Javi se apuntó también a la siguiente, buena señal, todo
apuntaba a que habíamos conseguido fidelizarlo. Tenía alguna mejora en su
bicicleta, un cojín para el sillín con objeto de procurarle una mayor
comodidad. Tocaba Llíria, una etapa que sorprendió gratamente. Sobre el papel,
era una ruta con un desnivel inferior a las anteriores pese a las dos
ascensiones a Santa Bàrbara y Sant Miquel, y de hecho la anuncié como una
jornada de recuperación, pero fue una de las más divertidas y que exigió
esfuerzos importantes.
Desde Riba-roja abandonamos el río para encaminarnos entre
campos a Benaguasil. Javi sorprendió con una escapada tras un fuerte ataque,
fuga que finalizó pronto al desconocer por dónde continuaba la ruta. Pero fue
un aviso de que se sentía fuerte y dispuesto a dar que hablar. Sin embargo, a
la entrada del pueblo las primeras rampas frenaron su ímpetu y quedó rezagado.
Mientras tanto, Victor y yo habíamos quedado bloqueados porque dos conductores
departían tranquilamente en medio de la calle. "¡La madre que lo
parió!", bramó Víctor ante mi espanto, ya que nos encontrábamos a las
puertas del 'Beverly Hills' de Benaguasil. Afortunadamente, los conductores
estaban absortos en su diálogo, que tampoco se prolongó demasiado. Reagrupados,
cruzamos el pueblo rápido por si acaso y posteriormente la variante, que nos
regaló un rapidísimo descenso.
Nos plantamos al pie de la subida a Llíria por la espalda de
Sant Miquel, de poco más de un kilómetro pero que se nos hizo verdaderamente
complicada, tanto que paramos en la cima con la excusa de esperar a Javi. Sin
solución de continuidad entramos en Llíria por una calle en bajada para encarar
el vía crucis de la ermita de Santa Bàrbara, de casi otro kilómetro. Tomé la
delantera, pero el zigzagueo y la pendiente constante acabaron por desfondarme
y Víctor aprovechó para coronar con cierta ventaja. No tuvimos que esperar
demasiado a Javi, que se había puesto de pie sobre la bici, no porque el sillín
fuera ya insoportable pues el cojín estaba haciendo su trabajo, sino para que
dada la ausencia de tercer plato la rampa no pudiera con él. Recuperado el
aliento, procedimos a saludar a cuatro ancianos lugareños que sentados en un
banco y apoyados en sus respectivos bastones repasaban apasionadamente la
actualidad del día. Seguramente sería su rutina diaria, de enorme mérito por
mucho que se tomaran con calma la ascensión. El premio, además, eran unas
amplias vistas de varias decenas de kilómetros.
En la bajada, un inoportuno chucho quiso acompañarme unos
metros al tiempo que emitía gruñidos poco amistosos. Salvado el escollo, nos
tocaba volver a subir unos metros para tomar otra calle en descenso antes de
acometer sin pausa la subida a Sant Miquel, más corta pero algunos porcentajes
salvajes de casi el 27%. Al poco de comenzar, Javi y yo tuvimos que parar, la
presencia de un coche impedía dar bandazos por la calle. Poco después, nos
adelantó... un corredor, de gran fondo según su camiseta, que a pie también
buscaba la cima. Por su parte, Víctor enfiló la ascensión del tirón pero no sin
dificultades y también fue sobrepasado por el atleta, quien le informó de que
ya le quedaba poco para coronar. Cuando alcancé el monasterio, el deportista ya
emprendía el descenso. Bestial. Javi llegó poco después en otra subida heroica.
Cogimos aire. Lo habíamos logrado, unos con más mérito que otros. Desde allí
arriba la panorámica si cabe era aún más espectacular, de casi todo el Camp de
Túria y hasta del Mediterráneo.
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