Las seis y media de la madrugada. Así, con todas las letras.
A esas horas Víctor y yo estábamos cargando las bicis en la Expert para la
neutralización hasta Cullera, donde habíamos quedado con Javi a las 07:45 para
pedalear hasta Barx. Mientras, esperábamos la llegada de Sergio, invitado de
excepción a través de Víctor, que a quince días de ser padre prefería quedar a
tan intempestiva hora en lugar de aprovechar sus últimas oportunidades para
dormir con tranquilidad junto a Ana.
Javi nos había lanzado un órdago: "La semana que viene
estaré en Cullera residiendo en un apartamento, por lo que salvo que se haga
una ruta por esa zona conmigo no contéis (más que nada porque no voy a
levantarme hora y media antes del control de firmas). No obstante, invito a los
señores tocapeloteros a una piscinita". Ahí tenía su ruta y ahí estábamos
nosotros, en gran parte por la bien denominada piscinita, en el parking del
centro comercial de Cullera, pero él y su León rojo aún no estaban ahí. Nos
habíamos levantado hora y media antes que él, habíamos visto amanecer en el
viaje, habíamos completado el trayecto con minutos de adelanto, y él estaba
"llegando", o lo que es lo mismo, saliendo del apartamento.
Exactamente cuando acabamos de descargar las bicis, apareció.
"Cualquier rumano tiene una bici mejor que la que
llevas, Javi", comentó Sergio al ver la Muddyfox Streetfinder.
Nos pusimos en marcha hacia la Serra
de la Murta (o
de Corbera) por el Camí de l’Arròs y nos adentramos en los últimos arrozales de
Cullera, que dan paso a los primeros naranjos de Tavernes de la Valldigna. Todo
fue paz y sosiego durante un buen rato. La ruta nos llevó al kilómetro 0 de la CV-50 -carretera que
finaliza en Llíria- que a su vez nos condujo al núcleo urbano de Tavernes. Lo
rodeamos y más naranjos nos acompañaron nuevamente entre paz y sosiego por el
Camí de Mig l’Horta hasta Simat de la Valldigna , enclavado entre montañas, donde por
fin íbamos a abandonar el llano, mientras el sol empezaba a asomarse.
Si digna es la
Vall , digna fue la ascensión de los cuatro al Port de Barx o
Collado de la Visteta. Sergio
avisó de que no la iba a disputar y le emplacé a vernos arriba, en el mirador.
Javi y su no tercer plato tampoco aguantaron la rueda de Víctor, que seguía a
la mía. Tras los dos primeros kilómetros y a falta de tres, me eché a un lado y
el xoto se marchó en solitario. Un decir lo de en solitario: por la decena de
curvas de herradura del puerto había un importante tráfico ciclista de todas
las edades en aquel último jueves de agosto. Hombres, mujeres, adolescentes
imberbes, tercera edad, todos nos adelantaban con sus bicis de carretera.
Nosotros, los más globeros de todos los ciclistas, los más ciclistas de todos
los globeros, los únicos con mountain bike y con maillot btwin, también subimos
y adelantamos a algún valiente y amable sexagenario.
El puerto mantiene una pendiente bastante constante, salvo
un tramo en el que roza el 8% de desnivel frente al 5-6% de gran parte de la
ascensión. Como siempre, Víctor cogió unos metros que le fueron más que
suficientes para subir sin aliento en el cogote y sin la necesidad de utilizar
el plato pequeño. No fue mi caso, pues tuve que echar mano de tan preciado
recurso en un par de ocasiones en los que la velocidad bajaba de 10 km/h . Fuimos llegando en
constante goteo al mirador: primero Víctor, después yo, en seguida Javi, quien
me había recortado algunos metros, y no tardó en aparecer Sergio con el
molinillo.
Después de saborear las vistas de la Vall , a pesar de que las
nubes se imponían al astro rey, nos dirigimos, todavía en ascenso, hasta Barx
para el merecido almuerzo en el carrer Major entre una multitud de ciclistas y
bicis estacionadas en sus respectivos aparcaderos. Aprovechamos para que Gloria
nos contara vía whatsapp las horas previas a la etapa de Víctor: "Dile que
esta noche duerme en el trastero. ¡Qué noche me ha dado! Se ve que estaba
nervioso por el acontecimiento de hoy, como un chiquillo que tiene excursión al
día siguiente, y se ha pasado la noche de arriba abajo: Que si melón, que si
agua, que si leche, que si las bicis, el bombín que se le cae al suelo, el
paquete de galletas... ¡Qué pesadilla!". Víctor ratificó punto por punto
lo referido por la presidenta, aunque le quitó hierro: "Es una
exagerada".
La vuelta comenzaba con un descenso prometedor por una
carretera en muy buen estado y ya despejada de tráfico. No sé lo que pasó por allí
delante; cuando llegué a la entrada de Simat mis compañeros comentaban que
habían superado los 60 km/h
y que Víctor había rascado el pedal contra el suelo en una curva, en un error
de globero. El trayecto de regreso coincidía prácticamente en su totalidad con
el de la ida: Simat, campos de naranjos de la Valldigna con mayor
actividad a esas horas, Tavernes, más naranjos, arrozales. Víctor impuso un
ritmo alto al que sólo respondió Sergio, mientras que Javi y yo les seguíamos,
cada uno como podía, a cierta distancia. La meta en el horizonte estaba clara,
la montaña de Cullera; en la mente, no menos meridiana, la piscinita prometida.
Ya próximos al núcleo urbano, en un prolongado y tan
gratuito como agotador esfuerzo alcancé a Víctor. 'Rotondeamos' un rato y tras
la inoportuna rampita del puente sobre el Xúquer llegamos a la Expert. Eran
alrededor de las 12:00, el aliciente del baño en la piscinita nos había dado
alas. Procedimos a cargar las bicis -momento en que Javi recibió una de sus
habituales llamadas inhibidoras-, la piscinita nos esperaba.
Tras el breve remojón en el que Javi no participó porque no
podía acceder al apartamento ni por tanto al bañador, emprendimos el regreso
Víctor, Sergio y yo. Teníamos por delante casi tres cuartos de hora de camino
que había que amenizar, así que pensé en Gloria: "Voy a enviarle por
whatsapp una foto de un cuentakilómetros a 180 km/h ". Cometí el
abucheado error de pasarle directamente un enlace en lugar de la imagen.
"No me creo que sea la
Expert , cuando fuimos a Biarritz iba chafando huevos y no
pasaba de 100", respondió. "Dile que Ana ha roto aguas", me
incitó Sergio. Así lo hice, con ocho exclamaciones finales.
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