jueves, 24 de octubre de 2013

Chiva


La de Chiva quedará como una de las etapas más completas de todas las realizadas. Divertida y al tiempo exigente, con un perfil interesante y un recorrido variado. Mantuvimos la hora de control de firmas pese a haber entrado en el mes de septiembre y, coincidencia o no, cuando a las 07:15 echamos a rodar cuesta abajo hasta el río un aire más fresco de lo deseado nos incomodó hasta el punto de desear una chaqueta que nadie portaba. Pasados los tres kilómetros 'críticos', cuando empezamos la ascensión hasta la carretera de Manises a Riba-roja el frío quedó en anécdota, porque realmente disfrutamos toda la jornada de una temperatura agradable. No obstante, tomamos nota para las rutas venideras.

El recorrido favorecía la entrada en calor porque predominaban las ascensiones, cortas y por unos caminos pavimentados completamente tranquilos entre los montes ya tan conocidos por nosotros. Rampa tras rampa, siempre por asfalto, desde la Basseta Blanca por el Camí de la Sisterneta llegamos al doble tramo técnico del día. Primero, el breve y pedregoso descenso, que hasta ese momento únicamente conocíamos en ascenso, hasta el absurdo vial ambiental perpetrado en Porxinos. Seguidamente, tras los montones de tierra de la cantera del Bufas, la dura pero corta subida y los divertidos toboganes hasta la carretera de Cheste a Loriguilla, por los que bajamos alegremente sorteando a un perro que salió a saludarnos en medio del camino.

El trayecto hacia Cheste prosiguió muy tranquilo, sin apenas tráfico y con ganas de guerra, al menos por mi parte. Rodeamos la población por los caminos de tierra tantas veces recorridos casi dos décadas antes con mi vieja BH primero y con mi Shimano Mentor después, hasta cruzar la CV-50 y llegar a Chiva. Dimos un pequeño rodeo -o grande, según Javi- para subir por la avenida principal (Doctor Corachán) y salir del casco urbano en descenso por la calle Doctor Nácher. A partir de aquí, las especificaciones del libro de ruta eran muy claras y, por si acaso, durante el trayecto había insistido en ello: dos rotondas a la derecha, inicio de la subida por la antigua N-III, rotonda a la izquierda hacia la Ermita del Castillo, recto hasta que acaba la calle y giro de 180 grados a la derecha hasta la cima. Pensando que estaba todo claro, me adelanté y lo di todo en el tramo de la nacional.

A cierta distancia, mis compañeros me siguieron y enfilaron la subida de la ermita, que nos recibió con una durísima primera rampa. Desde ese momento dejé de mirar atrás, cogí aire, llaneé un poco, giré 180º y al llegar a la penúltima cuesta... me encontré con Javi, que había escogido el camino más corto pero más duro, el del vía crucis, por el que estaba previsto efectuar el descenso. Tenía gran mérito lo de Javi y su no tercer plato, porque le había servido para atajar pero a costa de realizar un gran esfuerzo. Continué la ascensión y con las fuerzas justas llegué arriba, seguido por Javi. ¿Y Víctor? Por fin lo vimos desde la cumbre: el rey de la montaña, el que desayuna kilómetros, había llegado al final de la calle pero en lugar de girar en redondo se fue 90 grados a la derecha. Al ver que no había más ascenso preguntó y le redirigieron hasta que llegó a la cima con toda la tranquilidad del mundo.

Tranquilidad era lo que se respiraba allí arriba, que el lejano tráfico de la A-3 no lograba perturbar. Al noreste, Cheste; al suroeste, las sierras de la Cabrera y Malacara y la cementera de Buñol. Descendimos ahora sí todos juntos por el vía crucis y en un momento estábamos en El Canario, tras dejar las bicis apoyadas una sobre otra, lo que causó la velada indignación del propietario: "¡No viviríais en mi mundo!", nos espetó. En su mundo de tortillas de patatas con extra de sal le dejamos una avispa que nos boicoteó el almuerzo aprisionada entre los platos amontonados.

Descendimos por la antigua nacional y a buen ritmo abandonamos Chiva para internarnos nuevamente por recorridos de mi antaño, viejos caminos asfaltados que nos elevaban y permitían contemplar toda la extensión de Cheste, ese perfil (o 'skyline') que tan familiar me resulta. Tras el duro repecho del sanatorio psiquiátrico abandonado descendimos a espaldas del Circuit por una pendiente señalizada del 8%, Javi y yo a toda máquina, Víctor absorto en la contemplación del paisaje. El nuevo registro estaba en 56,7 km/h. Como precisó Javi, la máxima permitida en la carretera era de 60, así que todo en orden. El kilómetro de bajada nos llevó a las campas de vehículos en stock y al apeadero del Circuit. Tomamos la otra mitad de la carretera Cheste-Loriguilla en dirección a los polígonos de la REVA. El perfil descendente y el buen firme permitían un rodar veloz, aunque sólo yo estaba por la labor.


Superado con éxito y estrés el complicado paso entre polígonos, vehículos pesados y rotondas, rodeamos el Carasoles por la vertiente sur y descendimos hasta el río. Javi andaba justo de fuerzas, pero Víctor tenía que resarcirse de su 'chivada' y en la ascensión a La Canyada terminó por imponer su "mejor conocimiento de la ubicación de los baches", según excusé vergonzosamente mi impotencia. El 'pajarito' había vuelto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario