jueves, 24 de octubre de 2013

Vilamarxant


Diseñé esta etapa rompepiernas, fusión de otras dos y que realmente no conduce a ningún sitio, en mi afán por recorrer todos los caminos posibles de los términos municipales de Riba-roja y Vilamarxant. El primer reto del día era la ascensión al monte Carasoles. Después de tantas etapas viéndolo de lejos o rodeándolo por todas sus caras teníamos que visitarlo. El problema es que, en lugar de escoger la carretera junto a la cantera, lo hicimos por el camino imposible de los invernaderos, con una pendiente bestial y un terreno impracticable para nuestras monturas y nuestras capacidades. El esfuerzo nos marcó para el resto del día. Una vez llegamos a la corona inferior que rodea la montaña, el camino era bastante más accesible y no tardamos en llegar al punto más elevado.

Todavía no se había levantado el día y teníamos ante nosotros una vista panorámica de Valencia, el aeropuerto de Manises, campos de naranjos y polígonos industriales. Completamos la vuelta en bajada por los ruinosos chalés que en algún momento alguien debió de creer que quedaban bien allí colgados y tras un breve serpenteo llegamos junto a la cantera. La ruta proseguía en un continuo descenso-ascenso entre chalés y monte, con liebres cruzando el camino a nuestro paso y con rápidas bajadas que alegraban el rato para en seguida toparnos con subidas que cortaban en seco la velocidad adquirida.

Al llegar a Riba-roja, al pie de las antenas ya visitadas, nos dirigimos hacia Porxinos por el inexplicable vial ambiental a medio hacer, en este tramo una pista de tierra megaancha con una dura pendiente de un kilómetro tras la cual otro veloz descenso conduce directamente al valle. Ya por el pedazo asfaltado, más de uno empezamos a anhelar el almuerzo de forma urgente, pero llevábamos apenas 20 kilómetros y nos restaban otros tantos. Teníamos que peregrinar por urbanizaciones de Vilamarxant y campos de Cheste, sin épicas ascensiones pero con continuos toboganes, antes de llegar al almuerzo prometido vilamarxantero.

El peregrinar se convirtió varias veces en deambular. Llegados a escasos metros del vértice geodésico del Portillo del Roque, el punto más alto de la etapa, el objetivo era atravesar las urbanizaciones de La Balsilla y el Corral de la Pedrera. Pero esta ruta era de las difíciles, con muchos caminos y calles en las que poder errar la decisión, y más de una vez tuvimos que rectificar el recorrido. Bajamos, subimos y volvimos a bajar ya hacia Vilamarxant. El calor comenzaba a apretar y el almuerzo a ser una obsesión. Quedaban poco más de 5 kilómetros pero Víctor ya iba en velocidad de 'ir disfrutando del paisaje' y quedó descolgado. Cuando arribamos por fin frente al ayuntamiento y se presentaron ante nuestros ojos una multitud de terrazas fue como si se nos abrieran las puertas del paraíso.

Entre el ágape, la conversación sobre los congresos salseros, los viajes a Biarritz y la organización de la siguiente etapa con previsible salida desde Cullera, cuando quisimos reanudar la marcha ya eran casi las 12:00. No aprendíamos: habíamos quedado a las 07:15 para evitar en lo posible las horas de más calor y, aunque estábamos a 20 kilómetros de la meta, asumimos que nos íbamos a achicharrar una vez más. Hicimos el regreso por el río, pero tampoco sirvió de mucho. Aguantamos hasta Riba-roja para realizar una parada técnico-refrescante bajo el puente.

Tras remojarnos todo lo remojable, el chiquillo Víctor, el 'caxorrín' Javi y la jirafa Juanje continuamos la marcha. Pocos metros más adelante los efectos de la ablución ya se habían evaporado. Además, el agua de nuestros bidones rellenados tras el almuerzo hervía. Javi, que sólo 'aporta' un bidón para pasar las etapas porque le basta, había contribuido a agotar las existencias del resto. "Menos (Seat) Leones y más bidones", tuvo que escuchar, en alusión a su última adquisición automovilística. Por fin ante la subida a La Canyada, la disputa por la etapa quedó desierta y subimos en grupo, incluido Javi y su no tercer plato.

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