Diseñé esta etapa rompepiernas, fusión de otras dos y que
realmente no conduce a ningún sitio, en mi afán por recorrer todos los caminos
posibles de los términos municipales de Riba-roja y Vilamarxant. El primer reto
del día era la ascensión al monte Carasoles. Después de tantas etapas viéndolo
de lejos o rodeándolo por todas sus caras teníamos que visitarlo. El problema
es que, en lugar de escoger la carretera junto a la cantera, lo hicimos por el
camino imposible de los invernaderos, con una pendiente bestial y un terreno
impracticable para nuestras monturas y nuestras capacidades. El esfuerzo nos
marcó para el resto del día. Una vez llegamos a la corona inferior que rodea la
montaña, el camino era bastante más accesible y no tardamos en llegar al punto
más elevado.
Todavía no se había levantado el día y teníamos ante
nosotros una vista panorámica de Valencia, el aeropuerto de Manises, campos de
naranjos y polígonos industriales. Completamos la vuelta en bajada por los
ruinosos chalés que en algún momento alguien debió de creer que quedaban bien
allí colgados y tras un breve serpenteo llegamos junto a la cantera. La ruta
proseguía en un continuo descenso-ascenso entre chalés y monte, con liebres
cruzando el camino a nuestro paso y con rápidas bajadas que alegraban el rato
para en seguida toparnos con subidas que cortaban en seco la velocidad
adquirida.
Al llegar a Riba-roja, al pie de las antenas ya visitadas,
nos dirigimos hacia Porxinos por el inexplicable vial ambiental a medio hacer,
en este tramo una pista de tierra megaancha con una dura pendiente de un
kilómetro tras la cual otro veloz descenso conduce directamente al valle. Ya
por el pedazo asfaltado, más de uno empezamos a anhelar el almuerzo de forma
urgente, pero llevábamos apenas 20 kilómetros y nos restaban otros tantos.
Teníamos que peregrinar por urbanizaciones de Vilamarxant y campos de Cheste,
sin épicas ascensiones pero con continuos toboganes, antes de llegar al
almuerzo prometido vilamarxantero.
El peregrinar se convirtió varias veces en deambular.
Llegados a escasos metros del vértice geodésico del Portillo del Roque, el
punto más alto de la etapa, el objetivo era atravesar las urbanizaciones de La Balsilla y el Corral de la Pedrera. Pero esta
ruta era de las difíciles, con muchos caminos y calles en las que poder errar
la decisión, y más de una vez tuvimos que rectificar el recorrido. Bajamos,
subimos y volvimos a bajar ya hacia Vilamarxant. El calor comenzaba a apretar y
el almuerzo a ser una obsesión. Quedaban poco más de 5 kilómetros pero
Víctor ya iba en velocidad de 'ir disfrutando del paisaje' y quedó descolgado.
Cuando arribamos por fin frente al ayuntamiento y se presentaron ante nuestros
ojos una multitud de terrazas fue como si se nos abrieran las puertas del
paraíso.
Entre el ágape, la conversación sobre los congresos salseros, los
viajes a Biarritz y la organización de la siguiente etapa con previsible salida
desde Cullera, cuando quisimos reanudar la marcha ya eran casi las 12:00. No
aprendíamos: habíamos quedado a las 07:15 para evitar en lo posible las horas
de más calor y, aunque estábamos a 20 kilómetros de la
meta, asumimos que nos íbamos a achicharrar una vez más. Hicimos el regreso por
el río, pero tampoco sirvió de mucho. Aguantamos hasta Riba-roja para realizar
una parada técnico-refrescante bajo el puente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario