jueves, 24 de octubre de 2013

Cheste II


Víctor aprovechó una nueva semana de parada por vacaciones para darse un homenaje gastronómico. Más de cuatro kilos de un melón entero se regaló de una sentada como postre a una cena, y de paso desacreditó el refranero popular: "El melón por la mañana oro, por la tarde plata y por la noche mata". El señor Melón durmió como un rey.

07:15 horas. Plusmarca madrugadora y pleno de puntualidad para una etapa variada y sin grandes pendientes. Como premio, contratiempos mecánicos en las tres bicis. Pinchazo en mi rueda delantera, no comprobada convenientemente por el encargado de material (menos melón y más revisión); la trasera de Víctor, en posición oblicua después de 'lo' del Picayo, rozaba con las zapatas; y por último, y no menos importante, el no tercer plato de Javi. Un inflado de emergencia solventó el primer 'handicap', tocaba aguantar hasta Cheste para no retrasar la etapa. Las piernas de Javi tendrían que hacer lo propio con el tercero, pero lo de Víctor era más serio y pronto se hizo patente. De poco sirvió rociar dos veces con spray la cadena, la primera con ‘reflex’ y, tras una mirada en plan "creo que nadie se ha dado cuenta", una segunda ronda, esta vez sí, con lubricante. Él mismo lo confesó poco después.

En Riba-roja mi rueda aguantaba perfectamente, no era necesario visitar al señor Bicicletas Folgado. Continuamos hacia les Rodanes, en esta ocasión queríamos ascender por la Bassa Barreta para probar el descenso por donde subimos la primera vez que visitamos estos montes, por la urbanización Monte Horquera. Sólo había un kilómetro duro de ascensión, entre el área recreativa y la explanada de acceso a las antenas; ahí fue donde se vio que Víctor no lo iba a pasar bien. Me adelanté, superamos a un valiente ‘senior’, pero el xoto no me recortó ni un palmo mientras Javi se rezagaba. Afrontamos la bajada con entusiasmo y velocidad, no sin antes mirar de reojo a la derecha, al camino de subida a las antenas. Ese día teníamos otras metas.

Llegados a la urbanización, Javi y yo aprovechamos la larga, amplia y descendente avenida que conecta con la CV-50 para establecer un nuevo registro de 52 km/h, mientras Víctor nos observaba de lejos con su 'capada' bici. Subiendo por el Corral de la Pedrera me volví a quedar solo, y también solo me dejé caer hasta la tranquila carretera que discurre paralela al barranco de Teulada. Mis compañeros llegaron poco después y pusimos rumbo hacia el oeste. El refrán de "a quien madruga..." se estaba cumpliendo, disfrutábamos de un día nublado y no excesivamente caluroso.

Cruzamos la CV-380 y continuamos recto por caminos en busca de la CV-381, carreteras casi paralelas de escasísimo tráfico con trazado entre almendros, algarrobos, olivos, viñedos y algunas pinadas que convergen cerca de Pedralba. Nos esperaban poco más de cuatro kilómetros de ascensión suave y continuada, un terreno poco propicio para marcar grandes diferencias. Por eso, me extrañó sobremanera que tras gozar la subida en desarrollo 2x4 tuviera que esperar a Víctor más de dos minutos. Su bici definitivamente no tiraba y subió prácticamente al ritmo de Javi.

Estábamos a la entrada de la urbanización Los Visos y a escasa distancia del VG de La Cumbre, a unos 7 kilómetros de descenso con algún rampón por medio hasta el anhelado almuerzo. La variante hasta Cheste había resultado de lo más atractiva. Mientras buscábamos el bar, pregunté a un chestano en bicicleta por una tienda o taller donde me reparasen el pinchazo mientras nos avituallábamos. Nos indicó y acompañó a una que estaba cerrada por vacaciones. "Puedes preguntar al final de esta calle a la izquierda, que hay una tienda de motos".

En la tienda de motos, un cartel: "estamos a 100 metros en el taller". En la puerta del taller, grande pero sin señales de actividad en su interior, un hombre de unos 50 años, con su reglamentario mono azul, sentado en un taburete ante una mesita, saboreaba afanosamente los últimos mordiscos de un bocata, lata de coca-cola al alcance de la mano derecha, al tiempo que con la izquierda pasaba las páginas de un folleto de ofertas. El diálogo, memorable, fue muy parecido al siguiente:

-¡Hola, buenas! No sé si es mucho pedir. ¿Arreglan pinchazos de bici?
-Sí... (Me miró pensativo, como esperando que entendiera que el sí en realidad quería decir no).
-Sí... ¿Pero?
-Pero es que ahora... (Me estudió con detenimiento) me pillas... (Siguió evaluando mi nivel de credulidad) un poco liadete (éste se va a descojonar de mí, seguro que pensó).
-Ya, es que me han indicado una tienda de bicis pero están de vacaciones.
-¡No, si abrieron la semana pasada y ya se han cogido vacaciones! (Acusador total, con el intransferible acento chestano, en plan "si no fuera por esos vagos no estaría este tocapelotas jodiéndome el almuerzo y obligándome a quedar como un gilipollas").
-También me han dicho que, si no, lo que me queda es Chiva...
-¡Sí, sí, vete a Chiva, que allí hay una tienda que es sólo de bicis! (Es decir, "aquello es la ostia, la solución a todos tus problemas, pírate ya y quítame el marrón a mí").
-Vale, gracias.
-Gracias a ti. (En otras palabras, "¡Uff! Parece que no le he jodido mucho. ¿Por qué página iba?")

Lo di por imposible. Como la rueda aguantaba, me resigné a cambiarla tras la etapa y, como leones (terrestres) que somos, nos dirigimos al bar León. Antes de abandonar Cheste faltaba la foto. Elegí la fuente junto a la puerta del ayuntamiento. Mi móvil era baja por remojón, así que le tocó a Víctor organizar la instantánea. Mientras debatíamos dónde dejar el teléfono para la autofoto, un hombre bien vestido que salió del consistorio se ofreció a ayudarnos. Tras tomarse su tiempo para el encuadre tomó dos fotografías, nos preguntó de dónde éramos y, sin prisa alguna, se alejó por la plaza. El análisis de su conducta nos llevó a sospechar que podía ejercer algún cargo en el ayuntamiento. Tras cotejar su aspecto físico con el de la corporación municipal en la web una vez finalizada la etapa, los tres coincidimos en que todo apuntaba a que se trataba del alcalde, David Doménech. No esperábamos menos.


Antes del almuerzo habíamos dejado hechos dos tercios de la ruta, con lo que nos esperaba un breve regreso, variado en el perfil y con predominio de pista. Marchamos en paralelo a la CV-50 ascendiendo por asfalto para continuar con atractivos descensos por estrechos caminos campestres y algunos bosques. Rodeamos les Rodanes mientras Víctor intentaba desquitarse con un ritmo serio que Javi no podía mantener. Nos dejamos caer hasta la carretera de Loriguilla a Riba-roja y experimentamos por un difícil camino que nos dejó en el acceso a Els Pous. Ya estábamos casi en el río. Sin remojón, emprendimos la subida a La Canyada, en la que nuevamente Víctor fue víctima de su bici y no pudo disputármela. Su máquina fue directa al taller de su tocayo. Tenía que estar a punto para subir a Serra y l'Oronet.

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