miércoles, 30 de noviembre de 2011

Regreso al remanso de paz del Llac dels Engolasters








La anterior subida al Llac dels Engolasters había sido en coche y posteriormente en bicicleta. Ahora tocaba hacerla a pie, por una ruta distinta, la del Camí del Riu Blanc, que comienza en el núcleo urbano de Encamp y acaba en el Llac, unos 5 km en total, ida y vuelta y con un desnivel de 370 metros. El camino va ganando en atractivo conforme se asciende, al principio es duro y atraviesa diversas parcelas cultivadas. El exiguo riu Blanc, que da nombre al camino, se atraviesa un par de veces, pero en su curso le acompañan hasta cuatro mangueras. En el ecuador de la ascensión, la vegetación adquiere más verdor, el zigzagueante sendero se adentra en el bosque, se estrecha y adquiere mayor belleza, sin abandonar su composición rocosa y abrupta, hasta que el tramo final se suaviza y eleva al caminante tras una hora de camino hasta el Llac dels Engolasters.

Me quedé corto en el anterior relato cuando describí la hermosura del Llac. Es un auténtico remanso de paz, un lugar para que las familias pasen un día soleado o para embobarse en su contemplación. Y helado y con el entorno nevado debe ser el paraíso. Eso sí, no vi brujas ni pueblo sumergido, sino una lámina de agua en la que se reflejan el bosque y el cielo. Me dio pena abandonar el lugar para iniciar el descenso, por el Camí del Riu Blanc, que en poco más de media hora me devolvió a Encamp, con la sensación de haber retornado del paraíso.





lunes, 28 de noviembre de 2011

Ba-lon-ces-to en Andorra


El viernes por la noche tuve ocasión de disfrutar de un partido de baloncesto fuera de España, bien es cierto que correspondiente a la categoría nacional española Adecco Plata (por debajo de la Liga ACB Endesa y Adecco Oro). El BC River Andorra recibió en el Poliesportiu al Aguas de Sousas Club Ourense Baloncesto, dos exequipos ACB -el primero jugó hace 15 años y el segundo 10- que luchan por subir de categoría. Y disfruté porque, al margen de que creo que es el segundo partido de baloncesto que veo en directo en mi vida -ya puedo decir que he visto cada uno en un país diferente-, éste era de competición oficial. El marcador final de 91-53 lo dice todo, dice que el Andorra no tuvo rival, le salió todo muy bien y las 500 personas presentes en el frío pabellón de la capital gozaron de lo lindo. Y después, rueda de prensa del entrenador, Joan Peñarroya, en la que frenó la euforia y mostró su deseo de que acuda más gente al pabellón para lograr el anhelado objetivo. Que tengan suerte.

Pas de la Casa: comercio, nieve y mucho frío




El Pas de la Casa es el núcleo de población más oriental de Andorra y es la puerta de acceso de Francia al Principado. Pertenece a la parroquia de Encamp, de cuyo centro urbano le separan casi 30 km, el Puerto de Envalira -de 2.409 metros de altitud, el puerto de montaña con carretera más alto de los Pirineos-. De los 13.500 habitantes de la parroquia, 2.500 viven en el Pas de la Casa. Debe su nombre al hecho de que a principios del siglo XX sólo había una cabaña de pastores en este lugar de paso, que era conocido antiguamente como Pas del Bac o Bac de la Casa. Pas de la Casa se encuentra a 2.050 metros de altitud (el centro urbano de Encamp a 1.300) y es la única zona habitada de Andorra encarada al norte, a la vertiente atlántica de la cordillera pirenaica.

¿Qué quiere decir esto? Que hace un frío que pela. Las estimaciones están sobre los 3º de temperatura media anual, por los aproximadamente 9º de Andorra la Vella. Con este panorama, se entiende que la nieve y su estación de Grandvalira (Pas de la Casa-Grau Roig) sea, junto con el comercio por su ubicación fronteriza, lo más destacado del Pas.

No en vano, en esta época en la que todavía no han empezado las nevadas en Andorra, es en este punto donde hay más nieve concentrada, en las pistas aún cerradas y a los lados de la carretera, ancha y revoltosa, por la que se accede a este confín del Principado, si no se quiere pasar por el túnel de peaje de Envalira, en funcionamiento desde 2002.

En cuanto al comercio, mucho turista francés, mucha tienda de electrónica, licores y alimentación. Y mucho frío.

En bici por la Seu y sus tranquilos alrededores











No descubro nada cuando digo que estar en Andorra es un privilegio por lo peculiar de su enclave, por su orografía, por su naturaleza, por su compendio de roca, vegetación y agua, por sus montañas, sus valles y sus ríos. Ahora bien, cuando después de varios días cambias de entorno, por ejemplo, te das cuenta de que todo no es perfecto, de que le falta 'algo'. Andorra es un país de turismo, de gente, de bullicio, de compras, de movimiento, de carreteras serpenteantes, de conducir deprisa, donde todo sube o todo baja, no hay llanura; un país activo, en el que es cierto que todo eso puede quedar aparcado si te internas por cualquier sendero o cualquier valle.

Dos días seguidos he bajado a la Seu d'Urgell, a diez kilómetros de la frontera, a hacer bici. Y después del pertinente paso por el control de la Guardia Civil y la rutinaria explicación de lo que le ha pasado al coche, la carretera se convierte en un tobogán hasta la capital de la comarca de l'Alt Urgell. Y ahí tres cosas me llamaron la atención. Una, a las afueras, en una explanada, vi dos coches destartalados y desguazados. En Andorra todavía no he visto ninguno. Dos, se expande la vista. Pese a estar en pleno Alt Pirineu y tener montañas a escasos centenares de metros, la Seu está rodeada de verdes prados, arboledas y algunos campos de cultivo. Frente al brutal entorno montañoso de Andorra, la Seu ofrece una vía de escape, la posibilidad de, si se quiere, experimentar el contraste. Y tres, la tranquilidad. Lejos del ajetreo turístico, el mismo núcleo urbano de la Seu, un municipio de 13.000 habitantes, puede ofrecer en un día laborable la calma que cuesta encontrar en el Principado del comercio y el capital.

Tranquilidad para pedalear en torno al Segre. El gran río ilerdense -aunque desemboca en el Ebro a la altura de la localidad zaragozana de Mequinenza- ofrece la posibilidad de acompañarte en un precioso paseo a pie o en bici. El Parc Olímpic del Segre fue construido en la Seu para acoger la competición de piragüismo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Actualmente en él se puede prácticar kayak, ráfting, hidrotrineo o piragüismo. Además, el Centro BTT La Seu–Alt Urgell ofrece 745 km señalizados de diferentes circuitos para disfrutar del patrimonio cultural y natural de la zona. El más sencillo es el que une La Seu con Alàs, un trayecto de nueve kilómetros por un amplio paseo bordeado de árboles, y el río. Se le puede añadir una visita a la localidad de Arfa, a cinco kilómetros, a través de la asfaltada vía verde Ribera de Segre. Una auténtica delicia con ligeras pendientes entre prados, donde pastan las vacas azarosamente, y montañas. Y el río.

En total, hice 22,5 kilómetros el primer día y 16,5 el segundo, que se podían haber quedado en nada de no ser por la amable gente de la tienda de material ciclista y de esquí 'X-Pirience' del carrer de Joaquim Viola Lafuerza. El sempiterno globero -yo- no tuvo problemas para montar la rueda delantera -he de desmontarla para meterla en el Fusion- pero se le atragantó el sillín. ¡No había manera de que se sujetara! Quizás porque quería poner la arandela en el tubo del sillín y no en el cuadro. El caso es que me obcequé y como se me hizo de noche pese a ser mediodía, me adentré en la Seu en busca de una tienda de bicis. En el citado establecimiento, expliqué la situación y me solucionaron en 30 segundos el 'problema'. 'Problema' que para explicarlo en catalán dije lo siguiente: "Tinc un problema amb aquesta peça de la cadireta". Se hizo un silencio, breve, y el chico se puso manos a la obra para solucionarlo. Cadireta. No quería decir "sillín" porque me parecía un 'barbarisme' y dije cadireta. No se me ocurrió "seient". Dije cadireta. No pareció pasar nada, pero ahí quedó eso. Cadireta.

Arreglada "la peça de la cadireta", pedaleé hacia Arfa y seguí camino hacia el Polígono Industrial de Montferrer, crucé la N-260 y llegué hasta el desvío del aeropuerto de Pirineos-Andorra, del que me quedé a tres kilómetros por cansancio y falta de tiempo, pero al que quiero volver. Rumbo al bullicio.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Pueden prometer y prometen...



En Andorra están de elecciones comunales -lo que en España serían municipales- pero algunas de las propuestas electorales de los diferentes partidos políticos (Demòcrates d'Andorra, Partit Socialdemòcrata y diversas formaciones independientes) se asemejan poco a lo que uno estaba acostumbrado a escuchar en las campañas españolas. Como es sabido, Andorra es un país enfocado al turismo, y en relación a este sector van dirigidas muchas de las 'ofertas' políticas. Pero hay algunas que no dejan de ser curiosas y que llaman la atención cuando se observa cuáles pueden ser las preocupaciones de la ciudadanía y se comparan con las de España. Evidentemente, el paro, la crisis, la atención sanitaria, las escuelas infantiles, etcétera, son comunes a muchos países. Otras, en cambio, dan que pensar: un partido propone la instalación de un cartel a la entrada de la capital porque ahora mismo "ni siquiera hay un rótulo que diga 'Benvinguts a Andorra la Vella". Otro partido asegura que en caso de hacerse con el Comú propondrá al Govern la modificación de una rotonda, para que en lugar de circular sea ovalada, ya que su fisonomía actual no propicia que los vehículos accedan al núcleo urbano y pasan de largo. Sí, todo es opinable, todo es válido, todo es turismo. Es Andorra.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La Vall del Madriu, el río que te acompaña







Se preveían lluvias en la Seu d'Urgell, así que descarté la bici y opté nuevamente por hacer el cabra por el monte. La idea era visitar el parque natural Vall del Madriu, designado patrimonio de la Humanidad por la Unesco, desde la carretera de la Plana hasta el refugio de Fontverd, por el Camí de la Muntanya. La previsión era de 1h50' la ida, pero no la completé.

Y no la completé porque quien midió los tiempos entre los puntos iba muy deprisa o lo hizo en verano, porque la ruta sigue un empinado camino ancestral empedrado que con humedad y en otoño se traduce en peligro de resbalón continuo. Si a ello se suman los mojones orgánicos dejados por caballos y vacas cada diez pasos de media, es imposible andar rápido, y además hay que hacerlo como no le gusta a mi señora esposa, mirando al suelo y sin poder disfrutar del paisaje.

Superado el primer tramo, al menos desapareció la humedad, pero se presentó otro enemigo: el sudor. Cuando el sol se sumaba al esfuerzo de trepar por aquella calzada romana, el reguero de gotas podía servir perfectamente para localizarme. Y además, se me empañaban las gafas, así que tuve que subir en plan Peñafiel, mordiendo las patillas, que para mirar al suelo no hacía falta tener una vista muy aguda. Y por fin tuve la feliz idea de agarrar una rama que me hiciera las veces de bastón, por lo que la subida se me hizo algo más benévola.

Dicho todo esto, la ruta fascina, primero por la propia senda, rocosa, serpenteante, decorada con las amarillentas hojas caídas y los mullidos musgos, flanqueada por árboles desnudos, prados y montañas, y el piar de los pájaros. Y el río Madriu. Siempre presente, unas veces más cerca, otras no tanto, pero su sonido siempre acompaña, en ocasiones estruendo, por momentos como música de fondo.

En uno de esos encuentros, cuando vislumbraba a lo lejos cumbres nevadas, me di la vuelta y, abrigado, comencé la bajada, al principio cómoda, tranquila, luego más pronunciada, por lo que me hice con una vara de más de 2 metros. Me crucé con caballos salvajes, que pacían despreocupadamente. Y me llegué a preguntar: "¿por aquí he subido yo?", porque había tramos por los que, con vara incluida, había que armarse de paciencia para continuar el descenso. No me resultaba extraño no haberme cruzado con nadie. En total, unos 8 kilómetros con un desnivel aproximado de unos 500 metros. Y a los caballos salvajes no les acaricié el lomo. La senda no permitía salir corriendo.






martes, 22 de noviembre de 2011

Costumbres andorranas

Encamp, 22:30. Parada en una gasolinera a comprar pan. Antes de bajar del coche, llega 'zumbando aguja' (aquí la mayoría conduce como si no hubiera mañana) un Audi A3, tuneado y con la música cañera altita, y se detiene. Sin apagar el motor, con las llaves puestas en el contacto y la ventanilla bajada, el conductor, un chaval de unos veintipocos años, deja la 'tocata' sonando, se baja, entra a comprar su pan, sale, se monta en su 'buga' y sale quemando rueda. Mientras tanto, otro conductor llega y hace lo propio. A ver dónde puedes hacer eso en España, y más concretamente en el Mediterráneo, y más concretamente en Valencia. La seguridad es máxima, la delincuencia escasa. Andorra 'is different'.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El Bony de les Neres; más que el fin, el camino






Hoy he cambiado la bici por el senderismo. El día no invitaba a arriesgarse a pedalear dada la niebla reinante y la posibilidad de acabar empapado por la lluvia -unida a la falta de terreno relativamente llano en este pequeño país-. Además, la posibilidad de subir montado en la Orbea el Coll d'Ordino ha quedado descartada nada más recorrer las primeras rampas con el Fusion, por mucho que a pie de puerto un cartel asegure que la pendiente media en sus 9 kilómetros es del 5%; cuando subía las cuestas de Contreras en Villargordo, con un porcentaje similar, tenía 15 años menos, era verano y estaba más en forma.

He recorrido a pie la distancia entre la cumbre del Coll d'Ordino y el Bony de les Neres, unos 3,5 kilómetros ida y vuelta pero con un desnivel de 230 metros (de 1.980 a 2.210), bastante respetable. Tanto es así que me ha costado casi 45' la ascensión. La senda empieza suave, hermosa. Se interna en el bosque y los caminos se multiplican, así que después de desandar unos metros lo andado, y recordando mis globeradas pretéritas, he decidido hacer el camino por la pista forestal, que es adonde debía desembocar antes o después la senda. Con frío en las piernas, realizando numerosas pero mínimas pausas, apretando los dientes ante unos tramos durísimos, pero en un entorno de frondoso bosque pirenaico.

Sigo subiendo y al borde del camino aparecen los primeros restos de nieve, hasta que llego a una explanada, un prado, donde una pequeña laguna blanca me invita a reposar. Falta ya poco para la cima, baja una pareja paseando y un valiente corriendo, tomo una curva y llego a las antenas que marcan la cima... No se ve nada, no se Encamp, no se ve el valle, la niebla lo oculta todo. Pero la satisfacción de haber realizado el esfuerzo en solitario, sin prisa pese a la amenaza de lluvia, convencido de llegar arriba, puede con este pequeño contratiempo.

Toca bajar, con el freno de mano, algunas veces embalado, otras al borde del patinazo, hasta que sin darme cuenta y tras apenas 20 minutos llego al punto de partida y atravieso el principio y final de esta suave senda, por la que deslizarse es como acariciar el lomo de un caballo salvaje. Buen trabajo.

Vuelvo a sentirme


Es habitual que un jugador de fútbol, que después de estar lesionado durante un periodo de tiempo más o menos largo salta al campo para jugar los llamados 'minutos de la basura' -unos minutitos en los que el partido ya está resuelto y el entrenador busca que el recuperado pueda echarse dos carreras con el fin de coger ritmo de competición-, recurra en su comparecencia posterior ante los medios al tópico de "vuelvo a sentirme futbolista". Algo parecido, salvando las abismales distancias y de manera muy breve y eventual, es lo que he sentido yo al volver a ocupar un puesto de trabajo en una redacción de un Periódico para realizar una labor profesional, diferente a la que he desempeñado en los últimos 12 años, pero que no me es ajena totalmente, como es actualizar contenidos en la edición digital. Así me siento yo.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La paz del Llac dels Engolasters





Primera mañana dedicada a la bici. Un recorrido corto, de unos 11 kilómetros ida y vuelta, serpenteando por la cornisa de una montaña en un recorrido plano, jalonado de bosques, salpicado por algunos paseantes, corredores... Y el frío. Mucho frío para pedalear. Un trayecto sin apenas rincones soleados. Tardé casi tres kilómetros en dejar de sentir el frío, justo hasta que llegué al Llac del Engolasters, un lago de origen glacial en lo alto de una montaña. Paz. Un lugar tranquilo, no solitario, sino tranquilo, inspirador de paz. Nada que ver con la leyenda según la cual allí, en el lago, se encuentra sumergida una población próspera que no quiso dar cobijo a un hombre hambriento y aterido de frío, por lo que el pueblo fue arrasado por el agua. Tampoco con la leyenda de que las brujas de Andorra ascendían hasta el lago para celebrar aquellarres, completamente desnudas, espectáculo que era contemplado por hombres de los valles próximos, y que al enterarse aquellas convirtieron a todo el que subiera en gato negro. Paz.


La franja fina de niebla determina el recorrido al Llac dels Engolasters. La imagen es del día siguiente, mucho menos soleado.