lunes, 21 de octubre de 2013

Calicanto




-"Si Javi tampoco puede venir, podemos reservarle la etapa de Porta Coeli y hacer nosotros Calicanto, que es más experimental".
-"Experimentemos entonces".
-"Experimental que puede ser sinónimo de no escoger el camino correcto".

Víctor ya estaba advertido a través de ‘whatsap’ de que en la próxima salida podía pasar algo. La etapa de la Serra Perenxisa o Calicanto, perteneciente a los términos municipales de Chiva, Torrent y Godelleta, fue seguramente una de las más estrambóticas que hicimos y haremos. Lo único rescatable, interesante, bonito, fue el tramo de subida y bajada de la montaña masacrada a dentelladas por la voracidad urbanística. Lo demás, poco recomendable para una ciclorruta al uso. Detallemos.

Para llegar a Calicanto, buscamos una alternativa que no fuera carreteras con tráfico, pero esa tercera vía menos transitada nos salió rana. La ruta desde La Canyada marchaba tranquila y sin problemas hasta que llegamos a los polígonos y la A-3. Nos pasamos la salida de una rotonda y dimos una estresante vuelta de más. Tras cruzar la autovía, teníamos que desviarnos por un camino que atravesaba un paso a nivel de Renfe. Paso a nivel suprimido; cuando Google Street View visitó la zona el paso a nivel estaba abierto al tráfico. Y no era fácil encontrar una alternativa, ya que nuestra ruta continuaba por caminos rurales asfaltados o de tierra entre un océano de campos de naranjos, todos iguales y muchos de ellos vallados.

Dimos un rodeo por el polígono hasta encontrar un paso elevado sobre el tendido ferroviario y, al bajar, junto al agradable aroma procedente de la fábrica de cacao Natra, nos llegó el pestilente olor de la planta de tratamiento de residuos metropolitanos de Quart. Repugnante, vomitivo, nauseabundo, repulsivo, hediondo. Aguantamos la respiración al pasar junto al recinto, pero sirvió de poco. Una nube de gaviotas revoloteaba por las montañas de escombros. Unas piscinas de agua fétida y basura que el viento había arrastrado por los alrededores terminaban de decorar el 'paisaje'. Es evidente que la basura que generamos tiene que ir a parar a algún sitio, pero no era agradable encontrársela en pleno ejercicio físico, cuando además no estaba prevista en el libro de ruta porque el trazado inicial no transcurría por allí.

Acabó el Camí de Torrent en una carretera, la del Pla de Quart. Nos habíamos desviado bastante y había que reprogramar la ruta. El objetivo era llegar como fuera a Calicanto. Parada técnica, consulta del GPS y en última instancia decir, no muy convencido: "vamos a meternos por aquí, creo que llegaremos a algún sitio". Hubo suerte y celebramos pasar bajo la línea del AVE, señal de que estábamos en el buen camino. Un camino por el que el cochecito de Google había transitado, no entendíamos muy bien cómo. Aquello fue degenerando hasta que nos vimos pedaleando por una pista pedregosa, polvorienta y con ligera pendiente ascendente. Así estuvimos durante cuatro kilómetros, siempre entre naranjos y 'pellizcando' las ruedas sin parar porque las piedras eran inevitables. El calor, el polvo, la pendiente discreta pero insistente...Se nos hizo eterno.

Festejamos pisar asfalto en la urbanización La Esmeralda, rodamos brevemente por el tapiz de la carretera de Godelleta y entramos en Cumbres de Calicanto. Después del rodeo, el puñetazo en la nariz y el esfuerzo en el áspero camino llegó la ascensión de 5 kilómetros hasta las antenas y el vértice geodésico de la Serra Perenxisa. En la primera rampa, de considerable dureza, fiel a mi costumbre, perdí rueda con Víctor quien, como es costumbre en él, lo da todo en las grandes ascensiones, se exhibe en las subidas ‘mediáticas’, y acaba la etapa renqueante y con el gancho. No podía acompasar mi respiración, "me ardía el pecho", pero pude resistir. "Coge aire", había escrito alguien en el asfalto, ya que tras la cuesta venía un pequeño descanso. Otra rampa. Una bendita bajada. Otra rampa. Víctor no ampliaba la distancia. "Sufrir se sufre, pero la rampa siempre llega a su fin". Me acordaba de Rafa, sus batallitas y sus contraportadas. "Yo ni me planteo bajarme de la bici". Pues yo sí, pero no quería, hasta que tuve que hacerlo porque al cambiar plato metí el grande en lugar del pequeño, y entonces sí que no. Víctor seguía ahí, no iba apurado pero tampoco sobrado. Y llegamos al final de la urbanización, fantasmagóricamente deshabitada en muchas zonas, para tomar el camino hacia las antenas, peor aún que el de los naranjos, pero lo más ‘grave’ había pasado.

Unos obreros trabajaban en los repetidores. Concretamente, uno trepaba por ellas y dos miraban desde abajo impasibles. Las vistas no defraudaron: el manto de naranjos, la Calderona en el horizonte, la sierra de Chiva, la costa valenciana, l’Albufera difuminada entre la neblina, la montaña de Cullera. Con todo lo acontecido, habíamos acumulado un retraso considerable, así que emprendimos el descenso por la cara norte, por la carretera, primero sinuosa y luego recta con badenes, pero muy recomendable tanto para bajar como para subir, que lleva a la urbanización Santo Domingo. Bastaba con mover el manillar y frenar de vez en cuando para tomar las curvas, pues la bajada nos condujo directamente al lugar del almuerzo, a unos 5 kilómetros.

Había que planificar bien el retorno, porque el tiempo se nos echaba encima. Bajo ningún concepto íbamos a mantener el recorrido original, que nos volvía a llevar por buena parte del antipático camino entre naranjos, y además no nos servía porque se estrellaba en el paso a nivel. El GPS nos indicó una ruta más corta y por carreteras con algo más de tráfico que, eso sí, nos condenaba a una nueva visita al vertedero, pero no teníamos elección. Escasos de agua, compramos una botella para evitar más sorpresas y nos lanzamos en dirección Torrent y Mas del Jutge al tiempo que aguzaba el oído para escuchar las indicaciones de doña GPS desde el bolsillo trasero del maillot, hasta que el tráfico me obligó a llevar el móvil unos metros en la mano.

Superamos el apestoso trecho de la planta intentando no devolver el almuerzo. Para cruzar la A-3, nos dejamos de rodeos y utilizamos la pasarela peatonal frente a la factoría de Amstel. Ya estábamos sobre terreno conocido y tranquilo. Queríamos llegar cuanto antes; puse un ritmo constante, pero Víctor iba justito, haciendo la goma y con cara de no pasarlo demasiado bien. Sin embargo, al llegar a la subida a La Canyada, resurgió cual ave Fénix y esprintó para imponerse en la entrada a la urbanización. Pese a todas las vicisitudes, aún teníamos ganas de marcha. La etapa experimental también sirvió para descartar otras dos rutas, las de Godelleta y Monserrat; por esos caminos, al menos, no iremos.

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