miércoles, 23 de octubre de 2013

El Palmar-Cullera



La organización de la etapa de Cullera era diferente, novedosa, inédita. Dada la lejanía del destino, la ruta partía desde El Palmar, en el corazón del Parc Natural de l'Albufera, así que era necesaria la primera neutralización en la Peugeot Expert Tepee. Había que madrugar para cargar las tres bicis, efectuar el traslado, descargar y echar a rodar antes de las 09:00, por lo que el control de firmas se fijó en las 07:45 de la madrugada.

Nos esperaban 60 kilómetros, absolutamente llanos a excepción de los tres kilómetros de subida y otros tantos de bajada del radar meteorológico o bola del mundo. La información del trazado estaba especificada en el libro de ruta, colgado en la nueva página de facebook, así que nadie debía tener dudas sobre lo que nos esperaba. Javi había registrado una petición para efectuar "una parada técnica en la oficina de Yoli para un besito rápido y continuar la marcha", propuesta que fue estimada "por romántica y porque nos pilla de paso".

Recorrer los alrededores de la Albufera en bicicleta es algo altamente recomendable. La vista se expande casi hasta el infinito entre el verde de los arrozales, las aves acuáticas acompañan el paseo con su vuelo discontinuo y sus chapoteos, los canales acompañan o cruzan el camino... Si además el día acompañaba, el sol todavía ganduleaba entre las nubes y el viento se mantenía en calma, el escenario era idílico. La presencia humana se atisbaba en las labores de algunos agricultores con sus maquinarias especiales para desplazarse por los campos encharcados. Por poner un pero, quizá esperábamos algún coche o camión menos por sus caminos asfaltados.

De ahí nuestra distensión en el pedaleo y nuestras gansadas encima de la bicicleta, combinadas con un rodar rápido y constante aprovechando la diafanidad del recorrido. Sorteamos desde lejos los núcleos urbanos de Sollana y Sueca y llegamos al de Cullera, el cual teníamos que atravesar en su totalidad para encarar la ascensión, de tres kilómetros desde el nivel del mar hasta los 230 metros de altitud. Como siempre, "a partir de aquí, sálvese el que pueda". En la primera rampa, Víctor casi revienta el cambio de la bici; Javi, conocedor del tramo inicial, se marchó con decisión; por mi parte, conocedor de mis características, intenté no forzar demasiado para tener una subida tranquila.

Javi, con su no tercer plato, cayó como fruta madura. Víctor ya marchaba en cabeza en el desvío a la derecha, cuando las edificaciones acaban y queda un paisaje de aceras a medio hacer, calles que no llevan a ningún sitio y bloques de hormigón desperdigados por la destrozada ladera, junto a las carteles en los que se destaca la prohibición de edificar (más). Yo me acercaba poco a poco a Javi, pero tardé en sobrepasarlo, y cuando lo hice iba muy al límite. Afortunadamente, Víctor acababa de tomar una curva de herradura y le escuché decir desde las alturas: "¡esto ya no es tan duro!". Así era, tras los dos primeros kilómetros llegaba una zona más benigna y a continuación un pequeño descanso y hasta una ligera bajada.

Víctor mantenía la 'distancia de seguridad', Javi también lo estaba pasando mal. Otra rampa respetable pero breve daba paso a la traca final: 200 metros de pronunciado descenso y poco más de 100 con una rampa del 21% hasta el radar y los repetidores. Víctor lo consiguió, pero a costa de emitir tras su llegada unos resoplidos de león marino que cualquier diría que procedían de la playa. "Me he dejado los cojones", afirmó. Yo no tuve ni tanta suerte ni tanto arrojo; podría decir que un señor que paseaba a su perro suelto me impidió coger la velocidad suficiente en la bajada, pero la realidad es que no pude con la pared. Y Javi, con ‘su’ bici, tampoco estaba capacitado para ofrecer más.

Al norte, los arrozales que acabábamos de recorrer; al noroeste, la población de Sueca; al suroeste, Favara con la Serra de la Murta al fondo; al este, el mar, el inmenso Mediterráneo, la playa, la costa y la depredación urbanística. El cielo no estaba totalmente despejado, pero kilómetros y kilómetros de montaña, llanura y mar se extendían ante nuestros ojos. La subida tenía un doble valor: el camino en sí, el esfuerzo de hacerla en bici, el trazado que aunque mucho más breve bien podía asemejarse a cualquier llegada en alto de una competición ciclista, y las vistas una vez alcanzada la cima. Inolvidable.

Pero además de alimentar la vista y los sentidos, había que alimentar el estómago. Eso sí, lo prometido era deuda, y había que cumplir el pacto entre tocapelotas. La bajada fue emocionante, pues la carretera es ancha y despejada pero cuenta con una protección sobre el terraplén de apenas un palmo, y Víctor le añadió un plus al cruzarse en el camino de Javi, sin consecuencias. Pasamos por la oficina de Yoli, quien compareció toda mona ante los tres sudorosos y poco presentables ciclistas: "¡Pero estáis locos! ¿Habéis sido capaces de subir ahí? ¡Madre mía!", dijo sin perder la sonrisa. En esas estábamos cuando ante nuestros ojos apareció uno de los grandes artífices de estas rutas: el coche de google maps. Si supiera la gran ayuda que ha supuesto en la creación y diseño de los trazados...

En El Llauraor parecía que había pasado el pelotón y había arrasado con los víveres. Debimos de ser los últimos en almorzar ese día allí, pero disfrutamos de un generoso ágape, ensalada incluida. El camino de vuelta fue un poco menos maravilloso: el sol estaba en lo más alto, llevábamos el buche lleno y los kilómetros se hacían notar. Además, no teníamos como a la ida la referencia de la montaña de Cullera y parecía que pedaleábamos sin avanzar en la pradera de arroz.

Para animar el retorno, incrementamos el ritmo, metimos plato grande y llegaron los piques: primero atacó Javi, como vi que iba en serio me enganché a su rueda y cuando Víctor quiso unirse a la fiesta le costó un mundo. A punto de conectar, solté un nuevo ataque al que respondió Javi y Víctor tuvo que volver a empezar, y vaciarse otra vez. Por fin, enterramos el hacha y nos reagrupamos. El Palmar estaba ya a la vista y, después de 60 kilómetros, aún nos quedaron ganas para lanzar más ataques, el útimo y definitivo para una etapa memorable y que dejó huella a todos, ya en las calles de la pedanía por parte de Javi, quien se llevó la victoria al sprint en la meta de la Expert. Sería por el besito de Yoli...

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