jueves, 24 de octubre de 2013

Llíria-Pedralba


Después de barajar muchas posibilidades, la visita a Pedralba se integró en una etapa que partía de Llíria y permitía aprovechar las tranquilas y agradables carreteras CV-380 y CV-381 entre el Camp de Túria, els Serrans y la Foia de Bunyol, ideales para rodar. Además, la ruta discurría por carriles bici junto a autovías terminadas y sin terminar, visitaba el castillo de Benisanó, el Mas de Teulada o la cantera de la Pea. Un recorrido completo.

A ello había que añadir el calorcito que a 12 días del equinoccio de otoño seguía acompañándonos. Lo combatimos en gran parte por el madrugón, ya que a las 06:45 comenzó el operativo para la neutralización en la Expert hacia la antigua Edeta. Es más, en el descenso por el discontinuo carril bici hasta Benisanó volvimos a añorar brevemente las chaquetas, pero junto a la variante de Benaguasil, transitada por algunos caminantes mañaneros, el sol comenzó a desperezarse y garantizar su presencia un día más. Afrontamos el tramo de carril bici construido al lado de la tierra apisonada de lo que en otro tiempo alguien proyectó como una necesaria autovía entre Llíria y Chiva y se quedó en eso, en un gran socavón que tienta a internarse en la plataforma de la autovía y un carril bici solitario y tranquilo que desciende hasta el Túria.

Ascendimos a Vilamarxant por la transitada CV-50 y nos encaminamos hacia el Mas de Teulada, siempre por asfalto. Marchábamos a un ritmo calmado, dosificando fuerzas para los cuatro kilómetros de suave subida que nos aguardaban en la carretera de Pedralba a Cheste. Tuvimos que echar mano de ellas porque el firme empeoró y nos lo exigieron algunas rampas. Volvíamos a rodar entre olivos y viñedos, en los cuales los vendimiadores ya se afanaban en la recolección del sabroso fruto. Ya en la CV-381, Javi quedó ligeramente descolgado. En un breve tramo de descenso dejé atrás a Víctor, quien debió de abstraerse disfrutando del paisaje, lo que me permitió realizar los escasos 1.500 metros de ascensión algo más complicada sin el acoso del rey de la montaña, quien llegó casi al tiempo que Javi hasta el desvío hacia Los Visos, que mis compañeros debían reconocer por la presencia de un contenedor. En este camino nos aguardaba una tremenda rampa que subimos como pudimos: yo puse plato pequeño, Javi y su no tercer plato se irguió sobre la bici y Víctor, con sus perennes problemas en el cambio, se tuvo que apear.

Ya sólo nos quedaba atravesar la urbanización y algunas cortas cuestas para llegar a la CV-380, carretera que nos permitía volver a mirar a Pedralba. Con la perspectiva del municipio al fondo a unos nueve kilómetros, nos lanzamos al descenso cada uno a su manera: Javi desapareció pronto del horizonte en los primeros metros de serpenteante trazado y Víctor siguió disfrutando del paisaje por lo que, pese a mis limitaciones, lo sobrepasé pronto. No obstante, realizamos el descenso a la par, con la compañía de un curioso coche de policía local de Pedralba, que pasaba por un vehículo particular, granate, si no fuera por un par de pegatinas acreditativas.

Javi nos esperaba en la carretera de Vilamarxant, impaciente por el momento almuerzo, que en esta ocasión tuvo lugar frente al Ayuntamiento y en el que degustó su décimo bocadillo de tortilla de patata en el décimo bar distinto; perfectamente podría publicar una obra con la crítica gastronómica de cada uno de ellos. Era día de mercado, por lo que estuvimos un poco apretados en la encajonada plaza. Habíamos llevado una buena velocidad, eran poco más de las 10:00 y además gran parte de la etapa ya estaba realizada.

Como no había sitio material para la foto, nos alejamos del bullicio por la parte alta del núcleo urbano. Antes de abandonarlo, realizamos la parada técnica y documental en un solitario parque infantil. Huimos del recinto con la esperanza de que nuestras zanganadas no hubieran sido presenciadas y continuamos en ascenso por algunas duras rampas y bajadas a un ritmo vertiginoso. Rodeamos las montañas de la margen izquierda del Túria a través de caminos de perfil irregular con asfalto defectuoso entre vides, algarrobos y naranjos hasta que un rápido descenso nos condujo a la cantera de la Pea, operativa y de libre acceso, junto al río pero en un entorno yermo y saqueado. Allí, el camino se difuminaba entre los montones de grava y hubo que sortear la maquinaria para continuar sin despistarse.


Salimos a la CV-364 para superar un kilómetro y medio de duro repecho antes de desviarnos hacia la Canyada d'Amorós y de ahí a la Buitrera en un divertido y raudo descenso a través de camino de tierra y la propia urbanización. Nos acercábamos al final, cansados por el ritmo, el notable calor y los kilómetros acumulados, pero aún había programada otra ascensión, la subida a Llíria a espaldas del monasterio de Sant Miquel, conocida y de poco más de un kilómetro, pero que se hizo muy fatigosa. Atravesar la población cuesta abajo resultó, en cambio, de lo más cómodo. Eran poco más de las 12:00, habíamos completado una media de casi 20 km/h, muy buena para lo acostumbrado. Habíamos alcanzado nuestro estado de forma óptimo. Y así lo iba a atestiguar el Garbí, el próximo destino.

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