esta ocasión tuvo lugar frente al Ayuntamiento y en el que degustó su décimo bocadillo de tortilla de patata en el décimo bar distinto; perfectamente podría publicar una obra con la crítica gastronómica de cada uno de ellos. Era día de mercado, por lo que estuvimos un poco apretados en la encajonada plaza. Habíamos llevado una buena velocidad, eran poco más de las 10:00 y además gran parte de la etapa ya estaba realizada.

Como no había sitio material para la foto, nos alejamos del bullicio por la parte alta del núcleo urbano. Antes de abandonarlo, realizamos la parada técnica y documental en un solitario parque infantil. Huimos del recinto con la esperanza de que nuestras zanganadas no hubieran sido presenciadas y continuamos en ascenso por algunas duras rampas y bajadas a un ritmo vertiginoso. Rodeamos las montañas de la margen izquierda del Túria a través de caminos de perfil irregular con asfalto defectuoso entre vides, algarrobos y naranjos hasta que un rápido descenso nos condujo a la cantera de la Pea, operativa y de libre acceso, junto al río pero en un entorno yermo y saqueado. Allí, el camino se difuminaba entre los montones de grava y hubo que sortear la maquinaria para continuar sin despistarse.


Salimos a la CV-364 para superar un kilómetro y medio de duro repecho antes de desviarnos hacia la Canyada d'Amorós y de ahí a la Buitrera en un divertido y raudo descenso a través de camino de tierra y la propia urbanización. Nos acercábamos al final, cansados por el ritmo, el notable calor y los kilómetros acumulados, pero aún había programada otra ascensión, la subida a Llíria a espaldas del monasterio de Sant Miquel, conocida y de poco más de un kilómetro, pero que se hizo muy fatigosa. Atravesar la población cuesta abajo resultó, en cambio, de lo más cómodo. Eran poco más de las 12:00, habíamos completado una media de casi 20 km/h, muy buena para lo acostumbrado. Habíamos alcanzado nuestro estado de forma óptimo. Y así lo iba a atestiguar el Garbí, el próximo destino.

Chiva


La de Chiva quedará como una de las etapas más completas de todas las realizadas. Divertida y al tiempo exigente, con un perfil interesante y un recorrido variado. Mantuvimos la hora de control de firmas pese a haber entrado en el mes de septiembre y, coincidencia o no, cuando a las 07:15 echamos a rodar cuesta abajo hasta el río un aire más fresco de lo deseado nos incomodó hasta el punto de desear una chaqueta que nadie portaba. Pasados los tres kilómetros 'críticos', cuando empezamos la ascensión hasta la carretera de Manises a Riba-roja el frío quedó en anécdota, porque realmente disfrutamos toda la jornada de una temperatura agradable. No obstante, tomamos nota para las rutas venideras.

El recorrido favorecía la entrada en calor porque predominaban las ascensiones, cortas y por unos caminos pavimentados completamente tranquilos entre los montes ya tan conocidos por nosotros. Rampa tras rampa, siempre por asfalto, desde la Basseta Blanca por el Camí de la Sisterneta llegamos al doble tramo técnico del día. Primero, el breve y pedregoso descenso, que hasta ese momento únicamente conocíamos en ascenso, hasta el absurdo vial ambiental perpetrado en Porxinos. Seguidamente, tras los montones de tierra de la cantera del Bufas, la dura pero corta subida y los divertidos toboganes hasta la carretera de Cheste a Loriguilla, por los que bajamos alegremente sorteando a un perro que salió a saludarnos en medio del camino.

El trayecto hacia Cheste prosiguió muy tranquilo, sin apenas tráfico y con ganas de guerra, al menos por mi parte. Rodeamos la población por los caminos de tierra tantas veces recorridos casi dos décadas antes con mi vieja BH primero y con mi Shimano Mentor después, hasta cruzar la CV-50 y llegar a Chiva. Dimos un pequeño rodeo -o grande, según Javi- para subir por la avenida principal (Doctor Corachán) y salir del casco urbano en descenso por la calle Doctor Nácher. A partir de aquí, las especificaciones del libro de ruta eran muy claras y, por si acaso, durante el trayecto había insistido en ello: dos rotondas a la derecha, inicio de la subida por la antigua N-III, rotonda a la izquierda hacia la Ermita del Castillo, recto hasta que acaba la calle y giro de 180 grados a la derecha hasta la cima. Pensando que estaba todo claro, me adelanté y lo di todo en el tramo de la nacional.

A cierta distancia, mis compañeros me siguieron y enfilaron la subida de la ermita, que nos recibió con una durísima primera rampa. Desde ese momento dejé de mirar atrás, cogí aire, llaneé un poco, giré 180º y al llegar a la penúltima cuesta... me encontré con Javi, que había escogido el camino más corto pero más duro, el del vía crucis, por el que estaba previsto efectuar el descenso. Tenía gran mérito lo de Javi y su no tercer plato, porque le había servido para atajar pero a costa de realizar un gran esfuerzo. Continué la ascensión y con las fuerzas justas llegué arriba, seguido por Javi. ¿Y Víctor? Por fin lo vimos desde la cumbre: el rey de la montaña, el que desayuna kilómetros, había llegado al final de la calle pero en lugar de girar en redondo se fue 90 grados a la derecha. Al ver que no había más ascenso preguntó y le redirigieron hasta que llegó a la cima con toda la tranquilidad del mundo.

Tranquilidad era lo que se respiraba allí arriba, que el lejano tráfico de la A-3 no lograba perturbar. Al noreste, Cheste; al suroeste, las sierras de la Cabrera y Malacara y la cementera de Buñol. Descendimos ahora sí todos juntos por el vía crucis y en un momento estábamos en El Canario, tras dejar las bicis apoyadas una sobre otra, lo que causó la velada indignación del propietario: "¡No viviríais en mi mundo!", nos espetó. En su mundo de tortillas de patatas con extra de sal le dejamos una avispa que nos boicoteó el almuerzo aprisionada entre los platos amontonados.

Descendimos por la antigua nacional y a buen ritmo abandonamos Chiva para internarnos nuevamente por recorridos de mi antaño, viejos caminos asfaltados que nos elevaban y permitían contemplar toda la extensión de Cheste, ese perfil (o 'skyline') que tan familiar me resulta. Tras el duro repecho del sanatorio psiquiátrico abandonado descendimos a espaldas del Circuit por una pendiente señalizada del 8%, Javi y yo a toda máquina, Víctor absorto en la contemplación del paisaje. El nuevo registro estaba en 56,7 km/h. Como precisó Javi, la máxima permitida en la carretera era de 60, así que todo en orden. El kilómetro de bajada nos llevó a las campas de vehículos en stock y al apeadero del Circuit. Tomamos la otra mitad de la carretera Cheste-Loriguilla en dirección a los polígonos de la REVA. El perfil descendente y el buen firme permitían un rodar veloz, aunque sólo yo estaba por la labor.


Superado con éxito y estrés el complicado paso entre polígonos, vehículos pesados y rotondas, rodeamos el Carasoles por la vertiente sur y descendimos hasta el río. Javi andaba justo de fuerzas, pero Víctor tenía que resarcirse de su 'chivada' y en la ascensión a La Canyada terminó por imponer su "mejor conocimiento de la ubicación de los baches", según excusé vergonzosamente mi impotencia. El 'pajarito' había vuelto.

Cullera-Barx



Las seis y media de la madrugada. Así, con todas las letras. A esas horas Víctor y yo estábamos cargando las bicis en la Expert para la neutralización hasta Cullera, donde habíamos quedado con Javi a las 07:45 para pedalear hasta Barx. Mientras, esperábamos la llegada de Sergio, invitado de excepción a través de Víctor, que a quince días de ser padre prefería quedar a tan intempestiva hora en lugar de aprovechar sus últimas oportunidades para dormir con tranquilidad junto a Ana.

Javi nos había lanzado un órdago: "La semana que viene estaré en Cullera residiendo en un apartamento, por lo que salvo que se haga una ruta por esa zona conmigo no contéis (más que nada porque no voy a levantarme hora y media antes del control de firmas). No obstante, invito a los señores tocapeloteros a una piscinita". Ahí tenía su ruta y ahí estábamos nosotros, en gran parte por la bien denominada piscinita, en el parking del centro comercial de Cullera, pero él y su León rojo aún no estaban ahí. Nos habíamos levantado hora y media antes que él, habíamos visto amanecer en el viaje, habíamos completado el trayecto con minutos de adelanto, y él estaba "llegando", o lo que es lo mismo, saliendo del apartamento. Exactamente cuando acabamos de descargar las bicis, apareció.

"Cualquier rumano tiene una bici mejor que la que llevas, Javi", comentó Sergio al ver la Muddyfox Streetfinder. Nos pusimos en marcha hacia la Serra de la Murta (o de Corbera) por el Camí de l’Arròs y nos adentramos en los últimos arrozales de Cullera, que dan paso a los primeros naranjos de Tavernes de la Valldigna. Todo fue paz y sosiego durante un buen rato. La ruta nos llevó al kilómetro 0 de la CV-50 -carretera que finaliza en Llíria- que a su vez nos condujo al núcleo urbano de Tavernes. Lo rodeamos y más naranjos nos acompañaron nuevamente entre paz y sosiego por el Camí de Mig l’Horta hasta Simat de la Valldigna, enclavado entre montañas, donde por fin íbamos a abandonar el llano, mientras el sol empezaba a asomarse.

Si digna es la Vall, digna fue la ascensión de los cuatro al Port de Barx o Collado de la Visteta. Sergio avisó de que no la iba a disputar y le emplacé a vernos arriba, en el mirador. Javi y su no tercer plato tampoco aguantaron la rueda de Víctor, que seguía a la mía. Tras los dos primeros kilómetros y a falta de tres, me eché a un lado y el xoto se marchó en solitario. Un decir lo de en solitario: por la decena de curvas de herradura del puerto había un importante tráfico ciclista de todas las edades en aquel último jueves de agosto. Hombres, mujeres, adolescentes imberbes, tercera edad, todos nos adelantaban con sus bicis de carretera. Nosotros, los más globeros de todos los ciclistas, los más ciclistas de todos los globeros, los únicos con mountain bike y con maillot btwin, también subimos y adelantamos a algún valiente y amable sexagenario.

El puerto mantiene una pendiente bastante constante, salvo un tramo en el que roza el 8% de desnivel frente al 5-6% de gran parte de la ascensión. Como siempre, Víctor cogió unos metros que le fueron más que suficientes para subir sin aliento en el cogote y sin la necesidad de utilizar el plato pequeño. No fue mi caso, pues tuve que echar mano de tan preciado recurso en un par de ocasiones en los que la velocidad bajaba de 10 km/h. Fuimos llegando en constante goteo al mirador: primero Víctor, después yo, en seguida Javi, quien me había recortado algunos metros, y no tardó en aparecer Sergio con el molinillo.

Después de saborear las vistas de la Vall, a pesar de que las nubes se imponían al astro rey, nos dirigimos, todavía en ascenso, hasta Barx para el merecido almuerzo en el carrer Major entre una multitud de ciclistas y bicis estacionadas en sus respectivos aparcaderos. Aprovechamos para que Gloria nos contara vía whatsapp las horas previas a la etapa de Víctor: "Dile que esta noche duerme en el trastero. ¡Qué noche me ha dado! Se ve que estaba nervioso por el acontecimiento de hoy, como un chiquillo que tiene excursión al día siguiente, y se ha pasado la noche de arriba abajo: Que si melón, que si agua, que si leche, que si las bicis, el bombín que se le cae al suelo, el paquete de galletas... ¡Qué pesadilla!". Víctor ratificó punto por punto lo referido por la presidenta, aunque le quitó hierro: "Es una exagerada".

La vuelta comenzaba con un descenso prometedor por una carretera en muy buen estado y ya despejada de tráfico. No sé lo que pasó por allí delante; cuando llegué a la entrada de Simat mis compañeros comentaban que habían superado los 60 km/h y que Víctor había rascado el pedal contra el suelo en una curva, en un error de globero. El trayecto de regreso coincidía prácticamente en su totalidad con el de la ida: Simat, campos de naranjos de la Valldigna con mayor actividad a esas horas, Tavernes, más naranjos, arrozales. Víctor impuso un ritmo alto al que sólo respondió Sergio, mientras que Javi y yo les seguíamos, cada uno como podía, a cierta distancia. La meta en el horizonte estaba clara, la montaña de Cullera; en la mente, no menos meridiana, la piscinita prometida.

Ya próximos al núcleo urbano, en un prolongado y tan gratuito como agotador esfuerzo alcancé a Víctor. 'Rotondeamos' un rato y tras la inoportuna rampita del puente sobre el Xúquer llegamos a la Expert. Eran alrededor de las 12:00, el aliciente del baño en la piscinita nos había dado alas. Procedimos a cargar las bicis -momento en que Javi recibió una de sus habituales llamadas inhibidoras-, la piscinita nos esperaba.

Tras el breve remojón en el que Javi no participó porque no podía acceder al apartamento ni por tanto al bañador, emprendimos el regreso Víctor, Sergio y yo. Teníamos por delante casi tres cuartos de hora de camino que había que amenizar, así que pensé en Gloria: "Voy a enviarle por whatsapp una foto de un cuentakilómetros a 180 km/h". Cometí el abucheado error de pasarle directamente un enlace en lugar de la imagen. "No me creo que sea la Expert, cuando fuimos a Biarritz iba chafando huevos y no pasaba de 100", respondió. "Dile que Ana ha roto aguas", me incitó Sergio. Así lo hice, con ocho exclamaciones finales.

Y Gloria se colapsó."Sí???????????? (Hasta 12 interrogantes). Madre míaaaaa. Salgo para allá?!!!!?" (Pregunta 1: ¿Adónde es 'para allá? Pregunta 2: ¿Para qué?). No quisimos estirar más la broma, por temor a represalias ulteriores de las respectivas parientas. Contesté con una interminable lista de 'jaja'. "Oyee, con eso no se juega, que casi llamo a Isa y la lío parda”. Le envié la foto del descojone general en la furgoneta y una auténtica del cuentakilómetros a 100 km/h, a las que respondió con la suya malencarada y 'saludando' con el dedito, aunque inmediatamente reconoció que también se había reído. Nos carcajeamos una y otra vez mientras nos regodeábamos en nuestra travesura. Acto seguido, ya cerca de La Canyada, Sergio llamó a su mujer para ponerla en antecedentes. Por si acaso.

Vilamarxant


Diseñé esta etapa rompepiernas, fusión de otras dos y que realmente no conduce a ningún sitio, en mi afán por recorrer todos los caminos posibles de los términos municipales de Riba-roja y Vilamarxant. El primer reto del día era la ascensión al monte Carasoles. Después de tantas etapas viéndolo de lejos o rodeándolo por todas sus caras teníamos que visitarlo. El problema es que, en lugar de escoger la carretera junto a la cantera, lo hicimos por el camino imposible de los invernaderos, con una pendiente bestial y un terreno impracticable para nuestras monturas y nuestras capacidades. El esfuerzo nos marcó para el resto del día. Una vez llegamos a la corona inferior que rodea la montaña, el camino era bastante más accesible y no tardamos en llegar al punto más elevado.

Todavía no se había levantado el día y teníamos ante nosotros una vista panorámica de Valencia, el aeropuerto de Manises, campos de naranjos y polígonos industriales. Completamos la vuelta en bajada por los ruinosos chalés que en algún momento alguien debió de creer que quedaban bien allí colgados y tras un breve serpenteo llegamos junto a la cantera. La ruta proseguía en un continuo descenso-ascenso entre chalés y monte, con liebres cruzando el camino a nuestro paso y con rápidas bajadas que alegraban el rato para en seguida toparnos con subidas que cortaban en seco la velocidad adquirida.

Al llegar a Riba-roja, al pie de las antenas ya visitadas, nos dirigimos hacia Porxinos por el inexplicable vial ambiental a medio hacer, en este tramo una pista de tierra megaancha con una dura pendiente de un kilómetro tras la cual otro veloz descenso conduce directamente al valle. Ya por el pedazo asfaltado, más de uno empezamos a anhelar el almuerzo de forma urgente, pero llevábamos apenas 20 kilómetros y nos restaban otros tantos. Teníamos que peregrinar por urbanizaciones de Vilamarxant y campos de Cheste, sin épicas ascensiones pero con continuos toboganes, antes de llegar al almuerzo prometido vilamarxantero.

El peregrinar se convirtió varias veces en deambular. Llegados a escasos metros del vértice geodésico del Portillo del Roque, el punto más alto de la etapa, el objetivo era atravesar las urbanizaciones de La Balsilla y el Corral de la Pedrera. Pero esta ruta era de las difíciles, con muchos caminos y calles en las que poder errar la decisión, y más de una vez tuvimos que rectificar el recorrido. Bajamos, subimos y volvimos a bajar ya hacia Vilamarxant. El calor comenzaba a apretar y el almuerzo a ser una obsesión. Quedaban poco más de 5 kilómetros pero Víctor ya iba en velocidad de 'ir disfrutando del paisaje' y quedó descolgado. Cuando arribamos por fin frente al ayuntamiento y se presentaron ante nuestros ojos una multitud de terrazas fue como si se nos abrieran las puertas del paraíso.

Entre el ágape, la conversación sobre los congresos salseros, los viajes a Biarritz y la organización de la siguiente etapa con previsible salida desde Cullera, cuando quisimos reanudar la marcha ya eran casi las 12:00. No aprendíamos: habíamos quedado a las 07:15 para evitar en lo posible las horas de más calor y, aunque estábamos a 20 kilómetros de la meta, asumimos que nos íbamos a achicharrar una vez más. Hicimos el regreso por el río, pero tampoco sirvió de mucho. Aguantamos hasta Riba-roja para realizar una parada técnico-refrescante bajo el puente.

Tras remojarnos todo lo remojable, el chiquillo Víctor, el 'caxorrín' Javi y la jirafa Juanje continuamos la marcha. Pocos metros más adelante los efectos de la ablución ya se habían evaporado. Además, el agua de nuestros bidones rellenados tras el almuerzo hervía. Javi, que sólo 'aporta' un bidón para pasar las etapas porque le basta, había contribuido a agotar las existencias del resto. "Menos (Seat) Leones y más bidones", tuvo que escuchar, en alusión a su última adquisición automovilística. Por fin ante la subida a La Canyada, la disputa por la etapa quedó desierta y subimos en grupo, incluido Javi y su no tercer plato.

l'Oronet



"En el Tourmalet (...) un señor con sus 60 años a cuestas coronaba (...) con un tercer plato, pero debía de ser lugareño, porque llegó, se dio la vuelta, metió plato grande y se fue para abajo. Como cuando los valencianos llegamos al Oronet como si tal cosa". Habia entrado a las rafabatallitas para buscar algún comentario sobre sus innumerables subidas a l'Oronet y resulta que los valencianos lo subían como si tal cosa. Pues bien, nosotros no podíamos ser menos; la ascensión al puerto de montaña más cercano a la capital no podía demorarse más. A las 07:15, con la bici de Víctor puesta a punto, la rueda trasera otra vez en vertical tras 'lo' del Picayo, mi pinchazo arreglado y con todas las ganas del mundo, nos pusimos en camino.

En honor a la verdad, la previsión incluía la posibilidad de subir sólo hasta Serra, en función de cómo anduviéramos de fuerzas. Íbamos a hacer el recorrido 'bueno', por los cuarteles, la carretera a Porta Coeli y la tranquila y bonita carretera de Las Canteras. Si todo marchaba bien, en un par de horas debíamos coronar el puerto, y quién sabía si nos encontraríamos allá arriba con Rafa, ya que me había anunciado su intención de salir a pedalear por la zona esa misma mañana y los tocapelotistas queríamos rodar con el maestro.

Tras Bétera, avanzamos por carril bici hasta las inmediaciones de los cuarteles, donde un grupo de reclutas que hacía footing por nuestro 'territorio' nos abrió amablemente paso tras escuchar la campanilla de Víctor y recordarnos que el bar estaba "en la otra dirección". En la suave subida hasta el cruce de Porta Coeli marchamos prácticamente agrupados -Javi sólo cedió unas pocas decenas de metros-. Superado el incómodo tramo por su irregular firme entre el desvío al hospital y el cruce a Porta Coeli, comenzaba lo bueno.

Las Canteras ya fue otra historia, sus continuas subidas y bajadas dejaron a Javi algo más descolgado. Carretera sinuosa, de montaña, con algunos parches en el pavimento y con continuos toboganes que van desgastando, sobre todo si no se conoce. Y silenciosa. Miré hacia atrás. "Prepárate que nos van a encular", le dije a Víctor. Un grupo de seis o siete bicis de carretera nos sobrepasó en un visto y no visto en la rampa más dura. Con el cascabeleo de la Btwin y nuestra respiración en plan Sogo en Torla apenas les habíamos oído llegar. Culminamos la ascensión y nos dejamos caer apurando en las curvas hasta el cruce con la carretera de Náquera a Serra. En seguida llegó Javi. "¿Los habéis visto? ¡Cómo molan esas bicis, apenas hacen ruido!", comentó. Todo llegará; de momento las ‘mountain’ nos hacen más papel.

Entramos en Serra por su empinadísima travesía. Tras el puente, casi a la salida del pueblo, pasamos revista. Ya que estábamos allí, todos a l'Oronet. Teníamos nuestro primer puerto a sólo tres kilómetros. "Yo me adelanto que con mi no tercer plato me pillaréis pronto", afirmó Javi. No fue tan fácil. Víctor y yo avanzamos tras él, pero había cogido unos metros que costó bastante recuperar. Cedí pronto al ritmo de caza impuesto por el xoto, quien poco a poco alcanzó a Javi y lo rebasó. Desde la retaguardia, observaba a mis dos compañeros, progresando por la ancha carretera, solitaria a esas horas del día salvo por la presencia de ciclistas. Los tenía a tiro, pero Víctor se alejaba y Javi no se acercaba.

Tardé casi dos kilometros en dar alcance a éste. "Pensaba que me ibas a pillar antes", me dijo. No le respondí, no podía hablar. Hablar o pedalear, las dos cosas no podían ser. Víctor no se había alejado más; había hecho la de siempre, empezar fuerte y mantener. Aunque a él se lo pareciera, mi ritmo no era de superpersecución, así que me lo encontré parado en el desvío hacia el Garbí. También la de siempre: "No sabía si había que seguir recto o girar, la subida ya se ha acabado". Faltaban 300 metros para, como indiqué en el libro de ruta, encontrar el cartel de la cima del puerto, pero Víctor no quería la gloria para él solo.

Llegamos los tres a la vez: Víctor, descansado; el coloso Javi, henchido de moral; yo, sin aire. L'Oronet 500 metros. Nuestro techo, nuestro punto más elevado sobre el nivel del mar hasta el momento. Javi aportó su ocurrencia para establecer una nueva plusmarca: "Si nos subimos al montículo de detrás del cartel estaremos a 501, nuevo récord". Preferí escribir a Rafa, a ver por dónde rodaba. Ahora tocaba completar la máxima de Víctor: “Sufrir en las subidas para disfrutar las bajadas”, así que hicimos las fotos y regresamos a Serra. Me volví a quedar solo mientras mis compañeros se lanzaban a saborear el descenso aprovechando el óptimo pavimento. Puestos a saborear, hicimos lo propio con el almuerzo del Bar Descanso.

¿Y Rafa? En casa. Ni se había vestido todavía. Nos citó en Bétera. Variamos el recorrido previsto para acortar el regreso por la carretera principal y disfrutamos con un descenso a toda máquina por el arcén coloreado. Tuvimos que ir a buscarlo por el Camí de Llíria. Por allí venía Eleuterio, el caníbal de Ontinyent, el loco de los Pirineos, 'il diavolo' del Cedro, con su ‘nena’, con su ‘flaca’, a toda mecha, su maillot de la peña Cul Arrere y unas piernas con más kilómetros de los que harán los miembros de la peña tras varias reencarnaciones. Nos acompañó hasta la rotonda de acceso a La Canyada antes de hacerse 80 kilómetros con el fresquito del mediodía como preludio de la carrera popular que tenía por la noche. Es nuestro ídolo.


Subiendo de Bétera a Mas Camarena, Javi volvió a quedarse atrás. "Vamos a esperarle; en los llanos se va en grupo y en los puertos sálvese quién pueda", recomendó Rafa. "Esto para nosotros es un puerto", le respondí. Atravesamos la urbanización sin cruzarnos con deportistas haciendo footing que reclamaran nuestra atención. Ya en la subida a La Canyada, Javi mereció el primer puesto. La etapa nos había abierto el apetito montañero. Queríamos volver... y subir el Garbí. De momento, Javi se iba el fin de semana de congreso salsero y el chiquillo unos días a Biarritz. Si tuviera que elegir, no me van los congresos.

Cheste II


Víctor aprovechó una nueva semana de parada por vacaciones para darse un homenaje gastronómico. Más de cuatro kilos de un melón entero se regaló de una sentada como postre a una cena, y de paso desacreditó el refranero popular: "El melón por la mañana oro, por la tarde plata y por la noche mata". El señor Melón durmió como un rey.

07:15 horas. Plusmarca madrugadora y pleno de puntualidad para una etapa variada y sin grandes pendientes. Como premio, contratiempos mecánicos en las tres bicis. Pinchazo en mi rueda delantera, no comprobada convenientemente por el encargado de material (menos melón y más revisión); la trasera de Víctor, en posición oblicua después de 'lo' del Picayo, rozaba con las zapatas; y por último, y no menos importante, el no tercer plato de Javi. Un inflado de emergencia solventó el primer 'handicap', tocaba aguantar hasta Cheste para no retrasar la etapa. Las piernas de Javi tendrían que hacer lo propio con el tercero, pero lo de Víctor era más serio y pronto se hizo patente. De poco sirvió rociar dos veces con spray la cadena, la primera con ‘reflex’ y, tras una mirada en plan "creo que nadie se ha dado cuenta", una segunda ronda, esta vez sí, con lubricante. Él mismo lo confesó poco después.

En Riba-roja mi rueda aguantaba perfectamente, no era necesario visitar al señor Bicicletas Folgado. Continuamos hacia les Rodanes, en esta ocasión queríamos ascender por la Bassa Barreta para probar el descenso por donde subimos la primera vez que visitamos estos montes, por la urbanización Monte Horquera. Sólo había un kilómetro duro de ascensión, entre el área recreativa y la explanada de acceso a las antenas; ahí fue donde se vio que Víctor no lo iba a pasar bien. Me adelanté, superamos a un valiente ‘senior’, pero el xoto no me recortó ni un palmo mientras Javi se rezagaba. Afrontamos la bajada con entusiasmo y velocidad, no sin antes mirar de reojo a la derecha, al camino de subida a las antenas. Ese día teníamos otras metas.

Llegados a la urbanización, Javi y yo aprovechamos la larga, amplia y descendente avenida que conecta con la CV-50 para establecer un nuevo registro de 52 km/h, mientras Víctor nos observaba de lejos con su 'capada' bici. Subiendo por el Corral de la Pedrera me volví a quedar solo, y también solo me dejé caer hasta la tranquila carretera que discurre paralela al barranco de Teulada. Mis compañeros llegaron poco después y pusimos rumbo hacia el oeste. El refrán de "a quien madruga..." se estaba cumpliendo, disfrutábamos de un día nublado y no excesivamente caluroso.

Cruzamos la CV-380 y continuamos recto por caminos en busca de la CV-381, carreteras casi paralelas de escasísimo tráfico con trazado entre almendros, algarrobos, olivos, viñedos y algunas pinadas que convergen cerca de Pedralba. Nos esperaban poco más de cuatro kilómetros de ascensión suave y continuada, un terreno poco propicio para marcar grandes diferencias. Por eso, me extrañó sobremanera que tras gozar la subida en desarrollo 2x4 tuviera que esperar a Víctor más de dos minutos. Su bici definitivamente no tiraba y subió prácticamente al ritmo de Javi.

Estábamos a la entrada de la urbanización Los Visos y a escasa distancia del VG de La Cumbre, a unos 7 kilómetros de descenso con algún rampón por medio hasta el anhelado almuerzo. La variante hasta Cheste había resultado de lo más atractiva. Mientras buscábamos el bar, pregunté a un chestano en bicicleta por una tienda o taller donde me reparasen el pinchazo mientras nos avituallábamos. Nos indicó y acompañó a una que estaba cerrada por vacaciones. "Puedes preguntar al final de esta calle a la izquierda, que hay una tienda de motos".

En la tienda de motos, un cartel: "estamos a 100 metros en el taller". En la puerta del taller, grande pero sin señales de actividad en su interior, un hombre de unos 50 años, con su reglamentario mono azul, sentado en un taburete ante una mesita, saboreaba afanosamente los últimos mordiscos de un bocata, lata de coca-cola al alcance de la mano derecha, al tiempo que con la izquierda pasaba las páginas de un folleto de ofertas. El diálogo, memorable, fue muy parecido al siguiente:

-¡Hola, buenas! No sé si es mucho pedir. ¿Arreglan pinchazos de bici?
-Sí... (Me miró pensativo, como esperando que entendiera que el sí en realidad quería decir no).
-Sí... ¿Pero?
-Pero es que ahora... (Me estudió con detenimiento) me pillas... (Siguió evaluando mi nivel de credulidad) un poco liadete (éste se va a descojonar de mí, seguro que pensó).
-Ya, es que me han indicado una tienda de bicis pero están de vacaciones.
-¡No, si abrieron la semana pasada y ya se han cogido vacaciones! (Acusador total, con el intransferible acento chestano, en plan "si no fuera por esos vagos no estaría este tocapelotas jodiéndome el almuerzo y obligándome a quedar como un gilipollas").
-También me han dicho que, si no, lo que me queda es Chiva...
-¡Sí, sí, vete a Chiva, que allí hay una tienda que es sólo de bicis! (Es decir, "aquello es la ostia, la solución a todos tus problemas, pírate ya y quítame el marrón a mí").
-Vale, gracias.
-Gracias a ti. (En otras palabras, "¡Uff! Parece que no le he jodido mucho. ¿Por qué página iba?")

Lo di por imposible. Como la rueda aguantaba, me resigné a cambiarla tras la etapa y, como leones (terrestres) que somos, nos dirigimos al bar León. Antes de abandonar Cheste faltaba la foto. Elegí la fuente junto a la puerta del ayuntamiento. Mi móvil era baja por remojón, así que le tocó a Víctor organizar la instantánea. Mientras debatíamos dónde dejar el teléfono para la autofoto, un hombre bien vestido que salió del consistorio se ofreció a ayudarnos. Tras tomarse su tiempo para el encuadre tomó dos fotografías, nos preguntó de dónde éramos y, sin prisa alguna, se alejó por la plaza. El análisis de su conducta nos llevó a sospechar que podía ejercer algún cargo en el ayuntamiento. Tras cotejar su aspecto físico con el de la corporación municipal en la web una vez finalizada la etapa, los tres coincidimos en que todo apuntaba a que se trataba del alcalde, David Doménech. No esperábamos menos.


Antes del almuerzo habíamos dejado hechos dos tercios de la ruta, con lo que nos esperaba un breve regreso, variado en el perfil y con predominio de pista. Marchamos en paralelo a la CV-50 ascendiendo por asfalto para continuar con atractivos descensos por estrechos caminos campestres y algunos bosques. Rodeamos les Rodanes mientras Víctor intentaba desquitarse con un ritmo serio que Javi no podía mantener. Nos dejamos caer hasta la carretera de Loriguilla a Riba-roja y experimentamos por un difícil camino que nos dejó en el acceso a Els Pous. Ya estábamos casi en el río. Sin remojón, emprendimos la subida a La Canyada, en la que nuevamente Víctor fue víctima de su bici y no pudo disputármela. Su máquina fue directa al taller de su tocayo. Tenía que estar a punto para subir a Serra y l'Oronet.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Picayo



"Nos pasamos". Esa célebre frase repetida en decenas de almuerzos de biblioteca que se prolongaban más allá de lo responsable sirvió para definir lo que acabábamos de hacer en la subida al Monte Picayo. Unas rampas durísimas, un calor infernal, unas bicis poco preparadas y unas piernas y unos cuerpos menos preparados aún. Y un invitado a la etapa al que exprimimos: Johan.

No debió de llevarse el amigo de Javi un buen recuerdo de la Peña Ciclotocapelotista, aunque con ese nombre no podía esperar otra cosa. Residente en Rafelbunyol y acostumbrado a etapas de 'biker' en solitario ("se va a la montaña, sube y baja a saco, con ostias al canto, claro", según Javi), no fue advertido de que el trazado discurría a tan sólo 2 kilómetros de su casa, lo que le podría haber ahorrado 40 de coche y otros tantos en bicicleta. Además, al día siguiente se iba a Madrid por motivos laborales y, según se supo, se acordó bastante de nosotros en la meseta.

Elegí el Picayo para esta etapa vespertina porque entendía que el calor sería menor a las siete de la tarde que a las once de la mañana, pero salió un día "jodidamente caluroso". El sobrecogedor vídeo que adjunté al libro de ruta llevó a Víctor a presentarse con cubiertas nuevas ya que, según su homónimo del taller, las que llevaba eran "de patinaje artístico" para una bici "de juguete". El ampliado pelotón se dirigió por caminos asfaltados y campos de minas hasta Moncada para llegar hasta la carretera de Massamagrell a Náquera. En la rotonda del Camí de Llíria, una chica aguardaba a pleno sol, eran las 17:30. Hasta ese momento la etapa estaba siendo tranquila.

Pero a partir de entonces, el camino comenzó a endurecerse. Sin presentar batalla, Víctor y yo distanciamos a Javi y Johan, que dialogaban tranquilamente. Conforme nos acercábamos a las urbanizaciones de Alfinach y Los Monasterios, dos complejos residenciales de alto ‘standing’, el calor apretaba, la carretera se empinaba y las palabras se quedaban en el cerebro porque en la garganta se agotaba la saliva. Una dura y prolongada rampa nos puso definitivamente a prueba, justo antes de un alabado descenso que nos dejó en la entrada de Alfinach.

Atravesar las dos urbanizaciones suponía 1,5 kilómetros de rampa constante que acababa agarrándose a las piernas. Víctor y yo subimos con un ritmo regular y poco después llegaron Johan y Javi. Faltaban otros 2,5 kilómetros hasta las antenas, el vértice geodésico y la cruz. Cambiamos el alquitrán por la tierra y, para empezar, se nos presentó una rampa tremenda; fui el primero en quedar fuera de combate. Calor, pista ancha pero con piedras y surcos, pendiente exagerada. Cuando me rehice, Víctor ya estaba destacado en cabeza, algo lógico por sus cubiertas nuevas. Con todo, el camino estaba mejor de lo esperado, pues amplios tramos de hormigón acanalado permitía un mayor agarre, tal era la pendiente.

Con el xoto fuera de nuestro alcance, los otros tres hacíamos relevos: os adelanto, me paro, me adelantas tú, te paras, nos adelanta él, se para, y vuelta a empezar. No éramos capaces de aguantar más de 100 metros del tirón. Ya en el último tramo, me sentí con fuerzas para hacer una parada más corta y superar a Johan, que me acababa de pasar, ya que Javi y su no tercer plato estaban en verdaderas dificultades. Víctor aguardaba sentado en las antenas: el camino acababa allí. No tardaron en llegar primero Johan y luego Javi. Sin aire, sin fuerzas, sin mirada. Sin palabras.

"Estamos locos"; "Nos pasamos"; "Nos matamos subiendo rampas bestiales y así no logramos hacer piernas, deberíamos hacer pendientes más suaves y largas"... Fueron las primeras reacciones tras la brutalidad perpetrada. Dicho esto, había que averiguar dónde podíamos tomar algo frío. En nuestra ruta no cruzábamos ninguna localidad hasta Bétera, pero Johan aportó la solución: casualmente sus padres tenían una casa en Alfinach, así que podía conseguir que nos permitieran el acceso al club social. Adelante, pues. Pero antes, Víctor y yo convocamos a los presentes a acercarnos hasta el VG y la cruz; no fue posible persuadir a ninguno, así que de las vistas del mar, l'Horta Nord y el Camp de Morvedre sólo disfrutó la mitad del grupo.

De la bajada sólo diré que antes de echar a rodar detrás de Javi, Víctor se había asociado con Johan para un descenso a tumba abierta y estaban ya fuera de mi vista. Cuando llegué al club social Johan ya había hecho las gestiones para que nos dejaran pasar y nos estaban esperando impacientes. Ya sentados a la sombra, Johan nos habló de sus experiencias sobre la bici: "La última vez que me caí fue de las que tuvieron que venir a recogerme con el coche. Pero en cuanto pude pillar de nuevo la bici, y para no coger miedo, volví a bajar por el mismo sitio". Buena filosofía.

Se estaba muy bien allí, como cuatro potentados, en un recinto de 25000 metros cuadrados, con campo de fútbol 7, tres pistas de tenis, dos frontones, dos pistas de pádel, una pista multideporte, piscinas y un largo etcétera, pero en la puerta no nos esperaban los Ferrari sino las Orbea, Muddyfox, Btwin y demás. Enfilamos el descenso con ganas, alguno con exceso de ímpetu: abandonadas las urbanizaciones y bajando por un camino con tierra apisonada y piedras sueltas, Víctor perdió el control de la bici, se fue hacia la cuneta, afortunadamente con peralte y matorral, y ninguno entendimos cómo fue posible que no saliera despedido y en cambio lograra detenerse y mantenerse en pie. Fueron varios segundos esperando lo inevitable: que rodara, y con él la bici, pero lo evitó. Eso sí, después del meneo la máquina sufrió algunos desajustes. Era lo menos que podía pasar.

Nos quedaba un largo camino como para ir comentando la jugada, así que incrementé el ritmo. Volvimos a pasar por la rotonda del Camí de Llíria; tres horas después, la chica seguía allí. Dos por sí mismo no te dice nada, pero si te dan otro dos y lo sumas te sale cuatro. Pues eso. El Camí nos tenía que llevar hasta Bétera, y algunos ya empezaban a acusar el esfuerzo: Víctor fue el primero que perdió comba y quedó rezagado, si bien en el camino hacia Mas Camarena se resarció y se permitió poner plato grande para descolgar a Javi y luego a Johan. En la urbanización no encontramos deportistas haciendo footing que reclamaran nuestra atención. Y en la llegada a La Canyada, Víctor volvió a demostrar que su maillot sólo debería llevar de color rojo los lunares. Otro tema es que tras la etapa, literalmente, le temblaran las piernas, por el esfuerzo… y por el susto.

Sancti Spiritu


Las palabras de Víctor nos llevaron a quedar el lunes siguiente a las 07:30. Quizá por ello nos costó desperezarnos y durante los primeros kilómetros rodamos un poco zombis, y hasta alguno se permitió atragantarse con una magdalena con perlitas de chocolate y una barrita sobre la marcha, lo que inmediatamente llevó a Javi a acusarme de dopaje matutino.

Abandonamos Bétera y nos dirigimos hacia el este por el Camí de Llíria, con más tráfico del deseado, entre campos de naranjos, naves abandonadas, polígonos selváticos y PAI's a medio empezar. El sol comenzaba a asomarse entre las abundantes nubes, pero el día no se presentaba demasiado caluroso. Nos desviamos del Camí y empezó lo bueno. Los últimos diez kilómetros hasta el almuerzo iban a ser una alternancia de subidas con algunas bajadas por diferentes entornos y sobre distintas superficies: algo parecido a caminos asfaltados, metros de hormigón, rampones 'gratuitos' para ir ganando altura, algún agradable tramo de monte, urbanizaciones con cantidades ingentes de basura a modo de bienvenida...

Nos adentramos en la Calderona y, una vez más, yo no me sentía fino, todo lo contrario que Víctor y Javi, pese a su no tercer plato. Una nueva rampa de irse para atrás dio paso a los kilómetros más bonitos por un camino forestal entre preciosos y frondosos pinares, en el que era difícil mantener un pedaleo continuo pero que aun así recompensaba con creces. Además, conforme avanzábamos la senda se iba haciendo más ancha y más practicable. Esta vez Víctor tenía coartada por desconocer el camino, porque no era fácil guiarse por aquel laberinto boscoso, cosa que me vino bien para darle alcance, mientras que Javi mantenía la referencia visual y en ocasiones auditiva.

Una vez comenzó el imparable descenso hasta Sancti Spiritu, todo fue fugaz pero igualmente bello. Atravesamos el bosque serpenteando por la amplia pista. La tapia del monasterio nos avisó de la inminente llegada del asfalto, el secular convento, el precioso paseo arbolado y el área recreativa, por donde Víctor y yo pasamos a la par en un apretadísimo sprint. Sin necesidad de dar una sola pedalada más recorrimos los cientos de metros que nos separaban del bar. Eran apenas las 10:00. "Ésta es la hora a la que se almuerza, no las 11:30", sentenció Víctor.

Aquel día, 16 de julio, era una fecha señalada. Comenzaba oficialmente la temporada 2012/13 en la ligabastarda2 del comunio; a partir de esa fecha se podía empezar a confeccionar las plantillas. Lógicamente, la conversación en el almuerzo versó sobre esta cuestión y todo lo relacionado con el juego e incluso dio para incorporar un nuevo miembro, Pablo 'Giorgio Armani', reclutado a través de 'whatsap'. Comenzaban las críticas, los piques, las rajadas, los palos en el foro, durante un año más, en el que ocho señores bastardos intentarían desbancar al doble campeón, Juanje Monreal.

Tras el almuerzo y el acalorado debate, el regreso por el Camí de la Calderona se iniciaba con una ascensión no muy larga que costó completar. En cambio, el descenso por el Camí d'Aigua Amarga se agradeció por el buen firme, el trazado con modestas curvas y el paisaje boscoso con el puerto de Valencia en el horizonte. Nos esperaba más descenso, más por asfalto que por tierra, combinado con alguna trabajosa rampa en la que Víctor volvió a exhibirse: "La he subido con los cojones", aseveró. Esta vez no se los había dejado, subió con ellos.

Llegamos a la carretera de Massamagrell a Náquera. La excursión por la Calderona había sido muy divertida, pero aún quedaba más descenso. Nos plantamos ante un cruce: a izquierda y derecha, asfalto; al frente, un camino pedregoso. El aluvión de críticas que recibí porque los señoritos querían asfalto fue tremendo. Hicimos una breve parada junto al barranco de Náquera, en la que Javi reconoció que "estos descensos con piedras también molan, son más técnicos y hay que ir controlando la bici".

Reanudamos la marcha, me adelanté unos metros... y me cagué en la puta. Una avispa se me enganchó en el camal del pantalón-culote y me picó en la parte posterior del muslo. Tiré la bici, cogí el bidón, solté un chorro de agua en el suelo y me apliqué el barro en la zona afectada mientras mis compañeros intentaban deducir lo ocurrido. ¡Cuántos años sin sentir ese dolor agudo que se clava hasta los tuétanos! Le faltó tiempo a Víctor para rebautizarme con el ingenioso sobrenombre de "Yellow Hornett". Javi también estaba ese día 'sembrao', pues al rato cruzamos otro barranco por un camino asfaltado y... "¡No podemos cruzar, que llevamos agua en los bidones y en ese cartel pone 'Badén inundable. Con agua no pasar'!". 'Made in' Javi


En el tradicional regreso hacia Mas Camarena me fugué en solitario con un desarrollo de 2x6. Víctor ya se había exhibido en las rampas 'cojonudas' y Javi bastante tenía con cebarse en mi 'momento picotazo'. Evidentemente, según él mi escapada fue debida a que "el picotazo te dio alas". Y me las volvió a dar para la subida a La Canyada. Por si acaso, descarté el amarillo para el resto del verano, no fuera que "Yellow Hornett" tuviera secuelas.

Les Rodanes II


En pleno mes de julio, la organización de la etapa programó el control de firmas a las 08:45 porque consideró que no era necesario madrugar más para subir con una temperatura aceptable a la Rodana Gran desde el valle de Porxinos, a unos 15 kilómetros de la salida. "Creo que es mejor hacer uso de los megamadrugones sólo cuando sea estrictamente necesario", me permití el lujazo de afirmar. Los demás condescendieron y los tres tardamos poco en darnos cuenta de error.

Tras las diez primeras rutas y la extraordinaria visita a Cullera, comenzaba la segunda fase de etapas, más largas y con mayor desnivel. Y para empezar, algo que nos había quedado pendiente cuando en las dos primeras salidas realizamos el camino contrario, de les Rodanes a Porxinos. "Algún día tenemos que subir por los badenes", nos juramos. Y eso hicimos.

Prescindimos de la ruta del río y transitamos por caminos del término de Riba-roja entre montes que increíblemente conservan algún reducto boscoso que la construcción de chalés y canteras no ha logrado exterminar. En una de ellas, un aspersor averiado nos ofreció un leve alivio al sol que ya empezaba a apretar. Cuando descendimos a Porxinos el calor era ya respetable. Atacamos la primera rampa, y sólo Víctor fue capaz de aguantar sin pararse a la sombra de un pino para capturar oxígeno, pero a un ritmo tan mínimo que al poco de reemprender la marcha le di alcance. No obstante, el xoto llegó en solitario a la explanada porque los demás cada poco íbamos parando a respirar.

En el último kilómetro, las diferencias se acentuaron. Víctor, según contó, subió del tirón hasta los últimos centímetros y tan relajado iba contemplando el bonito paisaje porque no tenía a ninguna 'J' soplándole en la nuca que tuvo que poner pie a tierra para no salirse del camino y rodar por la ladera, lo que provocó la hilaridad de un ciclista que bajaba de las antenas. Las 'J' ya tenían bastante con turnarse en la marcha y los descansos, que fueron unos cuantos. Al final, la ausencia de tercer plato dejó a Javi sin recursos y cedió en la última recta. Habíamos completado una ascensión suicida, que Víctor y yo ya creíamos conocer, pero aun con algunos centenares de kilómetros de rodaje en las piernas difiere mucho de hacerla en marzo a llevarla a cabo en julio. Por ello, Víctor amenazó con presentar una protesta formal ante la organización, que finalmente no se produjo.

Lo que no habían cambiado eran las vistas. El descenso fue rápido para honrar lo antes posible al paladar. Entre les Rodanes y Riba-roja Víctor recibió una llamada, momento que algún ruin aprovechó para lanzar un amago de ataque e instigar a Javi a que lo secundara. "¡Sí, sí! ¿Entonces, 35 perlas, 2 flores de abril y otras 72 perlas?", vociferaba Víctor, que no se había molestado en detener su marcha. "¡Acordaos: 35, 2, 72!", nos cantó conforme se acercaba a nosotros una vez concluida la conversación telefónica. "¿Eso qué cojones es, el gordo de Navidad?", le respondí. "No, un pedido de una clienta para un collar, que ha visto uno en Tous que le ha gustado y quiere uno similar", aclaró. "Pues... la Peña podría comprar ese décimo para el 22 de diciembre", sugerí. Y a todos nos pareció perfecto, como si los números de la composición deseada por la señora fuesen una millonaria revelación.

El Askuas nos recibió con un almuerzo marca de la casa y con un par de botellas de coca-cola dentro de un cubo con hielo. Javi comprobó en persona dos cosas: que los almuerzos del Askuas tienen su fama bien merecida y que existen bicis como la 'suya' (la Muddyfox Streetfinder) que sí tienen tercer plato. A la ruta le faltaba un rodeo por la huerta de Benaguasil y las urbanizaciones de la Pobla de Vallbona y l'Eliana porque si no se quedaba un tanto corta, y así lo hicimos, con un sol castigador, sin ni siquiera una ligera brisa y con el matador olor de la depuradora de la Pobla. Tras retornar al río, hicimos una breve pausa para quitarnos algún grado de encima, pero no esperamos a la Presa, presumiblemente ya ocupada por el clan Jiménez Heredia.

Tras la etapa, Víctor se echó atrás en su reclamación por la hora de comienzo con un comunicado en la página de la Peña: "Como mejor aprende el ser humano es a base de palos. Llevo semanas reclamando un adelantamiento en nuestras salidas, pero la democracia de esta peña prefería dormir una hora más y arriesgarse a un desvanecimiento, lipotimia, bajada de tensión...". ¿Hablaba él o hablaban Gloria y Bego a través de él? Tomamos nota para la siguiente; más nos valía.

El Palmar-Cullera



La organización de la etapa de Cullera era diferente, novedosa, inédita. Dada la lejanía del destino, la ruta partía desde El Palmar, en el corazón del Parc Natural de l'Albufera, así que era necesaria la primera neutralización en la Peugeot Expert Tepee. Había que madrugar para cargar las tres bicis, efectuar el traslado, descargar y echar a rodar antes de las 09:00, por lo que el control de firmas se fijó en las 07:45 de la madrugada.

Nos esperaban 60 kilómetros, absolutamente llanos a excepción de los tres kilómetros de subida y otros tantos de bajada del radar meteorológico o bola del mundo. La información del trazado estaba especificada en el libro de ruta, colgado en la nueva página de facebook, así que nadie debía tener dudas sobre lo que nos esperaba. Javi había registrado una petición para efectuar "una parada técnica en la oficina de Yoli para un besito rápido y continuar la marcha", propuesta que fue estimada "por romántica y porque nos pilla de paso".

Recorrer los alrededores de la Albufera en bicicleta es algo altamente recomendable. La vista se expande casi hasta el infinito entre el verde de los arrozales, las aves acuáticas acompañan el paseo con su vuelo discontinuo y sus chapoteos, los canales acompañan o cruzan el camino... Si además el día acompañaba, el sol todavía ganduleaba entre las nubes y el viento se mantenía en calma, el escenario era idílico. La presencia humana se atisbaba en las labores de algunos agricultores con sus maquinarias especiales para desplazarse por los campos encharcados. Por poner un pero, quizá esperábamos algún coche o camión menos por sus caminos asfaltados.

De ahí nuestra distensión en el pedaleo y nuestras gansadas encima de la bicicleta, combinadas con un rodar rápido y constante aprovechando la diafanidad del recorrido. Sorteamos desde lejos los núcleos urbanos de Sollana y Sueca y llegamos al de Cullera, el cual teníamos que atravesar en su totalidad para encarar la ascensión, de tres kilómetros desde el nivel del mar hasta los 230 metros de altitud. Como siempre, "a partir de aquí, sálvese el que pueda". En la primera rampa, Víctor casi revienta el cambio de la bici; Javi, conocedor del tramo inicial, se marchó con decisión; por mi parte, conocedor de mis características, intenté no forzar demasiado para tener una subida tranquila.

Javi, con su no tercer plato, cayó como fruta madura. Víctor ya marchaba en cabeza en el desvío a la derecha, cuando las edificaciones acaban y queda un paisaje de aceras a medio hacer, calles que no llevan a ningún sitio y bloques de hormigón desperdigados por la destrozada ladera, junto a las carteles en los que se destaca la prohibición de edificar (más). Yo me acercaba poco a poco a Javi, pero tardé en sobrepasarlo, y cuando lo hice iba muy al límite. Afortunadamente, Víctor acababa de tomar una curva de herradura y le escuché decir desde las alturas: "¡esto ya no es tan duro!". Así era, tras los dos primeros kilómetros llegaba una zona más benigna y a continuación un pequeño descanso y hasta una ligera bajada.

Víctor mantenía la 'distancia de seguridad', Javi también lo estaba pasando mal. Otra rampa respetable pero breve daba paso a la traca final: 200 metros de pronunciado descenso y poco más de 100 con una rampa del 21% hasta el radar y los repetidores. Víctor lo consiguió, pero a costa de emitir tras su llegada unos resoplidos de león marino que cualquier diría que procedían de la playa. "Me he dejado los cojones", afirmó. Yo no tuve ni tanta suerte ni tanto arrojo; podría decir que un señor que paseaba a su perro suelto me impidió coger la velocidad suficiente en la bajada, pero la realidad es que no pude con la pared. Y Javi, con ‘su’ bici, tampoco estaba capacitado para ofrecer más.

Al norte, los arrozales que acabábamos de recorrer; al noroeste, la población de Sueca; al suroeste, Favara con la Serra de la Murta al fondo; al este, el mar, el inmenso Mediterráneo, la playa, la costa y la depredación urbanística. El cielo no estaba totalmente despejado, pero kilómetros y kilómetros de montaña, llanura y mar se extendían ante nuestros ojos. La subida tenía un doble valor: el camino en sí, el esfuerzo de hacerla en bici, el trazado que aunque mucho más breve bien podía asemejarse a cualquier llegada en alto de una competición ciclista, y las vistas una vez alcanzada la cima. Inolvidable.

Pero además de alimentar la vista y los sentidos, había que alimentar el estómago. Eso sí, lo prometido era deuda, y había que cumplir el pacto entre tocapelotas. La bajada fue emocionante, pues la carretera es ancha y despejada pero cuenta con una protección sobre el terraplén de apenas un palmo, y Víctor le añadió un plus al cruzarse en el camino de Javi, sin consecuencias. Pasamos por la oficina de Yoli, quien compareció toda mona ante los tres sudorosos y poco presentables ciclistas: "¡Pero estáis locos! ¿Habéis sido capaces de subir ahí? ¡Madre mía!", dijo sin perder la sonrisa. En esas estábamos cuando ante nuestros ojos apareció uno de los grandes artífices de estas rutas: el coche de google maps. Si supiera la gran ayuda que ha supuesto en la creación y diseño de los trazados...

En El Llauraor parecía que había pasado el pelotón y había arrasado con los víveres. Debimos de ser los últimos en almorzar ese día allí, pero disfrutamos de un generoso ágape, ensalada incluida. El camino de vuelta fue un poco menos maravilloso: el sol estaba en lo más alto, llevábamos el buche lleno y los kilómetros se hacían notar. Además, no teníamos como a la ida la referencia de la montaña de Cullera y parecía que pedaleábamos sin avanzar en la pradera de arroz.

Para animar el retorno, incrementamos el ritmo, metimos plato grande y llegaron los piques: primero atacó Javi, como vi que iba en serio me enganché a su rueda y cuando Víctor quiso unirse a la fiesta le costó un mundo. A punto de conectar, solté un nuevo ataque al que respondió Javi y Víctor tuvo que volver a empezar, y vaciarse otra vez. Por fin, enterramos el hacha y nos reagrupamos. El Palmar estaba ya a la vista y, después de 60 kilómetros, aún nos quedaron ganas para lanzar más ataques, el útimo y definitivo para una etapa memorable y que dejó huella a todos, ya en las calles de la pedanía por parte de Javi, quien se llevó la victoria al sprint en la meta de la Expert. Sería por el besito de Yoli...

lunes, 21 de octubre de 2013

Porta Coeli



Subir a Porta Coeli y no hacerlo por la carretera de los cuarteles y el hospital es complicarse la vida y cuesta entender que nuestra visita a la Cartuja transcurriera por otros derroteros. El objetivo, como siempre, era eludir el presunto tráfico y buscar caminos más tranquilos. Y los encontramos, pero algunos de ellos impracticables.

Tras una semana de parada por mis vacaciones cántabras, la llegada del verano había traído consigo una de tantas olas de calor. Por ello, programamos una etapa vespertina y cargamos en la mochila de Víctor (plural mayestático) una botella de agua y otro bidón. Javi se reincorporó con nuevo uniforme: un culote-bermuda y un maillot. En vez de adoptar el color de sus compañeros, escogió uno gris, y además se jactó de ello: "Yo paso de ir de rojo como vosotros, que parecéis Zipi y Zape". Pusimos rumbo a Bétera por el camino utilizado para ir a Olocau con desvío en la Conarda, mucho más agradable y tranquilo que el trayecto por Mas Camarena.

Entramos en la urbanización La Masia, junto a la carretera Bétera-Olocau. Rodar con Javi tiene, entre otros muchos, el atractivo de que adonde vayamos conoce el lugar porque él ha peritado allí y nos cuenta lo que recuerda de aquella experiencia. La ruta nos llevó por firmes de tierra y luego de asfalto. "Cada vez me gustan más estos caminos", dejó caer Víctor, en alusión a los segundos. El guía tomó nota: los terrenos pedregosos están muy bien, sobre todo para descensos técnicos, pero no está de más combinarlos con carreteras asfaltadas en las que se pueda rodar más cómodo y adquirir cierta velocidad, y así se programó para etapas venideras.

Volvimos a caminos antipáticos, cada vez más empinados. Cruzamos la urbanización Sirer; acusábamos ya el esfuerzo y el intenso calor, y quedaba lo más duro. Saldríamos a la carretera de las Canteras a 2 kilómetros del cruce hacia Porta Coeli, pero hubo que hacerlo a pie porque llevábamos bicis y no cabras. Comprobamos que un camino entre el bosque, intransitable a bordo de cualquier vehículo, era también sin embargo un buen lugar para utilizarlo como vertedero, debió de creer algún homo no sapiens.

En las Canteras disfrutamos de un reconfortante descenso hasta el desvío para subir a la Cartuja. Víctor y yo nos lanzamos mano a mano hacia arriba. A mitad de camino el rey de la montaña se escapó, pero haciendo un sobreesfuerzo logré reengancharme y adelantarle. Inmediatamente lo pagué, pues el xoto, impasible, me volvió a dejar atrás. Al fondo se veían los cipreses, volví a exprimirme y le alcancé para a continuación esprintar. "¿Ya hemos llegado? Pensaba que quedaba mucho más. ¡Es que voy a ciegas!". No tenía derecho a quejarse: le había remitido días antes un correo en el que le explicaba la ascensión y la llegada: "Son 2,4 km. El final, la tapia y la puerta del monasterio, está después de un sombrío tramo bordeado por paredes de la propia montaña y cipreses". De todos modos, a partir de esta reclamación ideé la creación del grupo de facebook para nuestras rutas. El nombre estaba más que claro: Peña Ciclotocapelotista. La presidencia, también: Gloria.

En esas estábamos cuando llegó Javi, como un señor, erguido sobre la bicicleta, sin muestra alguna de fatiga pese a su no tercer plato. Entramos en el recinto del monasterio. Silencio absoluto desde una atalaya incomparable, el lugar ideal para encontrar un lector ensimismado o una abuela con su nieto dormido. No vimos, en cambio, a ningún "monje con la capucha puesta sin vérsele la cara, que no dice ni hola y da un miedo que te cagas", según comentó Rafa posteriormente, quien además elogió la proeza con un "salud y kilómetros, ya eres de los míos, jajaja".

La merienda tenía que esperar hasta Bétera, no más de lo necesario puesto que descartamos la ascensión al vértice geodésico de la Guarda. La bajada hasta el cruce fue muy rápida y divertida, hasta que tras una curva con gravilla aflojamos porque nos vimos con dificultades para controlar las máquinas. Continuamos en suave descenso por la carretera de los cuarteles pero pasado el hospital tomamos un desvío para coger un camino de tierra, ante las protestas de mis compañeros, que preferían continuar por firme pavimentado. No obstante, el trayecto también fue bonito entre campos y urbanizaciones, interrumpido por la hojita del GPS, que salió despedida en dos ocasiones desde su ubicación en el manillar -es lo que pasa por reutilizar la cinta de carrocero-, la segunda de ellas, en medio de una rotonda. Ya no hacía falta, pero las colecciono, así que la recuperé.

En el dulce tentempié se empezó a gestar la siguiente ruta. En honor a Javi, a Yoli y porque nos apetecía mucho conocer la ascensión al radar meteorológico, nuestro próximo destino sería Cullera, lugar de residencia y trabajo de Yoli. De momento, nuestro objetivo inminente era terminar la etapa, así que nos dirigimos a Mas Camarena, sin deportistas haciendo footing que reclamaran nuestra atención, y subimos a La Canyada por la entrada principal, donde Víctor no tuvo rival. Se ve que conocía la llegada.

Calicanto




-"Si Javi tampoco puede venir, podemos reservarle la etapa de Porta Coeli y hacer nosotros Calicanto, que es más experimental".
-"Experimentemos entonces".
-"Experimental que puede ser sinónimo de no escoger el camino correcto".

Víctor ya estaba advertido a través de ‘whatsap’ de que en la próxima salida podía pasar algo. La etapa de la Serra Perenxisa o Calicanto, perteneciente a los términos municipales de Chiva, Torrent y Godelleta, fue seguramente una de las más estrambóticas que hicimos y haremos. Lo único rescatable, interesante, bonito, fue el tramo de subida y bajada de la montaña masacrada a dentelladas por la voracidad urbanística. Lo demás, poco recomendable para una ciclorruta al uso. Detallemos.

Para llegar a Calicanto, buscamos una alternativa que no fuera carreteras con tráfico, pero esa tercera vía menos transitada nos salió rana. La ruta desde La Canyada marchaba tranquila y sin problemas hasta que llegamos a los polígonos y la A-3. Nos pasamos la salida de una rotonda y dimos una estresante vuelta de más. Tras cruzar la autovía, teníamos que desviarnos por un camino que atravesaba un paso a nivel de Renfe. Paso a nivel suprimido; cuando Google Street View visitó la zona el paso a nivel estaba abierto al tráfico. Y no era fácil encontrar una alternativa, ya que nuestra ruta continuaba por caminos rurales asfaltados o de tierra entre un océano de campos de naranjos, todos iguales y muchos de ellos vallados.

Dimos un rodeo por el polígono hasta encontrar un paso elevado sobre el tendido ferroviario y, al bajar, junto al agradable aroma procedente de la fábrica de cacao Natra, nos llegó el pestilente olor de la planta de tratamiento de residuos metropolitanos de Quart. Repugnante, vomitivo, nauseabundo, repulsivo, hediondo. Aguantamos la respiración al pasar junto al recinto, pero sirvió de poco. Una nube de gaviotas revoloteaba por las montañas de escombros. Unas piscinas de agua fétida y basura que el viento había arrastrado por los alrededores terminaban de decorar el 'paisaje'. Es evidente que la basura que generamos tiene que ir a parar a algún sitio, pero no era agradable encontrársela en pleno ejercicio físico, cuando además no estaba prevista en el libro de ruta porque el trazado inicial no transcurría por allí.

Acabó el Camí de Torrent en una carretera, la del Pla de Quart. Nos habíamos desviado bastante y había que reprogramar la ruta. El objetivo era llegar como fuera a Calicanto. Parada técnica, consulta del GPS y en última instancia decir, no muy convencido: "vamos a meternos por aquí, creo que llegaremos a algún sitio". Hubo suerte y celebramos pasar bajo la línea del AVE, señal de que estábamos en el buen camino. Un camino por el que el cochecito de Google había transitado, no entendíamos muy bien cómo. Aquello fue degenerando hasta que nos vimos pedaleando por una pista pedregosa, polvorienta y con ligera pendiente ascendente. Así estuvimos durante cuatro kilómetros, siempre entre naranjos y 'pellizcando' las ruedas sin parar porque las piedras eran inevitables. El calor, el polvo, la pendiente discreta pero insistente...Se nos hizo eterno.

Festejamos pisar asfalto en la urbanización La Esmeralda, rodamos brevemente por el tapiz de la carretera de Godelleta y entramos en Cumbres de Calicanto. Después del rodeo, el puñetazo en la nariz y el esfuerzo en el áspero camino llegó la ascensión de 5 kilómetros hasta las antenas y el vértice geodésico de la Serra Perenxisa. En la primera rampa, de considerable dureza, fiel a mi costumbre, perdí rueda con Víctor quien, como es costumbre en él, lo da todo en las grandes ascensiones, se exhibe en las subidas ‘mediáticas’, y acaba la etapa renqueante y con el gancho. No podía acompasar mi respiración, "me ardía el pecho", pero pude resistir. "Coge aire", había escrito alguien en el asfalto, ya que tras la cuesta venía un pequeño descanso. Otra rampa. Una bendita bajada. Otra rampa. Víctor no ampliaba la distancia. "Sufrir se sufre, pero la rampa siempre llega a su fin". Me acordaba de Rafa, sus batallitas y sus contraportadas. "Yo ni me planteo bajarme de la bici". Pues yo sí, pero no quería, hasta que tuve que hacerlo porque al cambiar plato metí el grande en lugar del pequeño, y entonces sí que no. Víctor seguía ahí, no iba apurado pero tampoco sobrado. Y llegamos al final de la urbanización, fantasmagóricamente deshabitada en muchas zonas, para tomar el camino hacia las antenas, peor aún que el de los naranjos, pero lo más ‘grave’ había pasado.

Unos obreros trabajaban en los repetidores. Concretamente, uno trepaba por ellas y dos miraban desde abajo impasibles. Las vistas no defraudaron: el manto de naranjos, la Calderona en el horizonte, la sierra de Chiva, la costa valenciana, l’Albufera difuminada entre la neblina, la montaña de Cullera. Con todo lo acontecido, habíamos acumulado un retraso considerable, así que emprendimos el descenso por la cara norte, por la carretera, primero sinuosa y luego recta con badenes, pero muy recomendable tanto para bajar como para subir, que lleva a la urbanización Santo Domingo. Bastaba con mover el manillar y frenar de vez en cuando para tomar las curvas, pues la bajada nos condujo directamente al lugar del almuerzo, a unos 5 kilómetros.

Había que planificar bien el retorno, porque el tiempo se nos echaba encima. Bajo ningún concepto íbamos a mantener el recorrido original, que nos volvía a llevar por buena parte del antipático camino entre naranjos, y además no nos servía porque se estrellaba en el paso a nivel. El GPS nos indicó una ruta más corta y por carreteras con algo más de tráfico que, eso sí, nos condenaba a una nueva visita al vertedero, pero no teníamos elección. Escasos de agua, compramos una botella para evitar más sorpresas y nos lanzamos en dirección Torrent y Mas del Jutge al tiempo que aguzaba el oído para escuchar las indicaciones de doña GPS desde el bolsillo trasero del maillot, hasta que el tráfico me obligó a llevar el móvil unos metros en la mano.

Superamos el apestoso trecho de la planta intentando no devolver el almuerzo. Para cruzar la A-3, nos dejamos de rodeos y utilizamos la pasarela peatonal frente a la factoría de Amstel. Ya estábamos sobre terreno conocido y tranquilo. Queríamos llegar cuanto antes; puse un ritmo constante, pero Víctor iba justito, haciendo la goma y con cara de no pasarlo demasiado bien. Sin embargo, al llegar a la subida a La Canyada, resurgió cual ave Fénix y esprintó para imponerse en la entrada a la urbanización. Pese a todas las vicisitudes, aún teníamos ganas de marcha. La etapa experimental también sirvió para descartar otras dos rutas, las de Godelleta y Monserrat; por esos caminos, al menos, no iremos.