lunes, 21 de noviembre de 2011

El Bony de les Neres; más que el fin, el camino






Hoy he cambiado la bici por el senderismo. El día no invitaba a arriesgarse a pedalear dada la niebla reinante y la posibilidad de acabar empapado por la lluvia -unida a la falta de terreno relativamente llano en este pequeño país-. Además, la posibilidad de subir montado en la Orbea el Coll d'Ordino ha quedado descartada nada más recorrer las primeras rampas con el Fusion, por mucho que a pie de puerto un cartel asegure que la pendiente media en sus 9 kilómetros es del 5%; cuando subía las cuestas de Contreras en Villargordo, con un porcentaje similar, tenía 15 años menos, era verano y estaba más en forma.

He recorrido a pie la distancia entre la cumbre del Coll d'Ordino y el Bony de les Neres, unos 3,5 kilómetros ida y vuelta pero con un desnivel de 230 metros (de 1.980 a 2.210), bastante respetable. Tanto es así que me ha costado casi 45' la ascensión. La senda empieza suave, hermosa. Se interna en el bosque y los caminos se multiplican, así que después de desandar unos metros lo andado, y recordando mis globeradas pretéritas, he decidido hacer el camino por la pista forestal, que es adonde debía desembocar antes o después la senda. Con frío en las piernas, realizando numerosas pero mínimas pausas, apretando los dientes ante unos tramos durísimos, pero en un entorno de frondoso bosque pirenaico.

Sigo subiendo y al borde del camino aparecen los primeros restos de nieve, hasta que llego a una explanada, un prado, donde una pequeña laguna blanca me invita a reposar. Falta ya poco para la cima, baja una pareja paseando y un valiente corriendo, tomo una curva y llego a las antenas que marcan la cima... No se ve nada, no se Encamp, no se ve el valle, la niebla lo oculta todo. Pero la satisfacción de haber realizado el esfuerzo en solitario, sin prisa pese a la amenaza de lluvia, convencido de llegar arriba, puede con este pequeño contratiempo.

Toca bajar, con el freno de mano, algunas veces embalado, otras al borde del patinazo, hasta que sin darme cuenta y tras apenas 20 minutos llego al punto de partida y atravieso el principio y final de esta suave senda, por la que deslizarse es como acariciar el lomo de un caballo salvaje. Buen trabajo.

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