La de Chiva quedará como una de las etapas más completas de
todas las realizadas. Divertida y al tiempo exigente, con un perfil interesante
y un recorrido variado. Mantuvimos la hora de control de firmas pese a haber
entrado en el mes de septiembre y, coincidencia o no, cuando a las 07:15
echamos a rodar cuesta abajo hasta el río un aire más fresco de lo deseado nos
incomodó hasta el punto de desear una chaqueta que nadie portaba. Pasados los
tres kilómetros 'críticos', cuando empezamos la ascensión hasta la carretera de
Manises a Riba-roja el frío quedó en anécdota, porque realmente disfrutamos
toda la jornada de una temperatura agradable. No obstante, tomamos nota para
las rutas venideras.
El recorrido favorecía la entrada en calor porque
predominaban las ascensiones, cortas y por unos caminos pavimentados
completamente tranquilos entre los montes ya tan conocidos por nosotros. Rampa
tras rampa, siempre por asfalto, desde la Basseta Blanca por
el Camí de la Sisterneta
llegamos al doble tramo técnico del día. Primero, el breve y pedregoso
descenso, que hasta ese momento únicamente conocíamos en ascenso, hasta el
absurdo vial ambiental perpetrado en Porxinos. Seguidamente, tras los montones
de tierra de la cantera del Bufas, la dura pero corta subida y los divertidos
toboganes hasta la carretera de Cheste a Loriguilla, por los que bajamos
alegremente sorteando a un perro que salió a saludarnos en medio del camino.
El trayecto hacia Cheste prosiguió muy tranquilo, sin apenas
tráfico y con ganas de guerra, al menos por mi parte. Rodeamos la población por
los caminos de tierra tantas veces recorridos casi dos décadas antes con mi
vieja BH primero y con mi Shimano Mentor después, hasta cruzar la CV-50 y llegar a Chiva.
Dimos un pequeño rodeo -o grande, según Javi- para subir por la avenida
principal (Doctor Corachán) y salir del casco urbano en descenso por la calle
Doctor Nácher. A partir de aquí, las especificaciones del libro de ruta eran
muy claras y, por si acaso, durante el trayecto había insistido en ello: dos
rotondas a la derecha, inicio de la subida por la antigua N-III, rotonda a la
izquierda hacia la Ermita
del Castillo, recto hasta que acaba la calle y giro de 180 grados a la derecha
hasta la cima. Pensando que estaba todo claro, me adelanté y lo di todo en el
tramo de la nacional.
A cierta distancia, mis compañeros me siguieron y enfilaron
la subida de la ermita, que nos recibió con una durísima primera rampa. Desde
ese momento dejé de mirar atrás, cogí aire, llaneé un poco, giré 180º y al llegar a la
penúltima cuesta... me encontré con Javi, que había escogido el camino más
corto pero más duro, el del vía crucis, por el que estaba previsto efectuar el
descenso. Tenía gran mérito lo de Javi y su no tercer plato, porque le había
servido para atajar pero a costa de realizar un gran esfuerzo. Continué la
ascensión y con las fuerzas justas llegué arriba, seguido por Javi. ¿Y Víctor?
Por fin lo vimos desde la cumbre: el rey de la montaña, el que desayuna
kilómetros, había llegado al final de la calle pero en lugar de girar en
redondo se fue 90 grados a la derecha. Al ver que no había más ascenso preguntó
y le redirigieron hasta que llegó a la cima con toda la tranquilidad del mundo.
Tranquilidad era lo que se respiraba allí arriba, que el
lejano tráfico de la A-3
no lograba perturbar. Al noreste, Cheste; al suroeste, las sierras de la Cabrera y Malacara y la
cementera de Buñol. Descendimos ahora sí todos juntos por el vía crucis y en un
momento estábamos en El Canario, tras dejar las bicis apoyadas una sobre otra,
lo que causó la velada indignación del propietario: "¡No viviríais en mi
mundo!", nos espetó. En su mundo de tortillas de patatas con extra de sal
le dejamos una avispa que nos boicoteó el almuerzo aprisionada entre los platos
amontonados.
Descendimos por la antigua nacional y a buen ritmo
abandonamos Chiva para internarnos nuevamente por recorridos de mi antaño,
viejos caminos asfaltados que nos elevaban y permitían contemplar toda la
extensión de Cheste, ese perfil (o 'skyline') que tan familiar me resulta. Tras el duro repecho
del sanatorio psiquiátrico abandonado descendimos a espaldas del Circuit por
una pendiente señalizada del 8%, Javi y yo a toda máquina, Víctor absorto en la
contemplación del paisaje. El nuevo registro estaba en 56,7 km/h . Como precisó
Javi, la máxima permitida en la carretera era de 60, así que todo en orden. El
kilómetro de bajada nos llevó a las campas de vehículos en stock y al apeadero
del Circuit. Tomamos la otra mitad de la carretera Cheste-Loriguilla en
dirección a los polígonos de la
REVA. El perfil descendente y el buen firme permitían un
rodar veloz, aunque sólo yo estaba por la labor.
Superado con éxito y estrés el complicado paso entre
polígonos, vehículos pesados y rotondas, rodeamos el Carasoles por la vertiente
sur y descendimos hasta el río. Javi andaba justo de fuerzas, pero Víctor tenía
que resarcirse de su 'chivada' y en la ascensión a La Canyada terminó por
imponer su "mejor conocimiento de la ubicación de los baches", según
excusé vergonzosamente mi impotencia. El 'pajarito' había vuelto.
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