jueves, 24 de octubre de 2013

Cullera-Barx



Las seis y media de la madrugada. Así, con todas las letras. A esas horas Víctor y yo estábamos cargando las bicis en la Expert para la neutralización hasta Cullera, donde habíamos quedado con Javi a las 07:45 para pedalear hasta Barx. Mientras, esperábamos la llegada de Sergio, invitado de excepción a través de Víctor, que a quince días de ser padre prefería quedar a tan intempestiva hora en lugar de aprovechar sus últimas oportunidades para dormir con tranquilidad junto a Ana.

Javi nos había lanzado un órdago: "La semana que viene estaré en Cullera residiendo en un apartamento, por lo que salvo que se haga una ruta por esa zona conmigo no contéis (más que nada porque no voy a levantarme hora y media antes del control de firmas). No obstante, invito a los señores tocapeloteros a una piscinita". Ahí tenía su ruta y ahí estábamos nosotros, en gran parte por la bien denominada piscinita, en el parking del centro comercial de Cullera, pero él y su León rojo aún no estaban ahí. Nos habíamos levantado hora y media antes que él, habíamos visto amanecer en el viaje, habíamos completado el trayecto con minutos de adelanto, y él estaba "llegando", o lo que es lo mismo, saliendo del apartamento. Exactamente cuando acabamos de descargar las bicis, apareció.

"Cualquier rumano tiene una bici mejor que la que llevas, Javi", comentó Sergio al ver la Muddyfox Streetfinder. Nos pusimos en marcha hacia la Serra de la Murta (o de Corbera) por el Camí de l’Arròs y nos adentramos en los últimos arrozales de Cullera, que dan paso a los primeros naranjos de Tavernes de la Valldigna. Todo fue paz y sosiego durante un buen rato. La ruta nos llevó al kilómetro 0 de la CV-50 -carretera que finaliza en Llíria- que a su vez nos condujo al núcleo urbano de Tavernes. Lo rodeamos y más naranjos nos acompañaron nuevamente entre paz y sosiego por el Camí de Mig l’Horta hasta Simat de la Valldigna, enclavado entre montañas, donde por fin íbamos a abandonar el llano, mientras el sol empezaba a asomarse.

Si digna es la Vall, digna fue la ascensión de los cuatro al Port de Barx o Collado de la Visteta. Sergio avisó de que no la iba a disputar y le emplacé a vernos arriba, en el mirador. Javi y su no tercer plato tampoco aguantaron la rueda de Víctor, que seguía a la mía. Tras los dos primeros kilómetros y a falta de tres, me eché a un lado y el xoto se marchó en solitario. Un decir lo de en solitario: por la decena de curvas de herradura del puerto había un importante tráfico ciclista de todas las edades en aquel último jueves de agosto. Hombres, mujeres, adolescentes imberbes, tercera edad, todos nos adelantaban con sus bicis de carretera. Nosotros, los más globeros de todos los ciclistas, los más ciclistas de todos los globeros, los únicos con mountain bike y con maillot btwin, también subimos y adelantamos a algún valiente y amable sexagenario.

El puerto mantiene una pendiente bastante constante, salvo un tramo en el que roza el 8% de desnivel frente al 5-6% de gran parte de la ascensión. Como siempre, Víctor cogió unos metros que le fueron más que suficientes para subir sin aliento en el cogote y sin la necesidad de utilizar el plato pequeño. No fue mi caso, pues tuve que echar mano de tan preciado recurso en un par de ocasiones en los que la velocidad bajaba de 10 km/h. Fuimos llegando en constante goteo al mirador: primero Víctor, después yo, en seguida Javi, quien me había recortado algunos metros, y no tardó en aparecer Sergio con el molinillo.

Después de saborear las vistas de la Vall, a pesar de que las nubes se imponían al astro rey, nos dirigimos, todavía en ascenso, hasta Barx para el merecido almuerzo en el carrer Major entre una multitud de ciclistas y bicis estacionadas en sus respectivos aparcaderos. Aprovechamos para que Gloria nos contara vía whatsapp las horas previas a la etapa de Víctor: "Dile que esta noche duerme en el trastero. ¡Qué noche me ha dado! Se ve que estaba nervioso por el acontecimiento de hoy, como un chiquillo que tiene excursión al día siguiente, y se ha pasado la noche de arriba abajo: Que si melón, que si agua, que si leche, que si las bicis, el bombín que se le cae al suelo, el paquete de galletas... ¡Qué pesadilla!". Víctor ratificó punto por punto lo referido por la presidenta, aunque le quitó hierro: "Es una exagerada".

La vuelta comenzaba con un descenso prometedor por una carretera en muy buen estado y ya despejada de tráfico. No sé lo que pasó por allí delante; cuando llegué a la entrada de Simat mis compañeros comentaban que habían superado los 60 km/h y que Víctor había rascado el pedal contra el suelo en una curva, en un error de globero. El trayecto de regreso coincidía prácticamente en su totalidad con el de la ida: Simat, campos de naranjos de la Valldigna con mayor actividad a esas horas, Tavernes, más naranjos, arrozales. Víctor impuso un ritmo alto al que sólo respondió Sergio, mientras que Javi y yo les seguíamos, cada uno como podía, a cierta distancia. La meta en el horizonte estaba clara, la montaña de Cullera; en la mente, no menos meridiana, la piscinita prometida.

Ya próximos al núcleo urbano, en un prolongado y tan gratuito como agotador esfuerzo alcancé a Víctor. 'Rotondeamos' un rato y tras la inoportuna rampita del puente sobre el Xúquer llegamos a la Expert. Eran alrededor de las 12:00, el aliciente del baño en la piscinita nos había dado alas. Procedimos a cargar las bicis -momento en que Javi recibió una de sus habituales llamadas inhibidoras-, la piscinita nos esperaba.

Tras el breve remojón en el que Javi no participó porque no podía acceder al apartamento ni por tanto al bañador, emprendimos el regreso Víctor, Sergio y yo. Teníamos por delante casi tres cuartos de hora de camino que había que amenizar, así que pensé en Gloria: "Voy a enviarle por whatsapp una foto de un cuentakilómetros a 180 km/h". Cometí el abucheado error de pasarle directamente un enlace en lugar de la imagen. "No me creo que sea la Expert, cuando fuimos a Biarritz iba chafando huevos y no pasaba de 100", respondió. "Dile que Ana ha roto aguas", me incitó Sergio. Así lo hice, con ocho exclamaciones finales.

Y Gloria se colapsó."Sí???????????? (Hasta 12 interrogantes). Madre míaaaaa. Salgo para allá?!!!!?" (Pregunta 1: ¿Adónde es 'para allá? Pregunta 2: ¿Para qué?). No quisimos estirar más la broma, por temor a represalias ulteriores de las respectivas parientas. Contesté con una interminable lista de 'jaja'. "Oyee, con eso no se juega, que casi llamo a Isa y la lío parda”. Le envié la foto del descojone general en la furgoneta y una auténtica del cuentakilómetros a 100 km/h, a las que respondió con la suya malencarada y 'saludando' con el dedito, aunque inmediatamente reconoció que también se había reído. Nos carcajeamos una y otra vez mientras nos regodeábamos en nuestra travesura. Acto seguido, ya cerca de La Canyada, Sergio llamó a su mujer para ponerla en antecedentes. Por si acaso.

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