miércoles, 23 de noviembre de 2011

La Vall del Madriu, el río que te acompaña







Se preveían lluvias en la Seu d'Urgell, así que descarté la bici y opté nuevamente por hacer el cabra por el monte. La idea era visitar el parque natural Vall del Madriu, designado patrimonio de la Humanidad por la Unesco, desde la carretera de la Plana hasta el refugio de Fontverd, por el Camí de la Muntanya. La previsión era de 1h50' la ida, pero no la completé.

Y no la completé porque quien midió los tiempos entre los puntos iba muy deprisa o lo hizo en verano, porque la ruta sigue un empinado camino ancestral empedrado que con humedad y en otoño se traduce en peligro de resbalón continuo. Si a ello se suman los mojones orgánicos dejados por caballos y vacas cada diez pasos de media, es imposible andar rápido, y además hay que hacerlo como no le gusta a mi señora esposa, mirando al suelo y sin poder disfrutar del paisaje.

Superado el primer tramo, al menos desapareció la humedad, pero se presentó otro enemigo: el sudor. Cuando el sol se sumaba al esfuerzo de trepar por aquella calzada romana, el reguero de gotas podía servir perfectamente para localizarme. Y además, se me empañaban las gafas, así que tuve que subir en plan Peñafiel, mordiendo las patillas, que para mirar al suelo no hacía falta tener una vista muy aguda. Y por fin tuve la feliz idea de agarrar una rama que me hiciera las veces de bastón, por lo que la subida se me hizo algo más benévola.

Dicho todo esto, la ruta fascina, primero por la propia senda, rocosa, serpenteante, decorada con las amarillentas hojas caídas y los mullidos musgos, flanqueada por árboles desnudos, prados y montañas, y el piar de los pájaros. Y el río Madriu. Siempre presente, unas veces más cerca, otras no tanto, pero su sonido siempre acompaña, en ocasiones estruendo, por momentos como música de fondo.

En uno de esos encuentros, cuando vislumbraba a lo lejos cumbres nevadas, me di la vuelta y, abrigado, comencé la bajada, al principio cómoda, tranquila, luego más pronunciada, por lo que me hice con una vara de más de 2 metros. Me crucé con caballos salvajes, que pacían despreocupadamente. Y me llegué a preguntar: "¿por aquí he subido yo?", porque había tramos por los que, con vara incluida, había que armarse de paciencia para continuar el descenso. No me resultaba extraño no haberme cruzado con nadie. En total, unos 8 kilómetros con un desnivel aproximado de unos 500 metros. Y a los caballos salvajes no les acaricié el lomo. La senda no permitía salir corriendo.






No hay comentarios:

Publicar un comentario